SWEET NOTHING

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Martes, 23 de septiembre de 2026

ASHLEY

Los perros van unos metros por delante. Vodka explora los lados del camino y Whisky la sigue para investigar cada nuevo olor interesante que ella descubre, como siempre. Me vuelvo para buscar a Cam con la mirada, está casi a mi lado, solo un paso por detrás. Se ha puesto la capucha de la sudadera para protegerse de la fina llovizna que ha empezado a caer y lleva las manos en los bolsillos. Una gota de agua cae desde un mechón de pelo que le cruza la frente y se le engancha a las pestañas. Sus ojos verdes se clavan en los míos y brillan con una sonrisa que no llega a reflejar en los labios. Me da un vuelco el corazón. Y me pregunto, una vez más, si llegaré a acostumbrarme. Si en algún momento dejaré de sentir esa sacudida de emoción cuando mira así y sé que lo que desbordan sus pupilas es solo para mí.

Creo que me gusta más que antes. Más que nunca. Eso que me anida tras las costillas y solo le pertenece a él no para de crecer, de expandirse y darme oxígeno. Lo quiero tanto que me deja sin aliento. Siempre sucede así. En estos momentos. No en los grandes eventos, no en las ocasiones especiales. Cuando estamos haciendo algo tan normal como dar un paseo. Cuando vemos la televisión y la risa resonando en su pecho hace que me vibre el cuerpo. Si lo oigo tararear bajito mientras prepara la cena. Las situaciones más cotidianas son siempre el escenario para las revelaciones más grandiosas. Para que se me hinche el corazón y llegue a sentir que podría explotar de amor por él.

Dicen que la rutina mata la pasión, pero lo que nosotros tenemos ha encontrado un lugar donde echar raíces y hacerse fuerte en la calma y la cotidianidad del día a día. En simplemente estar cerca y respirar sincronizados mientras nos miramos a los ojos. En reír juntos de cualquier tontería. En acelerarnos los latidos con solo una caricia.

—¿Qué? —pregunta, sin dejar de caminar, cuando se da cuenta de que me cuesta apartar la mirada.

Sacudo la cabeza con suavidad.

—Nada.

Vuelvo la vista al frente y me muerdo el labio para tragarme la sonrisa. Da una zancada amplia y me pasa un brazo por los hombros, me acerca a su costado y pone la mano sobre mi cabeza.

—Te estás empapando.

Paso el brazo por su cintura para abrazarme más a él y acompasamos el paso.

—Da igual. No hace frío.

—Te recordaré eso esta noche, cuando estemos en la cama y quieras que te caliente los pies helados —se burla.

—Yo hago otras cosas por ti.

—¿Estamos hablando de sexo?

Suelto una carcajada indignada.

—Claro que no, idiota.

Se ríe y me abraza con firmeza para que no pueda huir de él. Forcejeo con pocas ganas hasta que le dejo creer que ha ganado y tiro de los cordones de su sudadera, enredados entre los dedos, para hacerlo bajar la cabeza y acercar la boca a la mía.

—¿Podemos quedarnos aquí más tiempo?

—¿Debajo de la lluvia? —Me hace cosquillas en los labios cuando habla tan cerca.

—No, debajo de la lluvia no. Me refiero a tú y yo solos lejos del mundo.

Sonríe y me pone la piel de gallina.

—¿Los perros pueden quedarse? —tantea.

—Los perros deben quedarse.

—Entonces sí. Nos quedamos todo el tiempo que quieras, princesa.

EXTRAS SUELO SAGRADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora