Capítulo 23:

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– Hum… – me revolví en la cama, echándome las sábanas por encima de la cabeza en cuanto la luz entró por la ventana, enfocándome con mala hostia directamente a la cara. ¿Quién mierda había abierto la persiana? Bueno, es igual. Entreabrí los ojos un poco y miré el reloj que había sobre la mesita de noche. Las tres y veinte de la tarde. Hum… con lo dormilón que
era Tom, seguiría frito a mi lado. Recordé vagamente que teníamos que arreglar la casa entera y sacar a pasear a Scotty, al cual oí ladrar a los pies de la cama. Pobrecito. Pero aún así, pensando en él y en la faena que me quedaba por hacer en casa, sonreí. No podía estar más feliz sabiendo que Tom dormía a mí lado y lo haría siempre desde ese día. Se iba a quedar conmigo para siempre, no volvería a Stuttgart. Me sentí pletórico de vitalidad para el nuevo día que me esperaba, pero aún así decidí no levantarme todavía. No había razones para darse prisa.

– Bill… despierta… – una voz suave me hizo volverme, sonriente y relajado, con los ojos cerrados. – Bill…

– Hum… Tom…

– ¿Tom? Cielo, ¿Qué dices? – ¿Cielo? Abrí los ojos y alcé un poco la cabeza, observando la figura sentada a mi lado, que me observaba con ojos maternales y con intenso cariño. El corazón se me puso a mil por hora en un segundo, como si de golpe hubiera apretado el botón del turbo y pegué tal salto, que me golpeé la cabeza contra la estantería que colgaba de la pared.

– ¡Mamá!

– ¡Santo cielo, Bill, que golpe! ¿Estás bien, tesoro? – giré la cabeza hacía todos lados, buscando a Tom con el corazón en un puño. No estaba. Me encontraba solo en la cama y por primera vez, me sentí aliviado.

– ¿Qué haces aquí? ¡Tendrías que estar con Gordon!

– ¡Y estoy con Gordon! Él está abajo, cielo. ¿Por qué tanto nerviosismo? – miré hacía abajo, intentando disimular cuando me di cuenta de que aún estaba desnudo, completamente desnudo bajo las sábanas. Las agarré y me cubrí con ellas hasta el pecho, totalmente avergonzado y al borde del ataque de nervios. – ¿Y que haces durmiendo en mi cama? No es que me importe, pero…

– Mamá, vete por favor.

– ¿Qué?

– Tengo… tengo… ¡Tengo muy mala cara cuando me levanto, tengo que cambiarme, peinarme, vestirme y necesito intimidad!

– ¡Pero si estás en mi habitación! Vete a la tuya, para eso la tienes ¿No? – se levantó de la cama, con los brazos en la cintura y actitud de mandona. – Venga, levántate que tengo que hacer la cama.

– Eh… puedo hacerla yo, mamá, no te preocupes. – mamá frunció el ceño.

– Bill, fuera de mi habitación. – apreté las sábanas entre mis manos, sudando a chorros.

– Pero… pero es que estoy… estoy…

– ¿Estás…?

– ¡Yo siempre duermo desnudo, mamá! – mi madre alzó una ceja, mirándome con desconfianza.

– Eso no es cierto. Siempre has dormido con pijama.

– No, no es verdad.

– Sí, sí es verdad.

– No lo es.

– Sí lo es. Siempre te has puesto esos pantalones de chándal para dormir en invierno, los del chándal azul oscuro que te regalé para Navidad hace cuatro años y esa camiseta tan corta que te deja al aire casi toda la barriga.

– ¡Pero si hace siglos que no uso ese chándal, me llega por las rodillas!

– Oh, ¿En serio? Cuanto has crecido, hijo. Recuerdo ese año que creciste nueve centímetros de golpe y les sacaste una cabeza a todos los de tu clase y como tienes ese estilo tan elegante, tan tuyo, recuerdo que una vez te confundieron con un profesor. Es que eres tan alto que ya nos has adelantado a Gordon y a mí y…

Muñeco by saraeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora