Capítulo 17 Recuperar un deseo.

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Estaban fuera de la Isla de los Perdidos, estaban de regreso a Auradon. Tenían la estrella y el pergamino con ellos, habían salvado el día. La estrella resplandeció de nuevo y se recargó de energía mágica, incluso Mal, se sentía renovada probando el aire mágico del otro lado de la barrera.

—Llegaremos a la costa del rey Eric al atardecer con esta velocidad —comentó Carlos.

—Genial, tengo toda la tarde para inventar un discurso de disculpas por hundir uno de sus barcos —Mal tentó el agua salada y se sintió mareada de recordar a Ben. También debía hablar con él, ser sincera antes de llegar más lejos. Confiaba que Ben sería comprensivo de alguna manera, pero su interior no la dejaba tranquila imaginando el peor escenario posible. Ellos ya habían atravesado por muchas cosas juntos, podían soportar otro bache en el camino al felices para siempre ¿cierto?

—¿Y qué haremos con la estrella exactamente? —dijo Jay.

—¿A qué te refieres?

—Bueno, tenemos el pergamino y la estrella. Todo lo necesario para pedir un deseo ¿no? ¿Qué haremos con eso?

—¿Quieres usar el deseo? —preguntó Mal.

—No, bueno, es que... Es el objeto mágico más poderoso que haya habido jamás ¿no es desperdicio solo guardarlo?

—No fuimos a la isla para eso —agregó la pelimorada —. Fuimos para evitar que los villanos la consiguieran y usarán su poder.

—Igual era un poco inútil si necesitaban el pergamino para hacerla funcionar ¿no? —mencionó Carlos.

—¿Viste el libro de mi madre? Ella tenía una habitación especial, el conjuro, el poder y trampas para usar la estrella desde antes de que nosotros lo supieramos ¿Qué hubiera pasado si en lugar de Uma fuera mi madre la que estuviera buscando la estrella? Ni siquiera habríamos tenido la oportunidad de hacer algo.

—Okay, tienes razón —Jay levantó las manos —, pero qué haremos ¿vamos a quemar el pergamino y tirar la estrella al fondo del mar?

Quedaron callados. Mal no estaba segura. Ese deseo podía beneficiar a un sin número de personas con la petición correcta, pero siempre existiría el riesgo de que lo usarán de modo incorrecto. Además, habían estado al borde de la muerte docenas de veces y ¿solo la iban a tirar al fondo del mar?

—Déjemos que el Hada Madrina se encargue de eso —comentó Carlos —. Ninguno de nosotros podría pensar en un deseo "correcto". Tirarla no es una opción después de todo lo que hemos hecho. Si alguien puede tomar la mejor decisión al respecto, es el Hada Madrina.

Se miraron entre ellos, parecía la opción más lógica. Lonnie resguardo la estrella contra su pecho y Mal se aseguró de que el pergamino siguiera junto a ella.

—Sí, es lo mejor.

Evie volvió a tomar el libro y lo leyó despreocupadamente mientras se acercaban a su destino. Jay rozó los dedos de su mano con los de Lonnie, pero se arrepintió al instante antes de que ella se diera cuenta de lo que intentaba. Jay se percató de que Mal lo vió. Tenía esa sonrisa burlona que usualmente venía acompañada de un insulto o broma cruel.

—Ni se te ocurra —le dijo.

—Yo no dije nada —se rió cruzándose de brazos y mirando al otro lado. Jay se sonrojo y Mal no pudo evitar soltar una carcajada.

—Ya basta —ordenó.

—¡Es muy gracioso!

—Ey ¿qué pasa? —preguntó Carlos.

—¿De qué estamos hablando? —dijo Evie.

Mal se rió por lo bajo e hizo una señal con los ojos que ambos entendieron.

—Oh santo cielo —Evie se dejó caer de espalda contra la pared de la lancha, también riendo.

—Debimos imaginarlo —Carlos le restó importancia.

—Esperen, yo no entendí —dijo Lonnie.

—Lo entenderás —dijeron los tres al unísono. Jay quiso matarlos a los tres con sus propias manos.

Continuaron el camino sin hablar mucho, realmente trataron de dormir y recuperar un poco de fuerza, pero simplemente no pudieron. Pudieron visualizar el castillo de Ariel a la distancia, ya estaban más cerca, pero entonces la lancha se detuvo.

—¿Qué pasó, capitán? —le preguntó Mal a Carlos. Él golpeó el motor y concluyó su diagnóstico.

—Se nos terminó la gasolina. Tendremos que nadar.

—¿Qué? —los cuatro se quejaron.

—Demonios —Mal analizó la distancia —. Creo que podemos remar hasta allá.

—¿Con cuales remos? —Evie se cruzó de brazos esperando una respuesta.

Mal se arremangó la sudadera de Ben y miró a Evie expectante. Lonnie ya tenía una camisa de manga corta. Jay no acostumbraba usar mangas. Carlos se quitó la chaqueta. El grupo miró a Evie, todavía esperando.

—Más trabajo ¿saben lo que el sol le hará a mi piel?

—Llegaremos más pronto y dejas de quejarte —comenzaron a remar con sus brazos. Evie se les unió de mala gana. 

Carrera en la Isla de los PerdidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora