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Habían transcurrido varias horas desde aquel incidente, y la noche ya había caído, pero el enrojecimiento y el dolor persistían en el cuello de Alastor. El pecador se encontraba en su alcoba, despojado de su característico traje, observando detenidamente en el espejo la zona lastimada.
─Debí esperármelo ─ murmuró Alastor casi como un susurro mientras se contemplaba en el espejo. Ardía, una sensación punzante que parecía recordarle las manos que aún podía sentir, apretando sin piedad su cuello. La zona estaba enrojecida y dolorida, como si las marcas del ataque persistieran en su piel con una intensidad casi tangible.
Entre dientes, Alastor gruñó mientras sacaba unas cuantas vendas y un frasco de alcohol de un pequeño cajón, sin siquiera necesitar mirar hacia el lugar, ya lo conocía demasiado bien. ¿Se había confiado? Sí, totalmente. Pero se había atrevido a desafiar al rey del infierno. ¿Qué esperaba? ¿Salir ileso? Claramente, Alastor sabía que habría consecuencias por su insolencia, pero todo sería para que las cosas fluyeran de acuerdo a su plan. Con esta pequeña acción, ahora podría incluso manipular de mejor forma a Charlie. Tal vez podría decir que su padre intentó asfixiarlo de nuevo, que lo amenazó de muerte; fuera lo que fuera, con esa escena desagradable, podría cambiar las cosas a su favor.
Aunque se sentía satisfecho por haber llevado a cabo su plan, ver su cuello de aquella manera lo llenaba de furia. Además, estaba confundido. ¿Por qué demonios habían fallado sus poderes? No le había sucedido nunca antes. Tenía su bastón cerca y reparado; no había razón para que sus poderes fallaran de esa manera.
─¿Qué fue lo que me hizo?─ Habló con molestia mientras se volvía a mirar al espejo. Su cuello ahora se encontraba vendado; con suerte, esas heridas se irían en algunos días. Ahora solo debía ser paciente.
Decidió recostarse un rato, reposando su espalda en el respaldo de la cama y leyendo algo. El demonio no solía dormir y ni le era necesario; podía tener energía todo el día sin una pizca de cansancio. Muy rara vez dormía, aunque eso le molestaba. Estar dormido implicaba estar indefenso, incapaz de estar en todos sus sentidos, mostrando una parte débil de sí mismo, y eso simplemente no podía ser. Despreciaba mostrar esa parte de él.
Una pequeña luz iluminaba cada palabra de ese pequeño libro mientras el Alfa leía cuidadosamente, sereno, mientras que canciones pasadas de moda pero llenas de tranquilidad eran reproducidas por un tocadiscos.
[🥀]
Ya era el día siguiente, y el hotel estaba sumido en el silencio matutino. Tan temprano era que solo una figura se movía entre las sombras de la Sala principal: la princesa. Con la mente ocupada, caminaba de un lado a otro, su cabello desordenado y sus ojos erráticos reflejaban su estrés y preocupación.
El recuerdo del día anterior aún estaba fresco en su mente, y la imagen de la escena que presenció la había enfurecido. Sin embargo, con la claridad del nuevo día, Charlie comenzaba a darse cuenta de que quizás había sido demasiado dura con su padre. No le había dado tiempo para explicarse, simplemente lo había expulsado de la habitación. Pero en ese momento, no había podido pensar con claridad.
