El edén es magnífico. Podría decir que es el paraíso en el paraíso. Es el jardín más grande y de todo el reino y genera tanta paz caminar entre sus árboles generadores de esta pequeña ausencia de luz llamada sombra. Creo que nadie ha podido notar el contraste que generan estos pequeños tramos de sin iluminación. Hace unos días se me ocurrió el nombre de "oscuridad" para definir los lugares donde no hay luz. En el paraíso sólo bajo los frondosos árboles es que se conoce la sombra. Sin embargo, me gusta poder tener un nombre para referirme a este fenómeno, aunque no lo comparta con nadie.
Me detengo y siento bajo el árbol más grande del jardín. Miro hacia arriba para apreciar el movimiento de las ramas y hojas que llenan de música el silencio. Paz absoluta. Entonces, irremediablemente, recuerdo el beso. Cierro los ojos y busco sentir de nuevo los labios de Dios contra los míos. Un encuentro divino que nadie en este reino ha podido experimentar. Fue sólo nuestro. Algo dentro de mi pecho vuelve a moverse, me arranca de mis pensamientos. ¿Qué es esto que golpea desde adentro? Desde el beso, no dejo de sentirlo cada vez que me imagino de nuevo frente a Dios; cuando imagino que vuelve a posar su santificada mano contra mi cuerpo estremeciendo mis sentidos. Cierro los ojos nuevamente. El golpeteo mudo permea dentro de mi pecho, pero dejo que me conduzca por la fantasía de otro beso, uno más profundo, menos temeroso.
Bajo la mano desde mi cuello hasta mis muslos. Entonces descubro que hay otra sensación completamente nueva entre mis piernas. Si mis dedos rozan esa zona, puedo hacer arder mi piel y un cosquilleo domina mi alma. Quiero besarlo, quiero que él me bese; sentir su mano de nuevo contra mi cuerpo y que siga el camino hasta mi entrepierna y así lleve mis emociones a un nuevo nivel que no puedo dimensionar. Sería magnífico. Sublime. ¿Se puede desear a alguien? Porque lo deseo. Mi rey. Mi Dios... Algo en mi ser se eleva mientras continúo frotándome. Es como si mi espíritu quisiera partirse en dos, dejando libre la otra mitad para que se eleve al infinito. Un sonido escapa de mi boca como si fuera esa parte de mi alma queriendo escapar.
Entonces, la voz de Dios invade mis oídos y me despierta de la ensoñación. Mi cuerpo aún tiembla, pero intento concentrarme en lo que tenga que decirme.
–Lucifer. –Es la primera vez que dice mi nombre. No puedo evitar sonreír. –Te requiero en la sala del trono, por favor.
Luego su presencia desapareció. ¿Piensa que con una sola petición me hará ir con él? Después del beso no se había pronunciado por tres días hasta ahora. Casi una eternidad y lo primero que dice es "te requiero en la sala del trono". Le teme a decir que quiere verme, lo sé. Algo me dice que su invitación no es más que para revivir aquél momento. Y por más que quiera volver a experimentar verlo de frente y sentir sus labios, me recuesto en la corteza del árbol a disfrutar la paz del Edén, hasta que vuelva a solicitar mi presencia.
Pasa el tiempo, el suficiente para que hubiese llegado volando al castillo, mi ausencia debe desconcertarlo. ¿Qué ángel ignora su llamado? Sin embargo, sigue pasando el tiempo y no se comunica. Pienso que quizá me requería para otra tarea. Tal vez se la encomendó a otro ángel al notar mi indiferencia. Pero no, no puede ser eso. Si ocupara algo respecto al reino, nombraría a cualquier ángel con rango; yo aún no tengo ninguno, ¿por qué me llamaría a mí si no fuera algo relacionado con el beso? En fin. No caeré en el juego. ¿Él juega? Sería el primer ángel con quien Dios juega a ignorarse. Me divierte. Aunque una parte de mí piensa que quizá perdió el interés genuinamente. No, contrólate.
Relajo mi cuerpo y libero mis pensamientos con un suspiro. Llamará.
Pero no lo hace.
Pasa un día entero y no se ha vuelto a comunicar. Me invade la frustración. Ni siquiera la paz del jardín puede contenerme. Llevo aquí esperando su voz y el canto de las hojas no me suena a nada más que ruido. ¡Maldición!
ESTÁS LEYENDO
Eres mi templo (Lucifer x Dios)
FanficEs tiempo de contar mi versión. Esta es la verdad de cómo fui desterrado de los cielos por Dios, luego de mostrarle aquello que después castigaría con pudor, negando por toda la eternidad que nuestro amor fue más allá de lo espiritual.