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El sol se marchaba perezoso sobre los tejados de Barcelona, tiñendo el cielo de tonos dorados y rosados mientras cargamos nuestro equipaje en el maletero del coche. Con una sonrisa expectante, ajusto mis gafas de sol y me acomodo en el asiento del copiloto, mientras Pedri enciende el motor.

La ciudad se desvanece poco a poco en el espejo retrovisor, dando paso a carreteras serpenteantes mientras nos adentramos en el corazón rural de Cataluña. El paisaje cambia gradualmente, dejando atrás el bullicio urbano para dar paso a campos de viñedos y olivos, salpicados aquí y allá por encantadores pueblos de piedra y casas rurales.

A través de la ventanilla, observo extasiada cómo las colinas ondulantes se extienden hasta donde alcanza mi vista, salpicadas de flores silvestres y arbustos fragantes, recordándome, cómo no, a mi querido País Vasco. A medida que avanzamos, el camino se estrecha y se vuelve más insidioso, Pedri duda si es la dirección correcta, pero así nos indica el navegador.

Finalmente, tras unos minutos más de viaje, divisamos a lo lejos la silueta de un antiguo caserío de piedra, igual al que aparecía en las fotografías de Internet. Un cartel anuncia con letras elegantes el nombre del hotel, terminando por confirmarnos que nos encontramos en el lugar correcto.

—Buenas tardes —saludo situándome delante de la mesa de recepción. —Tengo una reserva a nombre de Lía Rivas —añado, informando a la chica que me pide un momento para teclear en el ordenador.

—¿Una habitación para dos personas todo el fin de semana? —pregunta ella, repitiendo los datos de lo que solicitamos vía online.

—Sí —confirmo.

—Perfecto —responde, estirándose para coger un pequeño tarjetero. —Su número de habitación es el 118 en la segunda planta. Aquí dentro van dos tarjetas —Deja la cartulina a mi alcance. —También tienen desayuno incluido, los horarios son desde las siete y media de la mañana hasta las once, aunque también pueden hacer uso del servicio de habitaciones si lo desean, encontrarán una carta en la mesa de noche con los productos que se sirven. Cualquier duda o problema no duden en llamarnos —explica de manera rápida, como si ya se supiera la información de carrerilla, algo que no dudo. —Nuestro parking es privado. Deben de entrar por la derecha, detrás del edificio y ahí verán una bajada hacia un subterráneo. Deben presionar donde pone "Timbre" y les abriré desde aquí. Pueden aparcar en la plaza que deseen.

—Perfecto —digo, asintiendo ante toda la información e intentando retenerla. —Muchas gracias.

—A ustedes.

Salgo de nuevo en busca de Pedri, me subo al coche y le repito las mismas indicaciones que la chica tuvo conmigo. Pedri aparca el coche en la plaza que más le convence, y ambos descendemos para sacar las maletas.

—Vamos allá —dice él, arrastrando su maleta por el aparcamiento. —Estoy agotado.

—Te dije que podía conducir yo —replico, rodando los ojos. —¿Entrenamiento duro? —consulto, ya que fue salir del entrenamiento y dirigirnos hacia aquí, aprovechando que tiene dos días libres sin entrenamientos que coinciden con el fin de semana.

—Bastante —responde, sin dudar. —Pero seguro que me relajo mucho aquí —dice, con una sonrisa pícara.

Niego con la cabeza y soy la primera en salir del ascensor en nuestra planta. Fijo mi vista en el cartel que indica hacia donde está la habitación número 118 y giro hacia la derecha. Al entrar, somos recibidos por una suave luz dorada de los pocos rayos de sol que quedan en el cielo que se filtra a través de las cortinas de lino blanco, iluminando delicadamente los tonos suaves de la decoración.

En el centro de la habitación, una cama king-size con sábanas blancas impecables se eleva como el punto focal, rodeada por cojines mullidos y una colcha ligera de algodón. A los pies de la cama, un banco de madera oscura invita a sentarse y contemplar la vista a través de la ventana. El baño adyacente es un santuario en sí mismo, revestido de azulejos blancos, pero lo que más se lleva mi atención y la de Pedri es el amplio jacuzzi con luces suaves incrustadas en sus paredes.

Sueños compartidos IIIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora