¿LA ABANDONARAN DE NUEVO?
Esteban recorrió el hospital en busca de gente, intentando averiguar qué estaba pasando.
Sin embargo, todos los que encontraba le decían que ellos tampoco sabían lo que estaba pasando.
A estas alturas, los Juárez tenían tanto frío que temblaban sin control en el gélido pasillo.
Los Castellanos tampoco los veían. Se hacía insoportable esperar allí. Paula fue la primera en admitir su derrota.
-Voy a ver a Débora... Débora también estaba internada en ese hospital, pero en el área de maternidad.
Esteban y Ricardo tampoco aguantaban más, pero no querían marcharse, así que no tuvieron más remedio que seguir esperando en aquel frío interminable.
Incesantes quejas llenaban sus mentes. Sin embargo, ¡no tenían idea de que ese no era más que el principio de sus problemas! ... Liliana podía escuchar el pitido silencioso de las máquinas a su alrededor.
También había gente hablando, pero de manera muy indistinta. Sin embargo, había una voz en particular que era muy clara.
-¡Liliana... Liliana querida... Oye, pequeña Tulipán! Tienes que despertar pronto, ¿vale? Si no lo haces, yo... Liliana sintió como si un pequeño enjambre de abejas zumbara junto a su oreja y le parloteara. Era un poco fastidioso.
¿Quién era esa persona que le hablaba? Los párpados de Liliana se agitaron un poco y por fin abrió los ojos, solo para ver una pared blanca como la nieve justo delante de ella.
Un grupo de personas rodeaba su cama. Frunciendo los labios, los analizó de manera cuidadosa.
Gilberto reaccionó con entusiasmo, y también fue el primero en hablar.
-¡Liliana! ¡Ya estás despierta! Soy tu tío Gilberto... El resto de los Castellanos ni siquiera se atrevían a respirar, observaban tensos a Liliana. Liliana estaba perdida.
-¿Tío Gilberto? Su preciosa carita estaba inexpresiva y pálida, parecía una frágil muñeca de porcelana. Sonaba como si estuviera repitiendo una frase extranjera.
La boca de Hugo se apretó en una línea dura. Liliana estaba muy delgada; era tan diminuta que la cama del hospital parecía muy grande.
Le dolía verla así, tanto que le costaba respirar. Gilberto habló con más suavidad.
-Liliana, soy hermano de tu madre. Me llamo Gilberto. Me llamaste antes, ¿recuerdas? Liliana arrugó la frente. Después de un momento, dejó escapar un suave -Vaya. Ahora lo recordaba. Ella había marcado al número del tío Gilberto, pero él la había ignorado. ¿No la querían sus tíos?
-¿Viniste... viniste a buscarme? -preguntó Liliana con un hilo de voz. Todos los hombres alrededor de la cama asintieron contentos.
Bruno añadió: -Liliana, soy tu tío Bruno. Estamos todos aquí para llevarte de vuelta a casa con nosotros.
Hugo sintió como si algo le oprimiera la garganta. Respiró hondo y dijo: -Así es. Estamos aquí para llevarte a casa, Liliana. En el futuro, nadie se atreverá a intimidarte ni a acosarte .
Si alguien lo intenta, tu abuelo Hugo tendrá algo que decir al respecto. Liliana miró a cada uno de los hombres por turno.
¿La iban a llevar a casa? No estaba segura de si volverían a abandonarla cuando la trajeran a casa. ¿La golpearían y la matarían de hambre? Al ver lo callada que estaba, los Castellanos se sintieron aún más tensos que nunca.
Ninguno de ellos tenía mucha experiencia con niños. Uno por uno, miraron a Antonio y a Luis. Antonio era el mayor de los Castellanos, tenía 40 años y dos hijos.