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Capítulo Uno: un café en medio de la tormenta.

Harry

Las delicadas y abundantes gotas de lluvia caían con gracia sobre los oscuros paraguas, de manera análoga a cómo mis lágrimas se deslizaban por mis mejillas, desvaneciéndose al tocar el suelo. Con melancolía, se me acercó mi mejor amigo, Noah, y nos abrazamos en un gesto triste pero reconfortante, pues ambos necesitábamos el respaldo de un hombro amigo en ese preciso momento.

La tormenta persistía implacable, y el sepelio del señor Hunter había llegado a su fin. Todos los presentes se dirigieron a sus hogares en busca de resguardo, a excepción mía. Opté por arrodillarme junto a la tumba, buscando respuestas en el viento sobre la trágica decisión de mi padre de poner fin a su vida.

Él se acercó a mí con un gesto compasivo —. Vamos, Harry, ya debemos irnos.

—Lo que necesito es irme con él —susurré, mientras mis lágrimas continuaban deslizándose por mis mejillas.

—Tu padre lo decidió así —Noah me hizo levantar del suelo y me encaminó hasta su vehículo.

—Es que no lo entiendo, Noah —miré a mi amigo con tristeza mientras limpiaba mis lágrimas con la muñeca—. Él tiene una hija que cuidar, me tenía a mí y lo amo demasiado. ¿Por qué lo hizo?

—Si quieres, puedo ayudarte a averiguarlo, pero después de que superes todo esto y estés mejor.

—Lo peor será darle la noticia a Rowan —suspiré.

El pelirrojo hacía de conductor, giró ligeramente el volante hacia la derecha y estacionó el vehículo frente al sanatorio unas dos cuadras más adelante. Me miró, y en un gesto de despedida, me abrazó una vez más.

—Debes ser fuerte para poder ayudar a tu hermana —comentó Noah.

—Adiós, amigo —respondí. Vestía una gran parca negra y saqué un gorro del mismo color de uno de los bolsillos, colocándomelo en la cabeza para resguardarme de la lluvia hasta llegar a la puerta del sanatorio.

—Buenas tardes —saludó amablemente la mujer en recepción, a lo que ignoré completamente.

Me encaminé hacia el ascensor, presioné el botón número ocho, y antes de que las puertas se cerraran, una joven ingresó al elevador. Rubia de ojos verdes, apenas unos centímetros más alta que la mitad de mi estatura. Desvié la mirada para evitar el contacto visual y que notara mi estado emocional.

—Hola —dijo ella—. ¿A qué piso vas? —preguntó inocentemente.

—Al número ocho —respondí, mirando en cualquier dirección que no fuera el rostro de la chica.

—¿Eres Harry Hunter? —tapó su boca con las manos—. Claro que lo eres. Oye, lo siento por lo de tu padre —me miró con tristeza. Solo le dediqué una sonrisa triste y la miré a los ojos.

—Yo también lo siento —me animé a decir.

—Nos vemos —dijo ella y salió del elevador cuando las puertas se abrieron. La imité.

La chica rubia abrió la puerta número catorce y frente a esta se encontraba la puerta número trece, donde entré.

—¡Harry! —exclamó ella feliz—. Tardaste bastante —la abracé.

—Lo siento, Rowan. Es que debo contarte algo —dije y me senté en la camilla donde estaba mi hermana menor.

—¿Por qué tienes esa cara? ¿Acaso es algo malo?

—Rowan —suspiré—... Rowan, papá falleció —sollocé, viendo la expresión de confusión en el rostro de mi hermana de doce años—. Lo siento, Rowan. No sabía cómo decírtelo —ambos caímos en llanto y nos abrazamos profundamente.

LAZOS DE ENGAÑOS Y AMOR. Libro 1: Bajo las raíces del engañoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora