Juanjo y Martin tienen un bebé.
(Ya está, no hay más, sólo amor.)
...
Lleva tres noches seguidas sin pegar ojo, acumulando horas de sueño perdidas y viendo crecer la sombra debajo de sus ojos. Le habían advertido de las consecuencias de adoptar un bebé, sobretodo su madre, que siempre había insistido en la posibilidad de acabar con un hijo igual de llorón que él.
Pero, el karma no surtió efecto; Iria es la bebé más tranquila del mundo.
Desde los primeros meses, dormía la noche casi del tirón y Juanjo, menos mal, ha demostrado ser mucho mas competente que él a la hora de encargarse de la niña por la noche. Así que, acabó ignorando todas las amenazas de futura somnolencia y dolores de cabeza.
Habían creado una nueva rutina, porque ahora todo giraba en torno a ella.
A su hija.
Ahora, tumbada sobre el pecho de Juanjo, respirando entrecortadamente y dormida como un ángel, le resulta difícil imaginársela llorando tan desesperadamente como lo había estado haciendo hace tan sólo media hora. Ve las lineas de frustración en la frente de su marido, que acaricia con cuidado la espalda de la niña, buscando calmar todo el dolor que pudiera llegar a sentir.
Todo había empezado porque decidieron llevarla a la guardería.
Sólo un par de horas, algunas mañanas, acostumbrarla poco a poco, para que el año que viene, cuando ambos volvieran totalmente a su trabajo, Iria no se sintiera abandonada.
Además, la pediatra había dicho que sería bueno para su 'desarrollo cognitivo' (Martin había asentido como si entendiera a qué se refería); socializar, estar con otros niños. Lo único que no tuvieron en cuenta, error de padres primerizos, es que entablar amistad con niños implica hacerlo también con sus gérmenes.
Y, ahora, Iria tiene gripe.
Y Martin lleva tres noches sin dormir.
"Mañana volvemos al médico." Suspira Juanjo, sin parar las suaves caricias sobre el pijama de su hija. "Me da igual lo que diga la doctora, necesita antibióticos."
"Amor..."
"Ni amor ni hostias, que casi no puede ni respirar." Martin se apoya sobre su hombro, colocando una mano por encima de la de Juanjo, haciendo que se entrelacen sobre la espalda de la bebé, buscando calmar los movimientos preocupados de su marido.
Juanjo no lo reconocería nunca, pero si por él fuera; Iria no saldría nunca de casa. Martin jamás se lo hubiera imaginado así, cuando empezaron a hablar de tener hijos, como un nido de nervios y protección constante.
El maño había tenido una infancia totalmente despreocupada, criándose en su pueblo, sin las angustias inherentes a la ciudad. Por lo cual, Martin había asumido, erróneamente, que sería él quien andaría detrás de su hija, eternamente aterrorizado de que algo pudiera ocurrirle.
Pero, como siempre, Juanjo le había sorprendido.
Daba igual la cantidad de años que pasara a su lado, Juanjo tenía la habilidad especial de descubrirle nuevas facetas de sí mismo constantemente.
"Es demasiado pequeña."
"Joder, si necesita antibióticos, que se los den... No sabía yo que estábamos criando a una niña en el siglo XII." El murmullo enfadado que sale de su boca, todavía en un susurro para no despertar a Iria, consigue arrancarle una sonrisa a Martin. Deja un beso sobre el hombro de Juanjo, no sabe muy bien si para tranquilizarlo a él o a sí mismo.