PRELIMINARES

52 5 0
                                    

Nunca fue sencillo ser Calvin Powell.

El oficial subordinado de un pueblo de Indiana, venido a sheriff después de quince años sin mayor reconocimiento por su labor que una pierna de jamón en navidades o una canasta de frutas después de su primer ascenso. Condenado desde el inicio a llenar los zapatos del difunto jefe de policía Jim Hopper. Pero ser azorado por la sombra de Jim es el menor de tus problemas Jefe Powell. Hawkins ardió en llamas, fue derruída hasta los cimientos y sus calles se pavimentaron de cadáveres, todo bajo tu vigilancia y ahora, el pueblo al que juraste servir y proteger, va tras tu cabeza.

¿Qué se siente ser perseguido? Como un animal, como una presa acosada en la oscuridad, sin posibilidades de huir, sin lugares donde esconderte, solo un montón de conjeturas para ayudarte a mantener al márgen las hordas de furia que se ciernen cada día más sobre ti. Diario ves a padres y madres reunidos afuera de tu comisaría y sabes lo que quieren al bramar con tanta furia por justicia. Sabes que tu cabeza no es la única que tiene precio, por eso estás aquí, conduciendo en mitad de la noche por la desolada carretera.

Callahan recibió el informe primero. Un motociclista de paso por la carretera de Indiana a Lima, divisó una Van abandonada en una de las cunetas y bajó a asistir al conductor, pues pensó que había sufrido un accidente. Sin embargo, nada lo preparó para el horror que le aguardaba en el interior. A penas abrió la puerta del conductor, el olor pútrido y asqueroso de la muerte le inundó las fosas nasales, develando un cadaver en un grave estado de descomposición. Después de semejante escenario no tuvo más remedio que llamar a emergencias.

El asunto pudo quedar saldado y sellado como un accidente de carretera más, las autoridades de Ohio se harían cargo por la cercanía al estado y otros asuntos de jurisdicción, de no ser por un detalle: la Van donde encontraron el cuerpo era un modelo Chevrolet 71 con matrícula 35B2932, exactamente el mismo modelo y matrícula del vehículo extraviado del prófugo Eddie Munson.

El Jefe de policía de Lima, Daniel Torrance, informó los detalles al departamento de Indianápolis y ellos despertaron al pobre Callahan de su siesta entre turnos y no tardó en interrumpirte el sueño también. Pero tú ya no duermes bien hace tiempo Powell. Pasas tus noches revisando informes de desapariciones, siguiendo la pista de humo de aquel que te colocó en esta pesadilla, enterrándote en trabajo para no tener que lidiar con tu propia ineptitud y así no dar la cara a quienes les fallaste. Veo la frustración crecer en tu pecho cada vez que el pobre e inútil de Callahan entra en tu oficina sin ninguna pista. Sientes verguenza por la incompetencia de ese pobre diablo y cada vez que debes verlo a la cara y reflejarte en sus sucias gafas piensas en la verguenza que debió sentir Jim Hopper cuando tú eras ese pobre diablo que tenía por subordinado.

Pero quizás subestimaste a Callahan y quizás Hopper te subestimó a ti. Después de meses sin una pista o avistamiento al fin tendrás algo con lo que trabajar, podrás rendir cuentas y callar a toda esa bola de cabrones que no te dejan olvidar el mayor desliz de tu carrera. Te aferras al volante y ruegas que sea el cierre del capítulo, porque esta es la pieza faltante en el  tablero, aquella que exonerará tus fallas y te dará el reconocimiento que mereces.

El reconocimiento que siempre has merecido. Jefe Calvin Powell, héroe de Hawkins. Te relames los labios ante la idea y tu mirada cansada toma un nuevo brillo de exitación al ver las luces rojas, azules de las patrullas y esa mancha amarilla del cordón policial brillando en la oscuridad. Callahan se aproxima haciéndote señas, él también está esperando su estrella dorada por el buen trabajo que ha hecho, como un perro cazador que ha matado una presa y da vueltas entre las piernas de su amo.

—Infórmame, Callahan— dices a penas bajas de tu patrulla, ajustándote el sombrero.

Callahan carraspea en un intento por tragarse su emoción y procede a decirte los detalles del hallazgo mientras ambos caminan cuneta abajo hacia la Van rodeada de peritos policiales.

—¿Ya confirmaron la identidad?— preguntas asomandote por encima de unas cuantas cabezas al interior del auto. En la oscuridad no logras percibir el rostro que buscas tan desesperadamente entre las sombras y eso te está desquiciando.

—Aún no, Jefe— murmura Callahan—. El patólogo dijo que los restos están demasiado maltratados por la descomposición y la intervención de los animales.

—¿Animales?

—Han estado comiendo de él, Jefe— Callahan reprime una arcada—. Le faltan organos y su rostro está completamente destrozado. Dicen que quizás sea imposible identificarlo.

Paras en seco tu inspección y volteas a ver a Callahan.

—¿Ni siquiera con registros dentales?—preguntas.

Callahan niega como respuesta y tú pierdes los estribos.

—¿Y cómo carajos sabemos que es el sospechoso que buscamos, eh? ¡El cuerpo dentro de la camioneta podría ser de cualquiera!

—Jefe Powell.

La intervención oportuna de Daniel Torrance te detiene de ponerle una bala entre los ojos a Callahan. Te hace una señal y pide a los peritos que se hagan a un lado por un momento para dejarlos pasar y a penas te acercas un poco, el olor te llega de golpe, amenazando con hacerte vomitar. Torrance deja ir una sonrisa casi burlona ante tu reacción y con una de las linternas de los peritos, ilumina el interior del vehículo para hacerte descarrilar en serio.

En tus quince años como policía, jamás habías presenciado algo como esto. El cuerpo yace recostado en el respaldo del asiento, con las manos a los costados y la cabeza inclinada a la derecha. Su rostro, tal como lo dijo Callahan y la patóloga antes que él, está destrozado. No hay forma de distinguir a simple vista donde inicia la frente y termina la barbilla o siquiera si hubo alguno de los dos ocupando ese espacio en el hueco oscuro y hórrido que es ahora la cara de aquel cuerpo. El torso se encuentra en un estado similar, con las costillas abiertas de par en par como las puertas de un armario, con el interior vaciado y los organos a medio comer esparcidos entre el suelo y el asiento del pasajero. Estás tentado a dar un paso atrás y vaciarte tú también cuando Torrance señala los restos de la ropa con su linterna.

—Esta era la ropa que traía puesta tu sospechoso, ¿no es así? Los testigos que lo vieron y su tío te dieron esa descripción Chamarra de cuero, jeans negros con una cadena en el pantalón, zapatillas Rebook blancas y una playera con un logo y la palabra Hellfire en el pecho.

Torrance llama a uno de los peritos y éste le entrega una bolsa con un pedazo de tela que podrías reconocer a kilómetros. Son a penas unos restos, pero logras distinguirlo, el logo despedazado del Club Hellfire.

—Creo que muestro John Doe aquí presente es Edward Munson— declara Torrance devolviendo la luz al cuerpo despedazado de John Doe.

Esta vez no puedes evitar sonreír y tu regodeo por la buena nueva me provoca nauseas.

—¡Callahan, ven aquí!

—¿Si Jefe?

Pones una mano en su hombro con un aire de aprobación.

—Llama a la comisaría y pide a Lorraine que se comunique con Wayne Munson. Pídele que nos vea lo más temprano que le sea posible— miras una vez más a John Doe—. Necesita saber que encontramos a su sobrino.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Mar 28 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

VAMPIRES WILL NEVER HURT YOU [STEDDIE] [FANFICTION]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora