Mateo, solo estaba en su cama, ese día Sam no había ido a visitarle y eso realmente le hacía sentir muy solo, pero tampoco podría llegar a reclamarle, seguramente tenía sus responsabilidades.
Pero esos pensamientos fueron interrumpidos por el estruendo seguido de pequeños golpes que provenía de su puerta.
De inmediato se fue a investigar, ese tipo de ruidos nunca eran buen presagio en esa zona, al llegar intentó escuchar algo más que esos golpes y en efecto oyó algo, unos lamentos. Abrió la puerta y a sus pies cayó un Sam malherido, ni siquiera pensó, de inmediato lo metió a su casa intentando no provocar más daño del que ya era visible.
-Sam, Sam, Sam... ¿Qué te pasó?-Preguntaba desesperado por el estado en el que el pelirrojo se encontraba-
Al momento en el que se aseguró de posicionar a Sam de forma en el que casi ninguna herida estuviera en contacto con el suelo, se levantó a cerrar la puerta e intentar encontrar cosas con las que tratar las heridas, nunca fue bueno con la magia de recuperación, así que se tendría que conformar con esas cosas viejas de las que solo había leído un poco.
Al arrodillarse junto al malherido Sam e intentar aliviar sus heridas, su dolor, solo escuchaba esos lamentos que le romperían el alma a cualquiera.
Unos minutos después Sam estaba descansando en la cama del Demonio.-Que desastre...-Solo susurraba Mateo algo asqueado por el reguero de sangre en la entrada de su casa, pero satisfecho de haber podido hacer algo por el pelirrojo.
...
Sam despertó a la mañana siguiente desorientado y adolorido, ni siquiera podía articular palabra pero hizo el suficiente ruido como para alertar a Mateo que apareció en su vista nublada cuando estuvo a pocos centímetros de él, por lo que adolorido y buscando el calor, la compañía de alguien... suplicante intentó moverse desesperado por cualquier contacto gentil y por suerte Mateo entendió el mensaje.
El demonio se sentó en el borde y abrazo con gran cuidado al malherido que correspondió a los minutos subiendo solo una de sus manos a la espalda del contrario y aferrándose a ella, no se quería separar de tal contacto, ese que le recordaba que estaba vivo y tenía un corazón que latía con fuerza y con el cual sentir.
-¿Me vas a decir qué pasó?-Fue lo que pregunto Mateo cuando sintió que el pelirrojo estaba más tranquilo.
Sam intentó articular palabra, no quería hablar de eso, pero tampoco quería dejar hablando solo a Mateo. No pudo.
-Lo siento, no tienes que hablar ahora.-Fue lo último que dijo, mientras acariciaba el cabello del pelirrojo, quería relajarlo, que volviera a dormir para que su cuerpo se siguiera recuperando.
Al pasar de los minutos Sam volvió a dormir y esta vez parecía mucho más tranquilo, por lo que Mateo aprovecho para ir y seguir con sus cosas hasta que el pelirrojo estuviera despierto.
...
Sam estuvo dormido solo unas horas.
-Mateo...-Logró decir esta vez, lo suficientemente fuerte como para ser escuchado por el mencionado, que a los pocos segundos hizo acto de presencia con una pequeña bandeja de comida en sus manos.
-Estoy aquí, no te preocupes.- Dijo al entrar, para luego colocar la bandeja en la mesita de noche.-Te vez un poco mejor.- Decía a la vez que ayudaba a acomodar a Sam para que pudiera comer.
-Es gracias...a ti.-Agradecia el pelirrojo, mientras observaba el rostro del demonio..."Quiero sentirlo" pensamiento que paso de manera fugaz por su mente, pero que rápido sacó de esta.
-Bueno, no tienes que agradecer... no podría simplemente dejarte allí afuera.-Seguía la conversación mientras ponía la bandeja en sus piernas y le ayudaba a comer a Sam.
-Hubieras podido... yo... gracias.-Y ese fue el final de la conversación.
Al acabar Mateo desapareció de la habitación y Sam no pudo evitar querer volver a llamarlo, pero fue paciente y espero a su regreso.
Al momento de este regresar dudo un momento pero volvió a pedir ese cariño, ese abrazo que le hizo sentir mejor. Mateo hizo caso y lo abrazo, esta vez acomodándose en la cama y allí se quedaron en silencio.
Ninguno de los dos entendía bien lo que hacian o sentían, para Sam era como si al aferrarse a la calidez del cuerpo contrario, pudiera olvidar, olvidar todo ese dolor físico y mental acumulado por años, todas esas cosas que lo hacían sentir como un extraño entre su gente y para Mateo era como si un hueco en su alma se pudiera llenar, un sentimiento de vacío que lo había mantenido asocial, aislado y hundió en esa soledad... desapareciera por esos breves momentos en los que parecía estar completo al consolar a ese pobre hombre que se veía tan mal como él o peor. Pará los dos eran tan extraños sus propios sentimientos que nunca los hubieran podido expresar con palabras, y aunque así fuera ninguno lo diría porque arruinaría ese pequeño momento.
En un acuerdo silencioso dejaron que el tiempo pasara por miedo a que nunca más pudieran sentirse de esa forma, por miedo a nunca más tener oportunidad de ocultar lo que había en sus mentes podridas.