capitulo 6

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MI MAESTRO

Liliana miró a su alrededor, pero seguía viendo solo una habitación vacía.

-¿Quién es usted? -preguntó con voz temblorosa. -Soy tu maestro -respondió la voz con calma. La niña frunció el ceño ante la absurda respuesta.

-No tengo un maestro -dijo con firmeza. De repente, una figura sombría se sentó en la silla junto a la cama.

El joven, vestido con una túnica blanca, no era visible para los demás. Tenía los labios rojos como la sangre, ojos grises penetrantes y nariz alta.

Emanaba un aura fría y siniestra. El hombre miró a la niña y pensó: «Creía que iba a ser una niña tonta e ignorante. Parece que no es tan fácil engañarla...».

-Tulipán. Antes de que pudiera continuar, Liliana siseó: -No me llamo Tulipán. Soy Liliana. El hombre se frotó la barbilla y dijo: -En realidad soy tu maestro.

Tu madre me pidió que fuera tu maestro cuando aún estaba por aquí. -No, no lo hizo -protestó Liliana.

No creía que su madre la entregara a un extraño. El hombre enmudeció ante su negativa.

Cuando Julieta estaba a punto de morir, lo vio y le suplicó que protegiera a Liliana y a los Castellanos.

La niña solo tenía entonces dos años y no podía ver su cuerpo espiritual.

Sin embargo, ¡el hecho es que era su maestro! Hace dos días, cuando Liliana estaba al borde de la muerte, por fin pudo escuchar su voz. Sin embargo, se negó a creer sus palabras.

El hombre se frotó la nariz y declaró: -Julieta Castellanos es tu madre, y tú eres Liliana Juárez. Sé quién eres. Liliana frunció los labios y replicó: -Todo el mundo lo sabe. «Qué joven tan inteligente.

Los Juárez nunca podrían intimidarla si no fuera por su pequeña estatura y su deseo de ser amada».

El hombre sonrió satisfecho y replicó: -No pienses demasiado en todo, pequeña. Cuando estés bien, podremos hacer las actividades ceremoniosas.

Mi nombre es Pablo Belmonte. Fui un hombre formidable en mi vida pasada. -Al notar su expresión de confusión, explicó-: Es natural que no sepas quién soy porque no nací en tu época.

Sin embargo, soy un hombre de talento. Puedo enseñarte muchas cosas, como a protegerte de los malos.

-¿Perecerán los grandes hombres? -preguntó Liliana. Cuando se dio cuenta de que su pregunta había encontrado el silencio, volvió a preguntar-: Si eres tan formidable como dices, ¿cómo moriste? Pablo se quedó mudo ante sus difíciles preguntas.

Ella apretó las sábanas y frunció los labios. -Si de verdad eres mi maestro, ¿por qué me dejaste sola? Nadie se preocupaba por ella desde que murió su madre, ni siquiera cuando lloraba o estaba herida.

Durante el último año, hizo todo lo posible por no molestar a nadie. A pesar de sus esfuerzos, su padre y sus abuelos no la adoraban. Débora incluso le pegaba a veces.

-A partir de ahora, yo te protegeré -dijo Pablo, solemne. Su rostro se endureció y no dio más explicaciones. Liliana se mordió el labio inferior y le dio la espalda.

Pablo acarició la cabeza de Liliana y dijo: -Descansa un poco. Volveré más tarde. Este es mi regalo de bienvenida para ti. Se había apresurado a ver a Liliana y necesitaba volver para atar todos los cabos sueltos.

Liliana sintió una sensación punzante y descubrió que unos hilos rojos rodeaban su muñeca.

La habitación volvió a quedar en silencio. Miró a su alrededor, pero no vio a nadie. Para su sorpresa, su cuerpo adolorido se sentía mejor y su corazón estaba en paz. Después de diez días, las heridas de Liliana se habían recuperado en su mayor parte.

Por fin estaba lo bastante bien como para volver a casa.

-Es un milagro, logró curarse muy rápido. Dada la gravedad de sus heridas, esperaba que tardara tres meses -dijo un médico con incredulidad.

Gilberto no tardó en llegar y observó a Liliana en la cama, con los ojos pegados al cordón rojo que rodeaba su muñeca.

Parecía sola y asustada. -Liliana, ¿qué te pasa? -Extendió la mano y le acarició la cabeza con suavidad-.

¿Qué es esto? Señaló la cuerda roja y preguntó con curiosidad. No recordaba haber visto el objeto en la muñeca de Liliana la noche anterior.

Liliana levantó la cabeza y preguntó: -¿Dónde está mi conejo, tío Gilberto? Gilberto recordó que mientras Liliana estaba inconsciente, se aferró a un conejo de felpa desgastado.

Rápido limpió la nieve de la niña y vació su bolsa para prepararla para ir a urgencias.

Tiró el conejo mugriento a un lado en su momento de pánico.

-¿Era importante el conejo, Liliana? Me temo que desapareció -habló Gilberto con suavidad, luego añadió-: Puedo conseguirte un conejo de felpa nuevo. Voy a comprarlo ahora mismo.

Liliana se mordió los labios mientras sus ojos empezaban a enrojecer. Intentó evitar que las lágrimas corrieran por sus mejillas.

Lloró: -Mamá me regaló ese conejo. «Papá tiró todas las pertenencias de mamá.

El conejito era lo único que quedaba, era lo único que mamá dejó para mí y ahora ya no está. Mami se fue, mi supuesto maestro se fue, y mi conejo se fue».

Cuando Antonio entró a la habitación y vio a Gilberto y a Liliana llorando, frunció el ceño y preguntó: -¿Qué sucedió? -¡No es culpa mía, Antonio! Liliana dejó el conejo en la Mansión Juárez -dijo Gilberto con inocencia.

No quería admitir que el conejo se había ido para siempre por miedo a disgustar a Liliana. Si decía que estaba con los Juárez, había un rayo de esperanza.

-Te conseguiré un juguete nuevo, Liliana. No te enfades -dijo Antonio con cariño. Él era capaz de comprar todos los conejos de felpa del mundo si ella lo deseaba.

-Es el único regalo que Julieta dejó para Liliana -dijo Gilberto, sacudiendo la cabeza.

-Vamos a recuperarlo -ordenó Antonio. No sabía si el conejo seguía en la Mansión Juárez.

Si no estaba, juró rebuscar en todos los contenedores de Ciudad del Sur para recuperarlo.

-¡Yo también quiero ir, tío Antonio! -dijo Liliana. Aparte del conejo, todavía tenía algo importante que recuperar.

En la Mansión Juárez, Ricardo y Esteban estaban sentados en la estancia, con aspecto descuidado.

El lugar había perdido gran parte de su antiguo esplendor después de que los deudores se apoderaron de todo lo de valor.

Esteban estaba sentado en el sofá, sin afeitar y con aspecto cansado.

-¿Por qué debías tanto dinero, Esteban? ¿Qué vamos a hacer? -gritó Paula. Los Juárez fueron declarados en quiebra el día que Esteban ingresó en el hospital.

Los acreedores no solo embargaron sus bienes, también reclamaron por la fuerza la Mansión Juárez.

Ahora no tenían dónde vivir. -¿Por qué demonios lloras? Nada de esto pasaría si trataras mejor a Liliana -dijo Ricardo.

-¿Por qué me culpas de todo? Tú tampoco fuiste amable con tu nieta -protestó Paula.

-¡Deja de discutir! -bramó Esteban. Se había pasado todo el día lidiando con la quiebra de su empresa.

Además, podía enfrentarse a penas de cárcel al implicarse el juzgado en el caso. Ricardo y Paula permanecieron en silencio, arrepentidos de haber maltratado a Liliana.

Dadas sus relaciones con los Castellanos, podrían haber tenido la oportunidad de entrar en las altas esferas de la sociedad si hubieran sido amables con ella.

-Mocosa desagradecida. Se olvidó por completo de nosotros después de volverse rica -dijo Paula con amargura. «Después de todo, somos sus abuelos.

¿Cómo puede ser tan despiadada y desagradecida? En la familia se aprende a perdonar y a olvidar.

Además, ni siquiera fue culpa nuestra, ella empujó a Débora por las escaleras y causó su aborto involuntario».

Justo entonces, Débora bajó las escaleras y le dijo: -No te preocupes. Liliana volverá sin duda.

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