Podría haberlo visto tres veces antes de esto, pero no vino a ninguno de los ensayos. El templo parecía especialmente grande y vacío cuando estaba yo sola con el sacerdote y mi madre. Practicaba toda la ceremonia sola, intercambiando rosarios y anillos con el aire, leyéndole los votos escritos por mi madre al vacío. Quería verlo con buenos ojos, quitarle hierro al asunto, así que trataba de consolarme con que éramos tres en el templo, el número que representa el Cielo, la Tierra y el Ser Humano. Se supone que da buena suerte, y me aferré a ello.
La única petición que tuve para la ceremonia fue que fuera en un día soleado de primavera. De pequeña soñaba con una boda preciosa, con los pétalos de los cerezos volando con la brisa de abril. Ahora soy consciente de que los pétalos no van a flotar, que la brisa no moverá mi pelo y que mi amado, con quien me estaría casando, no me apartará ese pelo de la cara. Pero al menos quería que hubiera cerezos en flor, y a mi madre le pareció bien.
Me miro al espejo. La luz entra por la ventana y yo estoy lista. El kimono es de un blanco tan puro y de un material tan caro que parece que brilla con el sol. A lo mejor el hilo es de oro. Mi madre no ha observado en gastos para la boda, así que no me sorprendería. Los zapatos me hacen daño, y solo espero que el impoluto calcetín blanco no se manche de sangre. El maquillaje es simple, y la forma en la que tengo recogida el pelo es compleja. Me han peinado por dos horas, aunque la capucha blanca que debo ponerme no dejará que nadie vea el peinado hasta finalizar la ceremonia. Mi piel parece más pálida de lo normal, aclarada con especial interés y cremas caras. La viva imagen de la pureza. La novia perfecta.
—¿Anna? Tenemos que irnos. —Me giro a mirar a mi madre, que me mira con atención. Se acerca a mí, sombría, y me arregla una arruga inexistente en la manga derecha del kimono.— Debes estar perfecta. Recuerda lo que debes hacer.
—Sí, madre.
La sigo cuando empieza a caminar, manteniendo la expresión serena aunque quiera quitarme las sandalias de madera y echar a correr. Maldigo a la Anna de dieciséis años. La maldigo por vender su libertad, por comprometer la mía, pues los Kamo no permiten el divorcio. La opción no existe. Sacudo ligeramente la cabeza, haciendo lo mejor que puedo por mantener la tristeza y los pensamientos a raya. Primero lo primero, la boda, y después ya se verá.
──❀•❀──
Para cuando me doy cuenta, ya estamos entrando al templo. El sacerdote es en quien me fijo primero, que me observa caminar con una pequeña sonrisa. Después mi lado de la familia, ocupado por mi abuelo, mi tío y mi prima de seis años. Mi madre se les une cuando llegamos al altar. Frente a mí, al fondo, observo a la familia Kamo. Es la primera vez que los veo, y su presencia me intimida. Van vestidos de negro, como si fuera un funeral. Puedo ver a la señora Kamo, Rin, la madre de Choso. Mira a su hijo, aunque parece observar una lejanía que soy incapaz de ver. Su mirada es melancólica, su expresión cansada. A su lado está Junko Kamo, la abuela paterna de Choso, que me mira a mí. Me provoca un escalofrío con su mirada de superioridad, la frialdad de sus ojos. Sé que esto no le parece bien, que no me acepta para su nieto. Por desgracia para ella, y probablemente para todos salvo mi madre en esta sala, la última palabra la tiene él. No hay nadie más. Por último miro a mi prometido, frente a mí. Estamos un poco más separados de lo estrictamente necesario para la ceremonia, pero dadas las circunstancias no podía esperar menos. Aunque lo miro directamente, no me devuelve la mirada. Tampoco me miró ante el juez.
Ha cambiado, desde luego. El muchacho de diecisiete se ha quedado atrás en el tiempo. Ahora, con diecinueve, parece haber envejecido cinco años en lugar de dos. Tiene las ojeras marcadas, como si se hubiera pasado la noche en vela, y la piel es de una palidez enfermiza. Es alto, de ojos y cabello oscuros, de rasgos fuertes y nobles. Sus ojos son como los de su abuela, y no puedo evitar sentirme pequeña ante la idea de enfrentarme a esa mirada de desaprobación todos los días. Su kimono es negro y tiene el pelo recogido en dos rodetes desarreglados que dejan escapar algunos mechones que reposan en sus mejillas. Siento la tentación de apartar algunos, pero sería intrusivo, violento. Uno de los mechones roza la cicatriz que le cruza el puente de la nariz. Según lo que se sabe, fue por un accidente que tuvo de pequeño. Mi madre nunca descubrió la verdadera razón de la marca, demasiado perfecta para ser un accidente, así que yo tampoco conozco su origen.
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Meddle About - Choso Kamo
Fanfic" 𝓦𝓮 𝓸𝓷𝓵𝔂 𝓶𝓮𝓽 𝓮𝓪𝓬𝓱 𝓸𝓽𝓱𝓮𝓻 𝓳𝓾𝓼𝓽 𝓽𝓱𝓮 𝓸𝓽𝓱𝓮𝓻 𝓭𝓪𝔂, 𝓫𝓾𝓽 𝔂𝓸𝓾 𝓪𝓵𝓻𝓮𝓪𝓭𝔂 𝓰𝓸𝓽 𝓶𝓮 𝓯𝓮𝓮𝓵𝓲𝓷𝓰 𝓼𝓸𝓶𝓮 𝓽𝔂𝓹𝓮 𝓸𝓯 𝔀𝓪𝔂 " Anna no esperaba verse involucrada con la mafia, pero los planes de su madre apunta...