Capítulo cuatro: Testigo

1 0 0
                                    

Los ojos negros de Black ya están brillando con reflejos dorados cuando entra al edificio, sin aliento y con el cabello desarreglado. Su cola se zarandea violentamente y sus orejas están alertas. El lugar está limpio, los pisos y paredes son de un color blanco, y está provisto de algunas sillas y estantes con libros, aparte del escritorio de recepción con una computadora, donde un joven con lentes, cabello lacio y negro que le llegaba a los hombros la miraba indiferentemente.

— ¿Que viene a hacer aquí, soldado? — Pregunta el hombre, volviendo su mirada a la revista que sostenía en sus manos.

— Estoy aquí para hablar con el capitán general — Responde Black, sobresaltada.

— ¿Con cuál de todos? Hay uno por cada piso de este edificio cariño, y tenemos tres subsuelos y cuatro pisos — Responde él, sin levantar su mirada.

— ¡Obviamente me refiero a Roger, mi padre! — Exclama la joven, golpeando sus manos en el escritorio del hombre.

Él se lame un dedo y pasa la página de su revista, asqueando a la chica.

— ¿Tienes una reunión programada? — Pregunta él, indiferente a la urgencia de la pelinegra.

— ¿Qué? No, pero— Empieza a decir ella, con extrañeza, pero es interrumpida.

— No te puedo dejar subir entonces.

— ¡Pero es mi padre! — Grita Black, indignada.

El hombre de cabello negro levanta la mirada lentamente y se agacha sobre el escritorio, dejando la revista de lado. Él aprieta unos botones y luego habla en voz alta.

— Black Kurenai está aquí, Capitán general de Quimica Roger Kurenai. ¿Puedo dejarla pasar? — Unos segundos transcurren y una voz familiar sale de la computadora.

— Si, hazla pasar.

El hombre hace una mueca molesta, revolotea los ojos y se pone de pie. En silencio, dirige a la joven al elevador que estaba a unos metros del escritorio y habla en voz baja.

— Piso tres, puerta cuatro. Tiene un grabado con el nombre de tu padre, deberías encontrarla con facilidad.

— Gracias. — Murmura Black, asintiendo con la cabeza.

Las puertas del ascensor se abren y la soldado entra, claramente incómoda en su propia piel. El hombre da media vuelta y se vuelve a sentar, agarrando su revista justo en el momento que el elevador empieza a subir los pisos. Unos pocos minutos después, la entrada principal se abre de un portazo.

— ¡¿AHORA QUÉ?! — Grita el joven, golpeando su material de lectura contra el escritorio, con exasperación.

Dos chicas sin aliento se encontraban junto a la puerta intentando hablar, eran Rose y Krista.

— ¿Takeshi? ¿Qué haces por aquí? — Pregunta el hombre, claramente confundido por la presencia de la conocida allí.

— ¿Has visto a Black por aquí, Keb? Alta, cabello negro, piel clara— Empieza a describir ella, pero es rápidamente interrumpida.

— Si, acaba de tomar el ascensor a la oficina de uno de los capitanes ¿Por qué?

— Maldita sea, es muy tarde. — Se queja la rubia, aun recuperando su compostura.

— ¿Puedes dejarnos subir? ¿Por favor? — Suplica la chica de pelo violeta, juntando las palmas.

El recepcionista pasa su vista por ambas chicas, intentando decidirse.

— Puedo dejarte pasar — Comienza a decir el chico.

— ¡BIEN! ¡¿A qué piso debemos ir?! — Pregunta Rose, interrumpiéndolo.

Black Kurenai: La guerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora