Juanjo promociona su último disco con una sesión de fotos para la revista Rolling Stone,
Martin es el fotógrafo.
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Lleva tres días seguidos arrastrando un jet-lag insoportable. Desde que aterrizó en el JFK, no ha conseguido dormir más de tres horas seguidas sin ser arrastrado de un lugar para otro, ocupado en intentar comprender a quién está dando entrevistas o qué impresión está provocando.
Estados Unidos nunca ha sido su lugar favorito del mundo, demasiado superficial y alejado de su casa como para resultar reconfortante o seguro en ningún sentido. Pero el trabajo es el trabajo; Los Ángeles siempre atrae mejores productores y mejores números.
Mentiría si dijera que no preferiría mil veces volver a su apartamento enano de Madrid, a escribir a las tres de la madrugada y pasarse el día enviando maquetas a discográficas que no daban un duro por él. Había comenzado así, como un intento desesperado por ser escuchado. Las primeras letras que escribió, ni si quiera fueron para sí mismo. Pero, con el tiempo, Universal acabó permitiéndole grabar un sólo single, ni contrato ni promociones ni nada. Sólo él y años de esfuerzo a la espalda.
Con 23 consiguió el millón de ventas de su primer disco.
Ahora, cuatro años después, con el segundo disco recién salido al público, no se reconoce ni a sí mismo. Es totalmente diferente, el concepto, la música, las letras... Poco queda del Juanjo Bona explotado y enfadado con el mundo, triste y amargado que arrastraba consigo años de adolescencia agridulces.
Está más cerca de los treinta que de los veinte, se repite como un mantra en su cabeza. Ya no le queda mucha más rebeldía en el cuerpo, y eso se transmite en su música; es un sonido más calmado, más nostálgico, algo suave que le incita a quejarse desde un lugar más íntimo. Menos obvio.
"¿Quieres otro café?" La voz de su productor, Paul, le despierta del duermevela en el cual se encontraba. Llevan metidos dos horas en el coche, desde bien pronto por la mañana, el tráfico en San Francisco es inaguantable.
"Ahora cuando lleguemos, me niego a tener que parar otra vez." Responde Juanjo. En el coche están Paul y Bea, la chica parece tan agotada como se siente él. Lleva organizando este viaje durante meses, cuadrando entrevistas y photoshoots interminables en tan sólo unas pocas semanas de promoción. "¿Vas bien, Beus?"
"Sí, sí, deseando que volvamos a casa ya." Responde su manager. Bea es sólo un par de años mayor que él, al igual que Paul, pero ambos tienen un aura de madurez y control de la situación del cual Juanjo carece. Él hubiera sido incapaz de aguantar el trajín de los últimos días sino fuera por ellos. "Sólo una semana más... Además, tenemos tres días aquí seguidos en San Francisco, así que algo de descanso sí que tendremos."
"Prefiero cien veces antes San Francisco que LA otra vez." Responde Juanjo, pasando una mano por su cara, intentando borrar el cansancio de sus facciones.
Con el primer disco todo había sido mucho más sencillo, sin tanto correr de aquí para allá. Nadie daba un duro por él, así que no se invirtió ni el mismo esfuerzo ni el mismo dinero que para éste segundo álbum. Ahora la presión por obtener un buen resultado es mucho mayor, todo y que su carrera estaba básicamente asegurada.
"Joder, qué puto calor." Murmura, subiendo el aire acondicionado del coche. Son sólo las nueve de la mañana, pero el sol no perdona. Junio es California no es para lo que Juanjo está hecho.
"Mira." Dice Paul, quitando una mano del volante y señalando a las calles que pasan a través de la ventanilla. Acaban de entrar en el centro, buscando el aparcamiento del estudio donde se va a realizar la sesión de fotos. La ciudad entera está envuelta en banderas arcoíris en conmemoración al día del orgullo. Juanjo ha perdido la cuenta del número de drag queens que ha visto en la última media hora.