El interrogante

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La casa era aún más increíble por dentro, en cada paso, un revoloteo de cabeza horizontal era la respuesta de Maxi para asimilar tantos objetos y detalles en, a su vez, un espacio tan enorme como reconfortante

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La casa era aún más increíble por dentro, en cada paso, un revoloteo de cabeza horizontal era la respuesta de Maxi para asimilar tantos objetos y detalles en, a su vez, un espacio tan enorme como reconfortante. La pared estaba repleta hasta el hastío de cuadros. Cuadros con marcos dorados y plateados que recordaban a los que suelen estudiar en Arte, como si hubiesen sido extrapolados de un mismísimo museo hasta la pared de un living que parecía no terminarse. Cada cuadro portaba un diseño distinto, abstractos, hiperrealistas, de paisajes, o simple y sencillamente un lienzo apenas entintado con oleo. Definitivamente no es algo de lo que Maxi entienda mucho, pero, sin duda, era llamativo. Los muebles tampoco parecían acabarse, a cada metro que avanzaban detrás de la señora, quien aparentemente los guiaba hacia otra habitación, se multiplicaban los estantes repletos de libros, trofeos, copas, botellas antiguas y un sinfín de objetos que solo aportaban magnificencia al hogar.

«en cada mueble debe haber el mismo valor que mi casa entera» pensaba Maxi, mientras sostenía su mirada efímeramente en cada uno de ellos.

Por encima de ellos, un techo de madera negro, cubierto bajo la luz de un candelabro digno de un vaticano, pues el diseño medieval, con tintes dorados y de luz amarillenta desprendía ostentosidad por la sala. Debajo de sus pies, una alfombra que inundaba el suelo de un rojo carmesí, como si de una alfombra de Aladín, o alfombra roja de Hollywood se tratase, pues, nuevamente, el lujo rebosaba.

Rosario contemplaba, admiraba, anotaba. La libretita color pastel nuevamente se encontraba en su mano izquierda, con la lapicera en su mano derecha, anotando, escribiendo. No quería perderse ningún detalle, ningún apunte, ninguna pista. A paso cortito y constante, levantaba la cabeza, visualizaba, comprendía y escribía.

«esto es mucho mejor de lo que me imaginé ¿realmente se puede ser tan rico en un pueblo así?» pensaba fascinada.

Finalmente, en una percepción adulterada por la ceguera de dejarse llevar, lo que habían parecido cientos de kilómetros determinados en un solo living, terminó, la pared los había detenido de su eterno viaje. Frente a ellos, una puerta marrón, marcando el inicio de una nueva habitación, que por el momento era todo un misterio. Una puerta misteriosa y, quizás, de las más antiguas de toda la casa, en ella, pequeños vestigios de vejez se notaban en un picaporte de los esféricos, como los que solían hacerse en antaño, de un color dorado que levemente había perdido su brillo.

Bianca miró hacia los chicos, aun de espaldas a ellos, ojeando muy por encima de sus hombros.

ꟷesta es la sala de espera, o sala de conversaciones, puede aplicarse para ambas cosas.

«¿sala de conversaciones? Que locura de casa...» contemplaba maxi, en un leve suspiro.

ꟷExcelente, allí si usted acepta podemos preguntarle lo que originalmente íbamos a conversar con el señor alcaldeꟷ respondió Rosario, quien también levantó la cabeza levemente para aun no desprender su vista de la libretita.

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