De regreso, cuando por fin se encontraba sin gente a su alrededor, finalmente podía dejar de simular. Fingir que estaba bien realmente le había pasado factura aquel largo martes. En cada paso solo podía pensar en tantear si el anillo continúa en su bolsillo, pensando qué haría con él una vez llegue a su casa. Un paso constante y rítmico de una caminata que sólo duraba unas pocas cuadras hasta su casa pero que, en esta ocasión, la hacían sentir pesada, muy pesada.
Agitada, aun sin hacer esfuerzo físico y con el inevitable golpecito de pecho que, a cada minuto, era más acotada la distancia entre uno y el otro. Tosía, ya sin poder taparse la boca, cada vez más y más. Los rayos de sol que podían llegar a darle vitalidad ya la estaban abandonando y dejando por completo a la merced de la noche, en un cielo cada vez más oscuro y donde solo anhelaba llegar a su casa.
«Dios, me siento muy mal, no sé qué me pasa» pensaba jadeando.
Respirando por la boca, pues la nariz ya no le daba suficiente aliento, y ensimismada en cansancio, Rosario se acercaba en lo que parecían, desde su perspectiva, horas de viaje, a su distintiva casa. En eso, sumergida en negatividad, algo golpea su pie, tropezando levemente producto a la irregularidad de lo que, se supone, era un asfaltado y llano camino. Baja su mirada, mareándose un poco en el proceso y, allí, lo nota, estaba pisando algo. Cuando logra diferenciarlo bien, ve lo que parecía ser una revista desechada, en el medio de la calle. Su instinto metódico y pulcro le impide dejarla allí y, en un sobreesfuerzo inhumano por agacharse sin desplomarse, la levanta. De cerca, ya pudo diferenciar bien, era el diario Openthings hecho un rollito, raro, pues era martes después de todo. «¿será que habrá salido un día antes?» Ella no es de leerlo ni mucho menos, puesto que su papá le dice que es un mero chimento juvenil de universitarios barriales, pero, en fin, lo agarró de todas formas, quizás, en parte, por la curiosidad innata que ella posee. Colocándoselo en el brazo, continuó el camino que había pausado unos momentos.
Ya podía verla desde la esquina, diferenciable del resto por ser algo más alta, pues 2 pisos de altura es la excepción en aquella manzana. Algo mareada, se acerca a la puerta, la cual no necesita llave ni mucho menos, puesto que una cerradura tecnológica es la que se sitúa entre ella y la entrada, de esas que registran huellas digitales y, por ende, son imposibles de pervertir. Tras revolotear los ojos para comprobar que nadie se encontraba cerca suyo, en un acto de precaución ya rutinario, volvió a mirar hacia el detector de huella, bastó con apoyar su pulgar unos pocos segundos para que el click de la puerta le hiciera entender que había sido desbloqueada, permitiéndole el paso al amplio hogar.
Un paso tras otro, sudada pese al viento, las defensas las sentía cada vez más en la lona, casi vencida, producto de haber disimulado un malestar ineludible a lo largo de todo el día. «justo hoy me vengo a sentir así» se quejaba. Una alfombra negra recibe sus pies, allí, agachándose, se desabrocha los zapatos y los coloca junto al marco de la puerta, acostumbrada, puesto que a sus padres no les gusta que la casa se ensucie en absoluto.
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Openville
JugendliteraturOpenville, un pueblo que forma parte de un convenio de 4 estados, siendo el más pobre de ellos, se vería envuelto en una serie de misterios que agravarían su situación política. Lo llamado por los vecinos "tragedia de las bolsas" un evento sin prece...