Capítulo 33

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Fue tan brutal.


Primero sentí una molesta sacudida, tan débil que apenas fui consciente de que era mi propio cuerpo quien la recibía, como un pequeño látigo de adrenalina al sufrir una emoción fuerte frente algún estímulo. Luego, la sacudida me agujereó el pecho dejándome sin respiración. Un calambrazo despiadado, tan bestial que por un momento, pensé que había acabado en el infierno y que ese sería uno de los muchos castigos que recibiría a lo largo de la eternidad. No fue así.


Abrí los ojos de golpe, tan adolorido que se me saltaron las lágrimas. Mi espalda se arqueó débilmente y, antes incluso de que fuera consciente de que mis pupilas se habían clavado en algo conocido, en una superficie lisa y blanca que me ocultaba la visión del cielo oscuro en el que me había sumido segundos antes, un borbotón de manos se precipitaron sobre mí, agarrando mi cuerpo y empujándolo hacia abajo.


Revolví la cabeza un poco, aturdido y aún sintiendo el asfixia y el fuerte dolor en el pecho que me había masacrado por dentro. Cuando alcé la mirada un poco, empecé a reconocer cosas, cuerpos que se movían a toda velocidad a mi alrededor, voces entre aliviadas y preocupadas, algunas, incluso desesperadas. La gente vestía en bata blanca y un hombre, con una tarjeta plastificada colgada de la ropa, apartó unas placas de metal de mi vista, frotándolas entre sí y soltándolas sobre una superficie de metal próxima a él. Me incliné hacia delante, intentando levantarme, pero unas manos me agarraron del cuello y me colocaron con brusquedad una mascarilla en la cara, ajustándomela bien. Cuando me di la vuelta o, intenté hacerlo, vi las manos de una mujer cargando con una bolsa de un color rojo oscuro en la que se leí claramente, cero negativo. La colgó de una barra, a mi lado y observé medio ido como el líquido rojizo se escurría por un tubo transparente que se dirigía hacia... mi brazo. Una aguja lo atravesaba sin piedad sujeta por un trozo de esparadrapo. Unas repulsivas ventosas estaban pegadas a mi cuerpo, conectadas por cables cuyos extremos se hallaban sujetos a un aparato en el que se dibujaba una extraña línea amarilla que iba de arriba abajo. Un pitido insistente resonaba por toda la habitación: Pi, pi, pi, pi, pi, pi...


Mis ojos viajaron por toda la estancia, confusos, hasta clavarse de nuevo en la aguja clavada en mi brazo... y luego más allá, en el lugar que recibía una ligera presión por un montón de vendas que otra mujer hacía rodar sobre mi muñeca, apretándola con fuerza. Observé como el médico que había cargado con las placas de metal, arrojaba un montón de sábanas raídas y ensangrentadas a una minúscula papelera y luego, se volvía hacía mí, mirándome con curiosidad.



-Ha recuperado la estabilidad, doctor. - oí la voz femenina y suave de una chica a mí izquierda.



-Ya lo veo. Dios santo, ¿Cuánta sangre ha perdido? Se le ha parado el corazón durante más de un minuto.



-Sí, casi se va. ¡Qué pena de chico!



-¿Quién lo ha traído?



-Su padre, o padrastro. Al parecer lo encontró aún consciente, justo cuando acababa de cortarse, pero no pudo hacer nada por evitarlo. Aún así, habrá que hablar con él. Su madre también está fuera, junto con sus primos o amigos, no lo sé.



-Hay que llevarlo a la unidad de cuidados intensivos. Me preocupa el tiempo que su cerebro haya podido estar sin oxígeno.



-Ha recuperado la conciencia, doctor. - el hombre de la bata se volvió hacia mí. Se inclinó levemente, mirándome fijamente.

Muñeco By SaraeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora