Capítulo 11:

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Inspira, expira, inspira, expira, inspira, expira… ¿Estás preparado, Bill?... No, no lo estás, ¡Corre antes de que sea demasiado tarde, subnormal! ¡Abre la puerta del coche y tírate a la carretera, aún estás a tiempo! Con un poco de suerte, cosa que no tengo, igual no me rompo las dos piernas y puedo seguir montando en bici… ah no, que no sé montar. ¡Tírate ya, coño!

– ¿Qué pasa? ¿Algún tío bueno al otro lado de la ventana? – le dirigí una mirada nada simpática a Tom, por no meterle una hostia.

– Pues igual sí, ¿Por qué? – curvó la boca en esa asquerosa sonrisa irritante y perfecta que tenía. A ver, ¿No se suponía que era un puñetero delincuente? ¿Por qué tenía los dientes tan bonitos? Diría que dinero tendría poco si en su casa reinaban una marabunta de cucarachas y ratas asesinas que habían intentado comerse a su perra Guetti (Pobrecita) como para pagarse un dentista y cuatro años de aparato, (A no ser que hubiera robado el dinero, cosa que no me extrañaría para nada) además, ¿No se suponía que de peleas y puñetazos o cosas así se caían? Arg… me sacaba de quicio. Yo los tenía medio deformes y él…

– No intentes cabrearme otra vez. Los dos sabemos que el único tío que te mola soy yo. – sentí un ligero tic en el ojo y me crucé de brazos en el asiento, refunfuñando.

– Si tanto me molas, ¿Por qué te mando a la mierda, Tom?

– Eres un orgulloso. En realidad, estás loco por mí. – bufé. Sería creído de mierda, prepotente, gilipollas enfermo y… y… ¡Lo peor de todo era que tenía razón! Y no entendía porque. Tom era un imbécil, chulo asqueroso, de la clase de tíos que odiaba desde que era consciente pero, por casualidades de la vida, debía admitir que… mierda, me gustaba. Quizás porque era mi hermano y el morbo de lo prohibido no lo hacía desaparecer nadie.

– ¡No! – me hundí en el asiento en cuanto divisé la universidad a escasos segundos y estuve a punto de abrir la puerta del copiloto y tirarme, a punto, pero en el último momento, noté como Tom empezaba a ir más despacio y me agarraba del brazo, evitando mi huida.

– Quiero una respuesta, Muñeco.

– ¿Respuesta? ¿Respuesta a qué? – observé conteniendo el aliento como entraba en el aparcamiento para los estudiantes de la uni y, suavemente, se deslizó en uno de los que había libres. Me encogí aún más, aunque sabía que las ventanas estaban tintadas y nadie nos veía desde fuera, pero eso no evitaba mi nerviosismo, y que en ese momento, Tom se girara y se inclinara sobre mí como si fuera a comerme, mirándome con tanta seriedad, no ayudaba.

– ¿Vas a ser mío, si o no? – tragué saliva y mi cabeza acabó pegada a la ventana tintada, intentando alejarme de él, visiblemente nervioso y ruborizado. Sentía el corazón envuelto en una nube de vapor cálido y acogedor que me ponía el vello de punta al ver como me miraba. Oh, joder, que calor…

– ¿Es que no te basta con que te haya dicho que no una y otra vez durante todo el fin de semana? ¿Qué te hace pensar que si he dicho que no unas doscientas veces diga que si a las doscientos uno? – dejó su seriedad otra vez, porque al parecer, era incapaz de mantenerse serio durante más de dos segundos y volvió a su sonrisita maliciosa.

– Te gusto.

– ¿¡Qué!?

– No digas que no, reconócelo. – su mano se posó peligrosamente sobre mi pierna mientras veía como su cara se acercaba más a la mía. Casi sin darme cuenta, mi cuerpo empezó a descender hacía abajo, intentando evitar el acercamiento hasta que llegó el momento en el que Tom casi se situó sobre mí, desnudándome con la mirada, con las manos en mis piernas, separándolas poco a poco. – Hace mucho que no lo hacemos, joder. Quiero metértela, ya, ahora.

Muñeco by saraeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora