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Martes, 4 de julio de 2028

ASHLEY

—Hemos dicho que nos encargamos nosotras.

Muevo la cadera hacia atrás, en un golpecito suave, para despegar a Cam de mi espalda. No he calculado bien y, claro, mi culo roza una parte interesante de su anatomía y consigo justo el efecto contrario: aprieta los brazos en torno a mi cintura y me pega con firmeza a su cuerpo.

—Yo que tú no haría eso, princesa —susurra en mi oído, y a mí me da un escalofrío muy agradable que me baja a toda velocidad a lo largo de la columna vertebral.

—Yo que tú no me emocionaría demasiado, capullo, hay niños por todas partes.

Suelta una risita que se me cuela dentro y me hace cosquillas en la nuca. Me deja un beso breve tras la oreja y me burbujea algo cálido en la tripa. A la mierda. Me doy la vuelta y me cuelgo de su cuello para obligarlo a bajar la boca hasta la mía.

No nos separamos hasta que un carraspeo alto y molesto suena a nuestro lado. Miro a la novia de Mia con una ceja alzada y ella me dedica una sonrisa que pretende pasar por inocente, pero está llena de sadismo —como toda ella—, y señala la parrilla.

—¿Qué pasa con las berenjenas?

Cam abre la boca para responder y lo conozco lo suficiente para temerme un chiste a propósito del alimento en cuestión, así que le pongo la mano sobre la boca justo a tiempo y su risa hace que me cosquilleen los dedos. Qué tonto es. Pero, bueno, eso ya lo sabía antes de casarme con él, ¿no?

—Yo me encargo —respondo, firme, a la tarea de asar las berenjenas.

—Menos demostraciones públicas de afecto y más cocina, Bennet. Y, tú —añade, y señala a Cam con un dedo—, vete con los demás hombres a mediros las pollas o lo que quiera que hagáis cuando estáis todos juntitos.

—¡No me robes las frases! —exclama Sue desde primera línea de la barbacoa.

La otra se ríe.

—Medirse las pollas es un concepto universal.

Cam dibuja una sonrisa canalla de medio lado.

—Siempre tan delicada. Tranquilas, no hace falta que nadie saque la cinta métrica, todos sabemos que la mía es más grande.

Lo dice lo suficientemente alto para que le oigan sus amigos y las protestas se alzan enseguida, mientras Ryan dice que eso habría que comprobarlo y pide un voluntario para ser el primero en bajarse los pantalones. Yo hago un gesto de clara exasperación, pero mi marido me guiña un ojo y se aleja para unirse a los demás.

—¡Por favor! ¡Los niños! —chilla Emily.

Los niños no están muy preocupados por lo que los adultos digamos o dejemos de decir, la verdad. Dylan está poniendo toda su paciencia en jugar a darle patadas a un balón que tanto su hermano pequeño, Seth, como Ce y Thor —los perros enanos de Mia y de Grace, respectivamente—, persiguen con entusiasmo, interceptando así todos y cada uno de sus mejores lanzamientos. Liz y Alex, por su parte, prefieren poner a prueba el aguante de Whisky —que se lo está pasando en grande revolcándose en el suelo para que lo colmen de atenciones, el muy caradura—, con Jeff y Andy continuamente pendientes de que no lo agobien, mientras que Vodka se ha metido a dormitar bajo la mesa, donde ningún niño intrépido se ha atrevido a aventurarse de momento. Jayden aún es muy pequeño para dejarlo suelto por el mundo, pero protesta con entusiasmo sobre las rodillas de su padre porque, con casi ocho meses, ya tiene ganas de lanzarse a explorar.

EXTRAS SUELO SAGRADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora