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El caballo se movió inquieto al ser montado con tal brusquedad; su ginete estaba furioso, podía sentirlo. El aura del Rey no solo espantaba a sus súbitos, sino también a su leal animal. Incluso los propios lacayos temblaron mientras acomodaban la montura de su soberano.

—Alteza, ¿cómo sabe dónde ir? — Uno de los guardias se atrevió a preguntar.

"~Daiyokai, Majestad~" Aquellas voces continuaron sonando, como si provinieran del viento del bosque, comenzaron desde que salió del castillo, como un canto de sirena atrayente.

—Ellas me están llamando —respondió, sacudiendo con fuerza la correa del semental para que comenzará a correr, tomando desprevenidos a todos que se apartaron asustados.

La fuerza del bosque desde la lejanía se sentía alta, de aura pesada, un presentimiento de desconfianza se mantuvo alerta al saber lo sucio que podían jugar las brujas y lo vengativas que podían ser por ir contra ellas.

Dios, incluso la incertidumbre de saber si la azabache estaba bien lo comenzaba a asfixiar, pero en el fondo, sabía que su humana estaba bien.

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El bosque fue silencioso, sin ruidos de naturaleza, sin animales, solo plenitud, sin embargo, eso hizo que se sintiera escalofriante. Sus pasos firmes pisando el césped con cautela, fueron el único sonido existente. Aunque la vista fuera clara, no quiso arriesgar a su caballo, dejándolo atado en las afueras del lugar.

—¿Majestad? ¡¿Majestad?! — El llamado lleno de incertidumbre resonó a metros de él, pero él continuó por el camino contrario.

No es su voz. Garantizó su bestia. Pese a oírse como la misma, lo sabía mejor, esa punzada de desconfianza, ese sentimiento de desesperación, era la única cosa que lograba mantenerlo cuerdo de las ilusiones.

Pero aún así, fue cruel.

Sus pasos se detuvieron por un momento. Sus ojos dilatados presenciaron la imagen de su Azabache atada contra un árbol, su cabeza colgaba mientras su cuerpo estaba decorado por flechas que profanaron su piel hasta dejarla en aquel estado, como si no valiera nada.

Su aroma es diferente. Le aclaró Yako al ver su vacilación, sintiendo como forzaba su cuerpo para seguir caminando, pasando por al lado la perturbadora ilusión.

Un cambio de ambiente llamó su atención cuando caminó unos metros más, sus ojos volviéndose rojizos al seguir avanzando, precavido de lo que podría encontrarse. Y como si hubiera cruzado una barrera, la naturaleza frente a él fue transformaba en un bello jardín. Había flores por doquier, las rosas siendo el predominante, el mármol los caminos brillantes y lujosos, junto con fuentes de agua. Sus ojos observaron un bello castillo que antes no estaba allí tampoco, siendo testigo del jardín de un reino al parecer.

¿Qué clase de ilusión es está? Pensó Yako al ver todo tan armonioso.

—¡Hiroyi! —gritó la dama a su costado, haciendo girar la cabeza al albino de inmediato en su dirección.

Esa voz. Esta vez habló Sesshomaru, convencido de lo que oyó, encontrándose a su azabache sana, en su máximo esplendor mientras le sonreía a un hombre a varios metros de donde estaba.

Es ella. Confirmó su bestia, mientras sus pupilas se dilataban, volviendo al bello ámbar en su iris. ¿Pero quién es él? Preguntó con amargura.

Hiroyi —repitió el daiyokai, con la sensación de que tendría que recordar esa información. Ella parecía tan feliz a su alrededor, aunque ese hombre no tuviera encanto.

Enfermo de Amor |SesshomeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora