La Gran guerra

20 0 0
                                    

Humo, dolor, ese olor a cigarrillo, a pólvora, a ceniza, carbón, la lista continua... sangre, ese olor metálico y difícil de explicar en detalle. Gritos, muchos gritos, disparos, el cielo gris, retumbos y aviones por todos lados, esos horrorosos cuervos de metal, es insoportable. El granero estaba en llamas, la casa, en la última fase de vida, esa fase en la que obsequia sus cenizas a los brazos del aire y el cielo.

-Mi... Michael... Co...corre hijo, corre.

Un disparo se escuchó, en todo lado, incluso la misma casa, que con tanta amabilidad había dado techo a sus hijos, murió al fin estando en luto. Lágrimas... no, una sola, una sola lágrima bajó de la mejilla del chico, unos ojos tan abiertos como platos, suplicando, preguntando. ¿Por qué? ¿Por qué pasa esto? Todos los ruidos se quedaron mudos, después de ese disparo, todo murió en silencio. Un hombre, con traje militar, viendo al chico, con esos ojos, esos ojos de súplica. Sí, estaba suplicando que lo matara, que terminara con todo, porque vivir después de esto, ese sería el castigo final.

Con arma en mano, volvió a ver a la madre, tendida en el piso, con los ojos abiertos, esos ojos de poder al fin descansar, pero esa sonrisa de miedo y pavor al maltrato de su hijo. Dio un paso, sonando sus collares, su casco y sus botas, las que pisaron balas las cuales estaban regadas como tierra por todo lado. Lo miró, sin expresión alguna, con su chaleco grisáceo, su gran rifle apuntándole y su extraño y puntiagudo casco.

-Ma... mátame ya, por favor...

-La guerra -dijo, deteniéndose por un segundo, mirándolo a los ojos mientras el chico tomaba la mano de su fría y blanca madre-. Ya comenzó la guerra hijo, comenzó el tiempo del odio y la sangre, no lo olvides.

Zelta cerca de Leija 16 de agosto de 1914. Ofensiva occidental alemana

-¡Esto es una mierda!

-¡Cálmate Pierre!

-¿¡Que me calme!? ¡Que te den!

-Cálmate Pierre... André tiene razón, tus gritos no solucionarán nada.

-Cállate tú, Simón... Los malditos alemanes nos están haciendo polvo, perderemos esta guerra y todos lo saben.

-¡No, no lo sabemos! Mierda Pierre nadie lo sabe ni lo sabrá, no ha pasado aún, además, que poca fe tienes hombre, vamos.

-Sólo... no sé qué hacer, veo a mis compañeros morir, caer, simplemente esperando a que una bala me dé en las malditas bolas y morir desangrado y...

-¡Pierre! Deja ya ese lenguaje, no estás en los cuarteles.

-Yo... lo siento.

-Sé que estás alterado, yo lo estoy, todos lo estamos, pero desesperarnos no ayudará en nada, simplemente esperar a tener las fuerzas necesarias para matar a esos alemanes.

-¡Vamos muchachos! Michael tiene razón, gritar como niñas no nos ayudará en nada, solo lo hará nuestra puntería y destreza contra los enemigos.

-Hey, Michael, el general te está buscando, dice que vayas lo más pronto posible.

-¿Yo? Está bien, quédense aquí chicos y no hagan ningún desastre.

-Cierra la boca, no haremos nada tonto, ve antes de que el general empiece a dar patadas de la impaciencia.

Caminó afuera de la campaña, era de día, pero como siempre, el humo tapaba al sol segándole la vista e impidiendo su hermoso trabajo. Entró en la cabaña del general, un poco obeso, mejor dicho, rechoncho, con un bigote largo y delgado, muy negro pero con los cabellos canosos, se le notaban los años. Le extendió la mano invitándole a pasar, y Michael, como soldado, no tenía otra opción.

Corazón De AlmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora