Fuego y Arena (Aemond Targaryen/Personaje Original) Fanfiction

4. El regalo de la reina

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Regina se encontraba revolcándose felizmente por el césped de un pequeño jardín cerrado de la Fortaleza Roja. Su padre le había dicho que lo dejase, que se iba a poner perdida, pero solo se lo había dicho una vez, y no muy seriamente, así que ella ahí seguía, manchándose de verde su bonito vestido amarillo arena, arrancando pequeños trozos de hierba y esparciéndolos por su pelo trenzado. El viaje en dragón había sido muy largo y cansado. Daemon había usado la silla de montar especial, la que llevaba un asiento auxiliar, más pequeño, justo delante del suyo, para que Regina pudiera volar segura sobre él. Aun así, este era el viaje más largo que había hecho jamás, desde Dorne hasta Desembarco del Rey, y, además, después de dejar a Caraxes en Pozo Dragón, habían tenido que cabalgar a la Fortaleza Roja.

Sin embargo, la princesa no estaba cansada, sino que sentía que, tras tanto tiempo sentada, tenía muchísima energía para gastar. Para su desgracia, a la llegada de ella y su padre a la fortaleza, unos soldados los habían dirigido a la pequeña terraza en la que estaban ahora "para esperar al Rey", y, aunque el lugar era bonito, Regina se aburría como una ostra, y el príncipe parecía demasiado inmerso en sus pensamientos como para prestarle atención.

El sonido de pasos metálicos cerca del arco de la entrada la sobresaltó. Alguien iba a entrar en el jardín. Su padre también lo escuchó, pues abandonó su postura relajada en la silla en la que se encontraba para erguir su espalda. También dejó la copa en la mesa. Un hombre alto de melena larga y plateada entró en el jardín escoltado por soldados enormes con capas blancas. El hombre, además, llevaba una corona. En cuanto Regina la vio, automáticamente dejó su actividad de comer tallos de hierba del suelo, y se sacó los que ya tenía en la boca para tirarlos. Ni siquiera estaban ricos, pero, por algún motivo, siempre tenía pensamientos intrusivos de comer cosas que se encontrasen en el suelo, aunque sabía que todos le decían que ese no era un "comportamiento de princesa".

En cuanto Daemon vio al señor con corona, se puso en pie, mirándolo. El hombre hizo lo mismo, paró su caminata en seco y se quedó observando a su hermano unos segundos, como si ninguno supiera muy bien cómo proceder. El rey dirigió la mirada a Regina y repasó su pequeña silueta de arriba abajo. La niña seguía sentada en el césped, con las trenzas alborotadas por el vuelo y el vestido manchado de hierba y tierra, pero estaba muy quieta, expectante, dirigiendo su mirada hacia los dos adultos. La expresión del rey Viserys pareció suavizarse un poco al ver a la niña, quizá hasta hizo un amago de sonrisa.

– ¿Mi sobrina? – fueron las primeras palabras que pronunció. Daemon asintió y le hizo un gesto a su hija para que se acercara. Regina se puso en pie tímidamente. Mientras se acercaba se llevó una mano a la boca, pero sabía a tierra y se la sacó enseguida para limpiarla sobre su vestido. Cuando llegó a la altura de su padre se escondió un poco tras él, mirando al rey con atención.

– Regina, estás ante tu rey, ¿qué habíamos hablado? – le dijo Daemon en voz baja, mientras la animaba a acercarse a Viserys. La pequeña enseguida recordó.

– Su alteza – saludó mientras hacía una pequeña reverencia –. Es un honor conoceros al fin, mi padre y yo estamos muy agradecidos por vuestra invitación a la boda de la princesa Rhaenyra – esta frase la pronunció con cuidado, mirando a su padre de reojo, buscando su aprobación. Viserys entendió que era un discurso aprendido, y que su sobrina, probablemente, no tendría ni idea de la situación real.

– El honor es mío, mi señora. No es muy común recibir a princesas dornienses de vuestra categoría aquí, en la ciudad de la corona – respondió su majestad, haciendo sonreír a la pequeña –. Además, como puedo ver, habéis traído a mi querido hermano como acompañante. Hacía años que no lo veía – esto lo dijo dirigiéndose más a Daemon, que miró un poco hacia abajo.