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Aprovecho el momento de ir a coger unas fotocopias para hacer una pequeña parada en la máquina de café de la oficina. Necesito un café lo más cargado posible, ya que no he podido pegar ojo en toda la noche. Una de mis vecinas se encuentra en mal estado de salud y ha pasado la noche gritándole a su cuidadora, robándome horas de sueño. He tratado de arreglar mi cara con maquillaje, pero las ojeras son bastante visibles y la falta de sueño afecta mi rendimiento y humor.

Por suerte, el día de hoy no es de los más duros. Tras presentar alguna documentación y avanzar en unas redacciones, mi jornada laboral está completa. Justo a la misma hora que termina mi novio de trabajar, no haciéndole esperar por mí. Al salir de la oficina, visualizo el Porsche y me acerco al lugar. Pedri tiene las llaves, así que me apoyo contra el coche revisando mis redes sociales después de enviarle un mensaje avisándole de que estoy fuera.

—¿Te vas de casa? —pregunta una voz masculina sobresaltándome. Levanto la mirada de la pantalla de mi móvil y me encuentro con la curiosa mirada de Javier.

—No, es que hoy necesito algunas cosas extra —explico amablemente, evitando proporcionarle información innecesaria.

—¿Tu coche aún sigue en el taller? —indaga. Asiento con la cabeza en respuesta. —¿Y necesitas que alguien te lleve? —insiste, mientras gira despreocupadamente la llave del Cupra entre sus dedos.

—No, gracias —respondo con una sonrisa, tratando de parecer relajada. —Estoy esperando a Pedri —añado, mencionando a mi novio que, para ser sinceros, ya se está demorando más de lo esperado.

—¿De verdad? —pregunta Javi, con una mezcla de preocupación en su rostro. —Te puedo llevar a casa sin problemas. Pedri aún no estaba en el vestuario.

—Gracias, pero no hace falta —niego de nuevo.

Cortésmente, me despido de él y se marcha hacia su coche. Pedri tarda unos minutos en aparecer y darle la señal al coche de que se abra a la distancia, y yo no tardo en subirme al asiento del copiloto. El olor a su colonia inunda el habitáculo nada más se sube y estira su cabeza para dejar un beso en mis labios.

—¿Qué tal el día? —pregunto cuando se pone en marcha y bajamos la cuesta que da a las afueras. Una gran cantidad de aficionados aguarda a las puertas esperando conocer a algún jugador. Pedri, a pesar de saludar, no se detiene a firmar nada.

—Bien —resume. —Volví a entrenar con el primer equipo —dice, con una sonrisa.

—¿Qué? —exclamo en tono de pregunta. —¡Qué bien, amor! —le felicito, con una sonrisa, girándome completamente para observarle de perfil.

—Sí —afirma él. —Es un pequeño avance, aún no sé seguro cuándo podré volver a jugar, pero supongo que el final está más cerca —dice, algo más confiado que en este tiempo atrás.

—¿Y qué tal? ¿Qué sensaciones tuviste? —indago, buscando saber más y aprovechando que está compartiendo este momento conmigo.

Me había dado cuenta de que nunca me comentaba cosas de las lesiones. Lo hablé con su madre alguna que otra vez y ella era la que me mantenía informada si había algún avance. No entendía por qué pasaba esto, y aunque lo estaba dejando pasar, en cualquier momento iba a preguntarle. Así que, recibir esta noticia de su parte, me alegra en cantidad.

—Buenas —admite. —Estuve haciendo ejercicios en solitario bastante tiempo y luego me pude unir a un partido —explica, y asiento ante sus palabras, aunque no me está viendo. —Espero seguir así y poder volver al campo.

—Estoy segura de que sí —aliento sus palabras.

Estaciona en el garaje de casa y ambos nos bajamos del coche. Me ayuda a llevar algunas de las bolsas que había traído para después y dejo todo en su habitación antes de volver a bajar a la cocina y al salón para saludar a su familia. Comemos todos juntos una riquísima comida que su madre había preparado y la ayudo a recoger mientras charlamos en la cocina de diferentes temas.

Sueños compartidos IIIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora