El sacerdote mandó a llamar a dos de sus hombres más fuertes, y mientras que llegaban este optó por acercase al cuerpo dormido del pelirrojo y tomar las hojas y los libros, escondiéndo estos en su gran túnica, colorida y llena de plumaje de también diversos colores, nadie que lo viera podría llegar imaginarse las cosas que pasaban por su cabeza en aquel momento, al llegar los hombres este aún se encontraba al lado de la cama.
-Llevaoslo al centro, de inmediato.-Esto dicho acompañado con el gesto del pulgar bocabajo. Desaprobación.
Los hombres apenas escucharon la orden agarraron a Sam, uno de cada brazo, tan bruscamente que lograron despertarlo con sobresalto, pero ni tiempo tuvo de pensar porque fue arrastrado con fiereza hasta el sitio ordenado.
-Oh... mi Dios.-Susurro con lamento.
El sacerdote caminaba sin prisa, para dar tiempo a los dos hombres de preparar todo, pero también fue porque su mente no paraba de divagar, entre los pensamientos de culpa y arrepentimiento. Este pensaba en cómo debió de ser más firme, debió de darle el castigo como debia de ser... Todo esa rebeldía que se desataba en el joven pelirrojo, no encontraba más que culpa en él mismo, y ahora eso era su castigo.
Al por fin el sacerdote asomar en el lugar, vio el grupo de personas que ya se había arremonilado al rededor del pelirrojo que de rodillas estaba atado desde sus muñecas por cortas cuerdas a grandes piedras que no le dejarían escapar, ni siquiera levantarse.
Todos hicieron silencio y el sacerdote se acercó.
-Aquí, eh de pedirles perdón, el echo de que ahora Sam este así... es mi culpa.-Anunció, dudando un poco de sus últimas palabras.-Fui demasiado suave con él, con sus escapadas y secretos.-Con esas últimas palabras, saca los libros y las hojas para tirarlas delante de Sam, visible para todos.
La multitud solo se asombro, nunca pensaron que algo asi podria pasar, y Sam solo podía luchar en vano por escapar, ya sabía lo que esperaba.
El sacerdote con el dolor de su corazón, tuvo que ordenar a los dos hombres anteriores que procedieran con lo que debía ser, mientras se alejaba a una distancia prudente desde la que tenía que observar todo.
Los hombres empezaron, primero con golpes que fueron escalando a patadas, jalones de pelo y latigazos, todo eso era violencia indiscriminada.
Sam a este punto solo lloraba, agonizaba del dolor mientras intentaba pedir clemencia, ya habiéndose quebrantado a las tres horas.
-Para Dios aun no es suficiente.-Solo eso salía de los labios del sacerdote, quien deseaba más que nadie que todo eso parara, pero quien igualmente concedía que los hombres fueran cada vez peores.
Ellos a la tercera vez que esas palabras fueron pronunciadas, optaron por cortar en el pecho del pelirrojo "traidor", ellos no sabían que era pero era parte de las únicas especificaciones de ese castigo, en lo que Sam solo pedía que pararán mientras se resistía tanto que sus muñecas sangraban.
De hay en adelante, fueron los sonidos de látigos resonando en la espalda de Sam, el sonido de un hueso quebarndose, el estruendo de los golpes y el de la sangre salpicando.
A las horas Sam ya no podía expresar palabra, toda su parte superior había ya había sido lástima, no había parte que no estuviera roja, hinchada o sin sangre.
-Suficiente, Dios dice que es suficiente.-Ya al atardecer, antes de que lastimaran sus piernas, detuvo a los hombres.
Los hombres sólo se fueron.
El sacerdote se acercó al casi inconsciente Sam, se inclino a su altura y solo pudo susurrarle una disculpa, y ya por fin se dispuso a desatar las cuerdas de las sangrientas muñecas del pobre condenado.
-Pero esto es su culpa, te lo adverti.-Eso fue lo último que dijo. Sontando solo una lágrima.
-SAM.-El grito de una mujer resonó, junto al sonido de sus pasos corriendo.
El sacerdote temia que eso pasara, pero imagino que igual esa chica no podría ser retenida para siempre. Mas la interceptó antes de que pudiera lanzarce al cuerpo moribundo de Sam.
-¡DEJAME!¡¿CÓMO LE HACES ESOO?!-Gritaba la mujer, desesperada por ayudar al pelirrojo.
La mujer, llorando, solo fue arrastrada por el sacerdote lejos de Sam.
...
A las horas, Sam por fin recobro algo de conciencia la suficiente para poder levantarse, con mucho esfuerzo, apoyándose de los árboles solo pudo dirigirse al único otro lugar que ha llegado a conocer.
Al llegar solo cayó ante la puerta, golpeándola y él volviendo a perder la conciencia.
...
En el templo, a media noche, solo se encontraba un sacerdote despojado de sus coloridas ropas. Lamentando todo lo que había pasado con el pelirrojo, pero decidiendo dejar ese cariño que lo tenía y tratarlo como a cualquier otro...
Así lo dictaría Dios.