Capítulo 3: La infancia de Richard Newman

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 Era un niño muy rubio con el pelo rizado. Con ese rostro angelical parecía que nunca hubiera roto un plato, lo cual denotaba que las apariencias engañan. Sus ojos azules se tornaban muy escrutadores al observar con intensidad cuanto le rodeaba. Estaba en el planeta Petrón. No podía tener más de diez años. La gélida superficie del suelo no parecía afectarle lo más mínimo. Al contrario, diríase que disfrutaba con el frío. Se apresuraba por mirar cualquier escondrijo que hallaba. Buscaba saltamontes galácticos, de mayor tamaño que los terrestres.

Una de sus distracciones favoritas era descuartizarles en pedacitos y luego esparcir los restos con sus soplidos desde su mano. Los insectos emitían atroces chillidos agónicos. Cuando así acontecía, Richard, que así se llamaba tal criatura, perdía la paciencia y terminaba con un método de tortura mucho más compasivo por la rapidez que conllevaba: les aplastaba implacable con el pie.

Corrían tiempos difíciles para el pequeño. Hacían tan solo unos meses el robot de suministro de correo espacial interplanetario les había proporcionado a su padre y a él una misiva fatídica: su madre había muerto en acto de servicio durante el transcurso de la guerra intergaláctica.

A pesar de la férrea oposición de su marido, el padre de Richard, llamado Don, Alice, su madre, se había alistado en el conflicto bélico. Tres planetas estaban implicados. Uno de ellos, Uraxo, había invadido parte del territorio de los otros, Petrón y Balde. Alice estaba imbuida de tal espíritu patriótico que no pudo permanecer impasible.

Richard se había acostumbrado a presenciar violentar discusiones entre sus progenitores debido a su constante desacuerdo en pequeños y grandes asuntos. Ambos eran portadores de un temperamento fuerte y dominante que les impedía ser tolerantes con la otra parte. Por desgracia, Richard ya se había acostumbrado a las imágenes de vajillas que salían disparadas como por arte de magia y chocaban de forma estrepitosa en el suelo.

A pesar de su corta edad Richard ya se había formado su propia opinión de ellos. Había llegado a la conclusión de que sus padres no podían vivir juntos por incompatibilidad de caracteres, pero separados tampoco. Una nociva dependencia mutua ejercía sobre ambos un efecto destructivo.

A pesar de todo, su madre recibió el homenaje correspondiente. Fue considerada heroína de guerra por el Comité de defensa intergaláctico, órgano supremo, al morir mientras transportaba suministros de ayuda humanitaria y logística en un convoy que transitaba en el planeta Balde. Su vehículo fue explosionado al atravesar un campo de dunas desérticas minado de artefactos explosivos.

Desde entonces, su esposo, Don, cayó en picado. Empezó a consumir de forma compulsiva beigas, unas sustancias procedentes del subsuelo de Petrón con un potente efecto adictivo. Las beigas le calmaban y adormecían días enteros. No obstante, cuando experimentaba los síntomas de su privación, las consecuencias eran devastadoras. Richard, que ya se había acostumbrado a cuidarse sólo, lo sabía muy bien. Parecía que la guerra había detonado en el propio hogar.

Los estallidos de violencia de Don eran dirigidos hacia su propio y único hijo, en el curso de los cuales Richard era agredido física y verbalmente por su padre. El niño crecería así en ese ambiente explosivo sin conocer el amor y la empatía. Fue en esta etapa de su vida cuando empezó a forjarse en él un odio atroz por las injusticias que le expresaba su progenitor y de las cuales no podía defenderse todavía.

Dicha aversión despertó en él un poder innato del que aún no era del todo consciente: la facultad de convertir en hielo cualquier ser vivo u objeto que se propusiera. El enfado contenido actuaba como catalizador de su poder.

Aquel niño abandonado y herido se convirtió en un hermoso joven habituado a las afrentas constantes con su padre. Parecía incapaz de inmutarse por nada. Su deseo de venganza creció con él. El intenso odio que moraba en su interior le incapacitaba para discriminar quién era, realmente, el causante de sus problemas. Si el rencor no le hubiese contaminado tanto habría reconocido que lo había producido su padre y las circunstancias en las que ambos se habían visto envueltos. De ser así, no habría manifestado su ira hacia seres inocentes. Pero Richard se encontraba cegado por su sed de venganza y no podía analizar su situación con objetividad.

El tridente del poder. 1. La Tierra en peligro.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora