ⵈ━════╗Capítulo 3╔════━ⵈ

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Su mirada dorada la miró con atención, como si ese ser humano fuera el objeto más extraño que alguna vez conoció, ahora ambos vestidos en cómodas prendas por las sirvientas y el doctor, quien no podía creer como su Rey lo veía como un Alcón mientras la revisaba, dictaminó que solo era una simple gripe, y la fiebre ocasionada por el frío de la tormenta se iría pronto.

Fue como una rosa con espinas, luciendo tan hermosa, tan tranquila bajo el efecto del sueño, pero sintió que si la tocaba de nuevo, lo cortaría. Por lo que solo acercó su mano para rozar su piel contra la mejilla de ella, casi como un toque fantasma antes que la puerta de su habitación fuera golpeada suavemente.

Su mano fue retirada como si quemara, viéndola de manera anhelante una vez más antes de soltar un suspiro, mentalizando su título de Rey para recibir a quién fuera que molestaba a esas altas horas de la noche. Su seguridad renovada al abrir una de las puertas, viendo a su sierva más antigua con la cabeza gacha tras hacer una reverencia en su presencia.

-Majestad, lamento molestarlo, pero quería recordarle que mañana en la mañana llegarán las damas para la elección. - La noticia lo tomó desprevenido, aún sabiendo aquello con antelación, lo había olvidado por completo.

Deten el traslado, ¡lo arruinaran todo! La bestia emergió furiosa, y al escucharlo, Sesshomaru apretó el pomo con fuerza, en un intento de no demostrar la lucha interna que le daba aquella consciencia. No quieres a ninguna de ellas. Trató de razonar, cayendo en oídos sordos.

El Rey se mantuvo firme, mirando a la sierva expectante. Su decisión fue tomada y no daría marcha atrás por una...

Giró la cabeza, viendo a la preciosa azabache aún durmiendo, como si aquella habitación que era suya le perteneciera también, al igual que la enorme cama donde yacia plácidamente.

Por una humana. Finalizó el pensamiento, dándole la respuesta esperada a la mujer mayor.

-Ubicalas dónde se había acordado, podré atenderlas al mediodía en la sala del trono -ordenó, su corazón pesado de alguna forma.

-Sí, su alteza - Se despidió la mujer con otra reverencia, dejando a su Rey como si hubiera hecho algo incorrecto.

Una amargura formándose junto a la decepción de su bestia.


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Su despertar fue eterno, tanto, que cuando abrió los ojos las sirvientas que la cuidaban lloraron de alegría. Por otra parte, también fue una exageración de su parte, ya que apenas eran las once de la mañana, habiendo descansado lo suficiente.

La preocupación fue tanta, que costó horrores convercerlas de que solo necesitaba pañuelos para sonarse los mocos, pero estaría bien, podía movilizarse. No quería desperdiciar un día en la cama, se la conocía por ser inquieta, así que su corazón se sintió aliviado cuando pudo recorrer el castillo como la hacía habitualmente, pese a que no podía sentir su aroma a limpio por sus fosas nasales tapadas.

-Si usted viera, Princesa Kagome, lo caballeroso que se vio su Alteza al llevarla de ese modo en brazos -comentó una de las siervas, de manera soñadora como si de un cuento se tratase.

-Y se veía tan preocupado, algo nunca visto -dijo otra, emocionada y aún incrédula.

Kagome frunció el ceño, escuchando a las mujeres escandalosas que la seguían desde atrás, risueñas. Aunque saber eso le intrigó al principio, se volvió un fastidio cuando se pusieron muy repetidoras con el tema. ¡Por supuesto que actuaría así, está hechizado! Quiso gritar aunque no fuera lo adecuado.

Enfermo de Amor |SesshomeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora