5. Tempestad

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La tormenta se ha ido erigiendo a lo largo del día. Primero la torrencial lluvia de llamadas que ha llegado para Choso, demasiado temprano. El estridente sonido del teléfono ha interrumpido la calma de la madrugada como un rayo. La conversación apenas era perceptible desde mi habitación, pero el tono de Choso ha aumentado a medida que llegaban las llamadas. En algún momento, sobre las cinco de la mañana, ha salido de su habitación para ir a prepararse un café. No podía dormir, así que yo también he salido para asegurarme de que todo estuviera bien. Ha colgado al instante y, tras tomarse un instante para calmarse, me ha dicho que no me preocupara y que me fuera tranquila a dormir. Aunque me haya dado las buenas noches, no he podido dormirme, pues tras la lluvia ha llegado el huracán de la ira de Choso. Los gritos han despertado los ladridos de las perras, y el portazo de la puerta cuando se ha marchado ha sonado como un trueno.

Me he quedado un rato en la cama tras esto. Sobre las nueve de la mañana le he escrito, preguntando si todo estaba bien. No ha respondido. El preludio del maremoto de mi preocupación y ansiedad ha aparecido cuando, a la una, le he preguntado si vendría a comer y tampoco ha respondido. A la tarde he intentado distraerme sacando a pasear a las perras, yendo al gimnasio, cocinando algún postre. Pero la preocupación por Choso era un constante bramido en el fondo de mis pensamientos.

Sin embargo, la tempestad parece no llegar nunca a su clímax, dejándome constantemente en tensión, esperando a que llegue su conclusión, pase la tormenta y se calmen las aguas. Camino en círculos por el salón con la siempre atenta mirada de Artemisa sobre mí. Son las once de la noche, la batería de mi móvil está al seis por ciento y mi lista de llamadas recientes suma más de cuarenta al número de Choso, todas resultando en el buzón de voz automático. 

El esperado apogeo parece llegar una media hora y dos llamadas después, cuando la cerradura de la puerta cruje. Contengo el aliento mientras la puerta resuella al abrirse y camino hacia la entrada, acelerando el paso con cada centímetro que avanzo. 

Su habitual peinado está especialmente despeinado. Su postura es pesada, revelando el agotamiento que siente, y se aferra al pomo de la puerta, como si le costara mantenerse de pie. Sus manos tiemblan ligeramente, como si sufrieran seísmos que hacen tambalear todo su ser, y su respiración es agitada, adolorida. Me detengo frente a él y, aunque le cueste, alza la mirada para buscar la mía. Abro los ojos y mis manos tiemblan cuando las alzo para cubrirme la boca. Lo primero que noto es el golpe en uno de sus pómulos, que comienza a ponerse morado. Después la sangre seca bajo la nariz, dibujando su curso hasta la comisura de sus labios. Por último sus ojos, con las ojeras más hundidas de lo normal, la mirada perdida, aturdida, tratando de enfocarse en mí.

—¿Hana?

La voz le sale en un susurro ronco que me hace reaccionar. Termino de acercarme a él y trato de sostenerlo, abrazándolo. Parece relajarse y sus manos abandonan el pomo de la puerta para devolverme el abrazo. Parece derretirse entre mis brazos para acomodarse a mí, suspira y me estrecha con suavidad. Al principio era solo para sostenerlo, pero cuando siento sus brazos cierro los ojos y me pego más a él, sintiendo que por fin puedo respirar, que ya no me ahogo.

—¿Estás bien?

Su murmullo me hace reír. 

—¿Tú me preguntas a mí si estoy bien? ¿Es en serio? —me separo un poco para mirarlo, y puedo ver en su mirada que sí, lo pregunta en serio—. Sí, estoy bien. Preocupada por ti, pero bien.

—Menos mal —susurra. Una de sus manos abandona mi espalda para colocarse en una de mis mejillas. Su pulgar traza en una caricia la forma de mi pómulo, y parece buscar en mis ojos la prueba de que realmente estoy bien—. Me daba miedo que te hubiera pasado algo. No me lo perdonaría.

Meddle About - Choso KamoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora