CAPITULO 2

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SACALA DE AQUI

Hugo tenía sus normas, una de las cuales era que los móviles debían estar apagados durante las reuniones matutinas.

Gilberto tomó rápido su móvil y estaba a punto de terminar la llamada. Hugo lo regañó: —¡Responde! Gilberto tosió. —Papá, era un número desconocido, yo… Hugo apartó la taza de té y ordenó: —¡Responde la llamada y ponla en altavoz! Bruno y Jonás miraron a Gilberto con lastima.

Gilberto no tuvo más remedio que responder la llamada y ponerla en altavoz. Se quedaron sorprendidos cuando escucharon una vocecita.

—Hola… ¿Habla mi tío? Soy Liliana Juárez… Mi mami es Julieta Castellanos… ¿Eres mi tío Gilberto? La voz de la niña era débil y monótona, como la de un pequeño robot, sin emociones perceptibles en su tono.

¡El aspecto de la Familia Castellanos cambió de forma drástica! Clac… A Hugo se le cayó de la mano la tapa del bolígrafo.

No podían emitir ni un solo sonido, como si todos tuvieran la garganta estrangulada. La tierna voz de la niña volvió a sonar al otro lado de la llamada.

—Tío… Tengo tanto frío y hambre… No empujé a mi madrastra, pero no me creen… Papá me arrastró hasta la puerta para que me arrodillara… pero tengo frío… Tío, ¿me ayudas? A medida que hablaba, su voz se iba debilitando. El sonido de la tormenta de nieve que soplaba aún podía escucharse desde el otro extremo de la llamada, pero su voz había cesado de repente.

Gilberto recuperó por fin el sentido y agarró el móvil, acercándoselo a la boca mientras gritaba: —Oye, ¿Liliana? ¿Dónde estás? Dime dónde estás. Sin embargo, no obtuvo respuesta. Hugo, presa del pánico, se levantó, y su aspecto antes rígido y severo ya había desaparecido como si hubiera envejecido en un instante.

—¡Rápido! ¡Rápido! ¡Investiguen el número y la ubicación ahora! Liliana se desmayó antes de terminar la llamada y dejó caer el móvil en la nieve.

Esteban volvió a buscar su móvil y vio a Liliana tumbada, sin moverse.

Le dio una patada y gruñó: —¡Sería mejor que estuviera muerta! Hace cuatro años, encontró en la calle a una mujer mal vestida y en mal estado.
La llevó a su apartamento por amabilidad.

Después de que la mujer se aseara, descubrió que era guapísima. Tenía amnesia y parecía estar confundida. Esteban, enamorado de su belleza, se ocupó de ella.

Como un tonto enamorado, la mimó, diciéndole que no se forzara a hacer nada mientras él la cuidaba… Ahora que Esteban lo pensaba, le parecía repugnante.

«Quién sabe si se aprovechaban de una mendiga como ella cuando vagaba por las calles.

Si no, ¿por qué Liliana no tiene ningún parecido conmigo?». Aunque sospechaba, Esteban nunca quiso hacer una prueba de paternidad porque si resultaba que él no era el padre, ¡sería el hombre más tonto de Ciudad del Sur! Esteban tomó su móvil y se marchó.

Todo el tiempo hacía llamadas en su cálida sala de estudio. —Hola… Señor Beltrán, ¡soy yo, Esteban! Me pregunto si conoce a la Familia Castellanos de Terradagio. —¡Saludos, Señor Lozano! ¡Feliz año nuevo! ¿Conoce a la Familia Castellanos? Oh, mi compañía está teniendo un pequeño problema… La tormenta de nieve afuera del estudio era intensa, y Liliana seguía tumbada sobre la nieve.

Era solo cuestión de tiempo para que oscureciera. Estaba un poco consciente, pero ya no podía forzar los ojos para abrirlos. Nunca había llorado desde que murió su madre.

Aunque su padre abusara de ella, nunca había derramado una sola lágrima. Sin embargo, en aquel momento quería llorar.

Cuando llamó a su tío, no obtuvo respuesta. «¿También me odian? Entonces no le agrado a nadie. ¿Y mamá? Si me muero y mamá me ve, ¿también me odiará?».

Los labios de Liliana, morados por el frío, se apretaron mientras pensaba. «Mami… no lloraré… Liliana es una buena niña…». De repente, escuchó un fuerte ruido.

Unos siete autos llegaron a la Mansión Juárez, y un hombre que llevaba un abrigo negro salió del primer auto y abrió la puerta de la mansión.

Como había una enorme tormenta de nieve, ya había cubierto la figura de Liliana. Gilberto miró ansioso a su alrededor.

«Por la llamada del móvil, Liliana dijo que estaba arrodillada en la puerta». De repente, su rostro palideció al ver un pequeño montón de nieve en la puerta. De inmediato se apresuró a empujar la nieve, haciendo que sus manos se enrojecieran por el frío.

Por fin, ¡encontró una pequeña figura bajo la nieve! —¡Liliana! Gilberto se apresuró a recoger a la niña, y en el momento en que vio su rostro, supo que se trataba de su Liliana.

Su rostro era una imagen de su hermana cuando era joven. La hija de su hermana más querida y apreciada: ¡Liliana! Liliana sintió como si hubiera caído en un cálido abrazo, y la persona incluso se había quitado el abrigo para envolverla.

Ella estaba entumecida por haber estado congelada demasiado tiempo, y después de sentir un instante de calor, seguía sintiendo un frío helado que la hacía temblar sin control.

Liliana se esforzó por abrir los ojos y por fin vio al hombre que tenía delante; se parecía un poco a su madre, pero también era diferente.

Los labios de Liliana se crisparon mientras preguntaba débil: —¿Eres… mi tío…? Yo no empujé a nadie… tío… En ese momento, Liliana murmuraba como si hubiera perdido el conocimiento.

Era como un robot frío y sin emociones comparado con el agitado ser de Gilberto. Gilberto estaba a punto de llorar. La niña en sus brazos solo llevaba ropa de otoño de puro algodón sin relleno alguno. Su carita ya se había puesto morada por el frío y sus labios estaban agrietados y oscurecidos.

Como una escultura congelada, su diminuta figura no podía moverse, haciendo temer a Gilberto que la rompería con un solo toque.

—Liliana… El tío está aquí, y te traigo a casa. Gilberto se atragantó. No podía imaginar como Liliana se las arreglaba para sobrevivir en su condición, incluso le asustaba pensar que muriera si hubiera llegado más tarde.

Gilberto sostuvo a Liliana con cuidado, concentrándose solo en ella. Se apresuró a volver al auto.

—Liliana, quédate conmigo. —La voz de Gilberto se volvió ronca—: No te duermas… Liliana, ¿puedes decirle algo a tu tío? Liliana… Liliana ya había perdido el conocimiento.

Hugo se tambaleó un poco mientras se acercaba corriendo. Viendo la ropa amontonada de Gilberto, preguntó ansioso: —¿Cómo está? Gilberto ya estaba entrando en pánico.

—¡Rápido, tenemos que ir al hospital ya! La Familia Castellanos sintió el corazón en un puño y se dirigieron rápido al hospital.

Mientras tanto, Esteban, que acababa de recibir la noticia de su llegada, se apresuró a bajar las escaleras con una mezcla de emoción y júbilo en su rostro.

Cuando la Familia Castellanos se apresuraba a entrar a la mansión, fue detenida por el guardia de seguridad. Una vez que Antonio reveló su nombre, el guardia fue rápido a informarle a Esteban.

Mientras se devanaba los sesos tratando de encontrar la manera de conocer a la Familia Castellanos, Esteban se quedó estupefacto ante la noticia.

Aunque no sabía por qué la Familia Castellanos había aparecido de repente ante la mansión, sabía que tenía una oportunidad mientras estuvieran ahí. «Después de todo, ¡hay esperanza para la Familia Juárez!».

De repente, Esteban recordó algo y se dirigió rápido a un sirviente, diciendo: —¿Esa muerta sigue tirada en el patio? Sáquenla rápido de aquí.

«Esa desgraciada maldijo a su madre hasta la muerte, y ahora mi empresa también quebrará por su maldición».

Esteban no permitiría que arruinara esta oportunidad de reunirse con la Familia Castellanos.

ocho peculiares Donde viven las historias. Descúbrelo ahora