Castigo.

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—Che, Javier, ¿qué onda? —regañó la mayor, pasando sus manos por su corto cabello y negando—. ¿Cómo mierda la dejaste sola? ¿Y si le pasaba algo?

—No tengo la culpa si la pelotuda se mandó sola de la casa y ni un puto aviso dio —respondió con bronca—. Si le pasaba algo, no iba a ser mi culpa.

—Te dejé a cargo de ella, loco —continuó con notable enojo—. Es tarde, Javier, y encima es nueva por acá. Sabés lo jodido que puede ser.

—Mirá, no creo que la rubia siga siendo tan gil después de esto —dijo con una sonrisa sarcástica mirando a la rubia—. Me juego que no va a repetir la misma movida.

—Lo que no se va a repetir por un buen rato son tus salidas —Javier frunció el ceño, confundido—. No vas a salir ni a la esquina hasta que empiece el colegio —recalcó, antes de que él pudiera quejarse, la de cabello corto lo interrumpió—. Del cole a casa, de casa al cole. Si te movés, va a ser con Valen, para que le muestres el barrio, como tendrías que haber hecho hoy.

—¿Por qué me estás castigando a mí? —levantó la voz—. La que se mandó la cagada fue ella, no yo. No pienso ser su esclavo durante todas las vacaciones, encima tengo banda de planes con Luna.

—Y los cancelas —afirmó Carregal—. Ahora, agarrá el celu y decile que estás castigado —él suspiró, resignado—. No, mejor aún, yo le mando el mensaje —informó sacando su celular.

—¿Qué carajo hacés? —preguntó el menor mientras bajaba lentamente el celular de su mamá—. ¿Me vas a meter un reto en serio por esto?

—Javi... —amenazó—. No estás cayendo en lo jodido del asunto —volvió a guardar el teléfono—. ¿Dónde estabas cuando la mina se mandó?

—Con Luna —confesó.

—Las valijas están acá todavía —señaló alrededor—. ¿Le dijiste dónde mierda iba a dormir hoy?

—No.

—Bueno —concluyó—. Ahí tenés todas las respuestas.

Mientras Valentina escuchaba el sermón, su atención se desviaba hacia la pantalla de su celular, aparentando desinterés mientras esperaba el siguiente castigo.

En realidad, poco le importaba lo que Javier Gutiérrez tuviera que decir; había llegado a la conclusión de que además de ser la representación propia de "pollera" y "gobernado", era un completo idiota, con todas las letras.

Aunque quizás tenerlo como compañero de recorrido podría llegar a ser un completo fastidio, no le preocupaba tanto. Sin embargo, lo que consideraba como un verdadero desafío sería soportarlo en casa y, posiblemente, en el colegio, todos los días; literalmente, todos. Después de todo, aún tenía que terminar sus estudios y no podía permitirse un año sabático tomando en cuenta que era el último.

—Che, Valen —la rubia volteó la mirada hacia ambos, sonriendo al escuchar su nombre—. Vení, te muestro dónde vas a pasar la noche.

Martínez se incorporó, apartando su celular, y siguió a la mujer de cabello corto hacia las escaleras. Sus ojos recorrieron cada rincón del segundo piso, impresionado por la amplitud y la cantidad de puertas. Finalmente, llegaron a su destino cuando la mujer mayor abrió una puerta, revelando una habitación pintada de azul.

RUBIA TEÑIDA | Javier Gutiérrez / Matías Recalt Donde viven las historias. Descúbrelo ahora