Capítulo 8 Estrella a la vista

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Las escaleras hasta la cima de la torre para obtener la estrella parecían eternas. Cada escalón que subían solo los hacía gemir y maldecir al cruzar la espiral y solo ver más escaleras. Si no estuvieran agotados por todos los eventos de la noche, tampoco habrían llegado más rápido, simplemente eran muchísimas escaleras.

—Poner tantos escalones en la torre más alta es definitivamente la cosa más cruel que ha hecho tu madre —dijo Evie, casi arrastrándose.

—Aún nos falta la mitad por lo menos —mencionó Jay mirando por la ventana, juzgando por el ángulo en que daba la vista.

Mal respiró profundo y continuó al frente. No tenía muchas ganas de hablar y sinceramente solo quería regresar a Auradon y tumbarse en la cama durante semanas. Continuaron subiendo las escaleras. Evie se aburrió y decidió hojear el libro que encontraron antes mientras avanzaban. Encontró interesante que el hechizo para convertirse en anciana que usó la Reina Malvada en realidad sí tenía una forma de revertir su efecto para volver a ser bella, pero esa parte estaba tachada y cubierta de tinta que dificultaba leerlo bien, la receta de la poción de Hades para vencer incluso a los dioses, también repleta de tachas y correcciones. Encontró un capítulo sobre las estrellas, se mencionaba su poder infinito y algunos detalles sobre cómo pedir de manera correcta un deseo, miró una nota extraña al pie de página, pero antes de poder leerla, finalmente se toparon con la puerta de la habitación.

—Y está cerrada —Jay levantó la mano e hizo un gesto de molestia contra la puerta —. Denme cinco minutos para forzarla...

Mal pateó la puerta de madera vieja. No se abrió, aún así continuó pateando, una y otra vez, cada vez más enojada.

—Ey, Mal, deja que yo me encargué ¿sí? —trató de apartarla, sin embargo siguió golpeando hasta que la madera cedió y se partió en pedazos.

—Problema resuelto —jadeó y extendió los brazos para dejarles el paso libre a sus amigos. Entraron en la sala y encontraron la estrella. resplandeciendo de manera enceguecedora de brillo color dorado.

—Wow, jamás creí que podría ver algo así —dijo Jay, alcanzando la luz flotante frente a él. La estrella levitaba sobre su mano y se las mostró a sus compañeros —¿En qué debemos usarla?

—Hay tantas posibilidades —murmuró Evie —. Una buena acción, obviamente. Eliminar para siempre toda la basura en la naturaleza, rescatar alguna especie en extinción...

—Ey, ey, ey, ¿qué sucede? —Lonnie los empujó para ver mejor, el brillo en la estrella se estaba apagando a una velocidad alarmante — ¡Se está muriendo!

—¡No, no, no, no! —Mal le arrebató la estrella a Jay y se apagó, dejó de flotar y cayó en su mano, era bastante ligera y lucía como cristal pintado de naranja. Mal apretó la mandíbula, pero recordó un detalle —. No está muerta, la magia en la isla debe haberse agotado ya ¡Esto es bueno! Significa que ya no pueden usarla —de la nada, la estrella volvió a resplandecer —. O no...

La estrella repetía el ciclo, brillaba y se apagaba de forma intermitente.

—Ha de ser como un faro, tiene un ciclo que seguir.

—¿Entonces podemos usar el deseo y regresar a Auradon? —pregunto Lonnie.

—Tal vez... El libro que encontramos menciona algo sobre pedir los deseos —Evie examinó de nuevo la página que marcó y leyó —. "La manera correcta de pedirle un deseo a una estrella es con la fuerza del corazón. Solo los verdaderos deseos pueden cumplirse. Pamplinas"

—¿De verdad dice pamplinas? —comentó Mal incrédula.

—Son notas entre los márgenes —explicó Evie —. Quiero decir, estas cosas las escribió tu madre, pero alguien más escribió los conjuros.

—Mi madre tenía su propio libro de hechizos, pero supongo que solo copió los que le parecieron útiles —Mal ocultó la estrella dentro de los bolsillos, pero el brillo seguía siendo demasiado intenso para esconderlo.

—Solo hay que buscar una forma de irnos de la isla sin llamar la atención —comentó Carlos —. No podemos volver por donde vinimos, seguro los piratas nos esperan.

—Y dejamos a Harry y Gil en la costa —dijo Jay.

—No tenemos duendes que nos faciliten el regreso —Mal se quejó —. Es muy arriesgado volver a enfrentarnos a las brujas.

—Permíteme ahorrarte el viaje —dijo Maddy entrando en la habitación, con la frente sudorosa. Ella se agachó y suspiró con pesadez, apoyándose en sus rodillas para no caer de cansancio —¡Malditas escaleras! Bien, dame la estrella, Mal. Se acabó —Maddy apuntó a Mal con la hoja rota de la espada de Uma.

—Uff, sí, necesitas un milagro para esa espada. Uma la ama más que así misma y seguro te matará por lo que le hiciste.

—Es difícil que se moleste si la dejé noqueada —volvió a jadear, por fin, recuperando el aire.

—Oh sí, pero por suerte ya desperté —se presentó Uma, que de igual manera llegó jadeante a la cima.

—Malditas escaleras —dijeron las tres casi al unísono.

—Bien señoritas, las tres queremos la estrella, pero obviamente yo soy la única que podrá conservarla —Mal refugió la estrella entre su pecho y manos.

—Ya me encargaré de ti, princesa —Uma miró a Maddy y se tentó la cabeza, aún adolorida —. Vas a devolverme mi espada y mi sombrero.

—Ah, esa cosa horrible, agradéceme por eliminar esa porquería.

Uma gruño y se abalanzó contra Maddy, que no pudo hacer mucho por retenerla. Mal le dió la estrella a Jay y empujó a ambas al suelo mientras le ordenaba a su grupo que huyeran mientras pudieran.

La espada rota cayó y Mal la lanzó al otro lado de la habitación, aún reteniendo a las dos brujas para que no alcanzaran a sus amigos.

—¡Los veo en el barco! —les gritó antes de perderlos de vista.

—Bien —le respondieron.

Maddy logró ponerse encima de Mal y retenerla contra el suelo. Uma la pateó para reemplazarla.

—Quién lo diría, ya no eres tan fuerte ¿eh? —le dijo la morena.

—Tal vez, pero yo sí tengo amigos —la pelimorada sonrió. Uma no pareció entender, hasta que la golpearon en el costado de la cabeza. Evie sostenía la espada rota y golpeó con la empuñadura —. Gracias E.

—Te veías en problemas, M.

—Sí —aceptó —. Vámonos antes de que se levanten. 

Carrera en la Isla de los PerdidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora