Capítulo 3: Última oportunidad, Adán

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—Eso de abrirme los ojos está bien, pero para eso me tendrás que llevar a algún lado—Que no lo malpiense por favor. Si alguna divinidad me escucha, que no lo malpiense. No creo que pueda soportarlo.

—Espera. No seas impaciente—Me dice con tono relajado. Y la verdad es que este tono me es nuevo. Hasta ahora su tono era diferente, más jocoso. Al menos esta voz es menos irritante.

—No, si ya. Pero como llevamos veinte minutos caminando y todavía no sé ni a dónde vamos...

—Ya lo verás, Divinito. Ya lo verás.

Me paro en seco. Lo miro con la mirada más fría posible a los ojos. Noto como veo su alma. Él se gira, con tono de burla. Empieza a reírse sutilmente.

—Ni se te ocurra volver a llamarme así—Pongo la expresión de mayor asco que puedo.

—¿Qué pasa? ¿No te gusta el nombre Divinito? Yo creo que es más bonito que Luzdi.

—Me la suda lo que pienses, como me vuelvas a llamar así me voy. Y me da igual que falte a mi palabra—Ya lo que me faltaba, tener que aguantar el mote de este soplapollas.

Adán me mira por unos segundos a los ojos. Mi expresión de enfado se diluye en su color castaño y en los brillos de la pupila.

—Está bien. No te llamaré así—Frunzo el ceño—. ¿No te fias?

—No sé, algo me hace desconfiar de ti. No sé lo que es, ah sí, que eres un puto cani, por eso no me fio.

—Eres duro de pelar eh—Me sonríe intensamente. No respondo, pues sé que se tomaría mi respuesta de la forma que no es.

***

Después de la bronca con la madre, hace unos días.

Mi mellizo me toca el hombro. Me aparto de mi libro, y me giro para verle. Me enseña su puño, pero luego lo abre y me revela un pedazo de pan. Mi tripa ruje de hambre al verlo. Yo le doy las gracias con un abrazo.

Vuelvo a mi cama, con mi libro. Pero noto como mi hermano, Daniel, me mira intensamente. Al principio lo ignoro, pues la novela estaba en lo más interesante, mas no acabo preguntándole qué le pasa.

—Cuéntamelo, porfa—Me dice

—¿El que?

—¿Cómo fue la pelea con el cani? ¿En serio le partiste una silla?

Me llevo las manos a la cabeza.

—¿En serio, Daniel?

Me da una mirada como de perrito abandonado. Yo cedo a la presión psicológica y le cuento. En fin, no deja de ser la persona que más adoro en el planeta, y mi hermano pequeño.

—Pues que estaba yo en clase de euskera, y le pregunto al profesor por un aditza, por un verbo. Y el cani de siempre, el que siempre tiene los calzoncillos de Kalvin Klein, ¿Sabes quien te digo?

—Sí. Oye, ¿tú como sabes como es su ropa interior? Es que se la has visto de cerca?—Nos empezamos a reir del chiste absurdo.

—Mira, no te doy porque sé que me estás vacilando. Sabes que como tiene el pantalón por las rodillas, para variar, se le ve todo. Hasta el puto culo, ¿que necesidad? Y teniendo cinturón, si es que hay que ser imbécil.

—Sí, ya. Pero que si se te presenta la oportunidad de verle de cerca, ya sabes a lo que me refiero, sé que no la rechazarías.

—¿Yo? ¿Liarme con un cani? Ja. Antes muerto y lo sabes—Antes tenía pensado contarle que en unos días voy a quedar con un cani que me ha ganado dos apuestas... pero teniendo en cuenta de que me vacilar por los siglos de los siglos (amén), pues mejor no—. Coño. soy marica, pero no tanto.

Abrazando EstereotiposDonde viven las historias. Descúbrelo ahora