⋆Forty two⋆

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-Tiene una tienda de discos, no tiene padres, se hace cargo de una nifña como si fuera su hija- ilba a mitad de las escaleras cuando comenzó a enumerar sus "defectos" -Conduce una motocicleta y ¡qué forma de vestirse!- cerré los ojos tratando de tener toda la tolerancia y paciencia del mundo -No te quiero volver a ver cerca de ella ni fuera ni dentro de aquí- no pude más.

-No recuerdo haberte pedido permiso para salir con ella- me giré sobre mis talones para verla de frente.

-Pues deberías de haberlo hecho, de todas formas sería y es un rotundo no.

-Creo que no me expliqué bien, mamá- cerré los ojos nuevamente. Cordura, ven a mí por favor -Te lo dejaré más claro que el agua- suspiré -Me gusta Samantha, la quiero y no me alejaré de ella sólo porque no te agrada.

-Ahora me toca aclarártelo a ti. No te quiero cerca de ella, no es buena para ti.

-Por favor- alargué irónica -¡Tú qué sabes de lo que es bueno para mí!- reí amargamente -A duras penas recuerdas que existo- se le saltaron los ojos con indignación.

-No digas tonterías. Y ya te lo he dicho, si vives bajo mi techo sigues mis reglas- se dio la media vuelta esquivando el tema que yo había sacado a relucir.

-¡Ah! ¿Entonces es eso?- grité con rabia -¡Pues ese problema se acaba ahora mismo!- subí corriendo las escaleras ignorando los gritos de mi madre de 'No me hables así, Ven ahora mismo', 'No me dejes hablando sola'. ¿Cómo se atrevía a pedirme que no la dejara hablando sola cuando ella lo hizo conmigo durante más de 6 años? Decía que era un defecto de Samantha haber perdido a sus padres, y yo estaba en la misma situación. Por más que lo intentara yo también era huérfana prácticamente.

Lancé una enorme maleta en la cama mientras que con rabia limpiaba mis lágrimas. No era sólo por lo que decía sobre Samantha, yo ya traía cargando muchas cosas desde hace muchísimo tiempo y ésta había sido simplemente la gota que derramó el vaso. Sin siquiera mirar tomaba la mayor cantidad de ropa y zapatos que podía, tomé todo lo que sería indispensable y las laves del auto. Ni a golpes haría cerrar la maleta.

Entré de nuevo al clóset y tomé otra donde lancé lo que impedía que la otra cerrara, e incluso otras cosas más. Guardé las llaves en mi empapado pantalón, cogí el bolso que llevaba esta mañana al colegio y cargué como pude las dos pesadas maletas.

-Por favor- soltó una risa -Deja de decir y hacer estupideces- dijo burlonamente al verme bajar el último escalón.

-No son estupideces, tal vez para ti todo lo que diga sean estupideces pero al menos trato de convivir contigo- lágrimas de porquería que no se detenían -Pero da lo mismo después de todo- acomodé el bolso sobre mi hombro -Así estamos acostumbradas. Tú no tienes hija, y yo no tengo madre.

Conduje lo más rápido que pude, cosa que no era lo más inteligente. No paraba de llover y yo no paraba de llorar. Frené de golpe, casi derrapa el auto pero no me importó. Sólo salí de la carretera. A dónde iba? Eran las diez de la noche y estaba parada en un costado de la carretera, con demasiadas probabilidades de quedarme atascada en el lodo. Puse mis brazos sobre el volante y recargué mi rostro en este tratando de controlar mi incesable llanto.

No eran lágrimas de tristeza, eran lágrimas de enojo, de coraje. Pero estas se volvieron de tristeza al darme cuenta de que estaba completamente sola. No en el auto, no en la carretera. Siempre estaba sola. No podía llamar a Nuvia o me llevaría arrastrando de regreso a casa, y Samantha seguramente me regañaría.

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Pov. Samantha.

Me quité la chaqueta y la sacudí tratando de que la mayor cantidad de agua escurriera fuera de la casa y no dejar el charco dentro.

-Lo siento- le dije a Osvaldo cuando lo vi al entrar.

-Sí, como sea- dijo con fastidio, se puso su chaqueta y caminó hacia la puerta. -¿Sabes que?- dijo volteando hacia mí -Subiré mi tarifa- me señaló -Soy un niñero muy bueno y trabajo horas extras.

-Hablaremos de eso- le dije riendo y éste salió cerrando la puerta con cuidado. Seguramente Sol ya estaría dormida.

Subí a mi habitación tratando de hacer el menor ruido posible. Cambié mis empapados pantalones por un short rojo que me llegaba arriba de las rodillas, tal y como los de los basquetbolistas y una camiseta blanca.

Tomé mi ropa que no dejaba de escurrir agua y nuevamente bajé las escaleras para dejarla en la lavandería. Iba de regreso por las escaleras cuando sonó el timbre. Joder "No me vendría nada mal un elevador" pensé ya que una vez más tendría que bajarlas. Tal vez Osvaldo había olvidado algo. Abrí la puerta y no fue precisamente Osvaldo quien estaba parado frente a mí.

Sus ojos estaban rojos, el delineador corrido por el agua o con más exactitud sus lágrimas. A pesar de estar completamente mojada podía distinguir sus lágrimas cayendo por sus mejillas.

-¡Abril! ¿Qué pasó?- pregunté aterrada, hace menos de treinta minutos la había dejado en su casa perfectamente bien.

-Perdón Samantha, perdón- se disculpaba entrecortadamente mientras se ataba a mi cuerpo. Sin importar mojarme de nuevo y volver a subir, bajar y de nuevo subir las escaleras la envolví entre mis brazos

-¿Por qué te disculpas? ¿Qué sucedió? ¿Qué pasa?- hablaba con desespero ante su alarmante Ilanto.

-Perdón no tenía a donde ir y no quería estar sola y, y, y...- tartamudeaba sin cesar un poco el llanto -no quería estar sola.

-Tranquila- le dije sobando su espalda -¿Quieres contarme que ha pasado?- pregunté lo más suave que pude, no quería abrumarla.

-He peleado con mi madre de nuevo- su voz se amortiguó al estar pegada a mi pecho.

-No llores, ya se arreglará- dije tratando de consolarla.

-N-no- tomó todo el oxígeno posible -Yo no volveré.

-Preciosa, todos tienen problemas con sus padres- deshizo el abrazo.

-Samantha, he venido a pedirte si me dejas quedarme solamente por hoy contigo- limpió con brusquedad sus lágrimas, tanto que un color rojizo se apoderó de la zona debajo de sus ojos -Mañana buscaré un hotel y después un departamento o qué sé yo.

𝙼𝚎, 𝙼𝚢 𝚜𝚎𝚕𝚏 𝚊𝚗𝚍 𝙸 《Rivari》Donde viven las historias. Descúbrelo ahora