Quedarme dormida con el uniforme puesto no es precisamente lo que tenía pensado hacer luego de mi beso inaugural con Gabriel. A decir verdad, pensaba celebrarlo con comida chatarra y suspiros de borrego enamorado mientras repetía la tan esperada escena en mi mente e ignoraba lo que sucedió antes y después de que mi mejor amigo y yo comenzáramos nuestro elaborado plan de celos y venganzas para atraer a Rebeca y repeler a cierto chico de ojos cafés y mal temperamento, pero caí en la trampa de mi cama y fui víctima del sueño prematuro.
La decepción al despertarme en mi habitación no se hace esperar y tampoco es algo que pueda evitar, después de todo, aprendí que puedo dormir más de doce horas si no hay nada que perturbe la paz en mi alma. Aunque no creo que esta conclusión sea correcta, pues también descubrí que hay muchas cosas en este mundo que perturban mi paz, tales como pasar el verano en la casa de los abuelos, los castigos improvisados de mi mamá, las peleas del día a día con mi padre, los rayos del sol en mi piel y sus efectos en mis retinas, los labios de Alex enredados con los de Rebeca, y, sobre todo, los secretos que habitan el universo y que jamás podré descubrir a menos que pueda hacer un pacto con alguna entidad que me ofrezca cierto conocimiento a cambio del alma de mis enemigos o algo por el estilo, cosa que me parece tan imposible como la existencia de los vampiros, aunque no pierdo las esperanzas con esa última. En fin, que no creí quedarme inconsciente después de llegar de la escuela, pero lo hice y no me voy a quejar.
O, bueno, sí. Puedo quejarme de las vibraciones tan insistentes que provienen de mi mochila y que solo pueden ser producto de mi nuevo celular.
Me pongo de pie, no sin antes soltar un par de groserías al levantarme de la cama con una mano enyesada y los pies atolondrados. Camino a trompicones hasta mi pequeño escritorio y busco a tientas la mochila. Me toma un par de segundos localizar el aparato vibrador y, cuando lo hago, lo saco de su bolso.
—¿Qué? —Contesto con la voz ronca.
—¿Estás decente? —Alma pregunta desde el otro lado de la línea.
No me atrevo a mirarme en el espejo para responder a su pregunta. La última vez que lo hice, cada uno de mis cabellos apuntaba en diferentes direcciones.
—Tal vez, ¿por qué? ¿Qué hora es?
El suspiro de Alma llega a mi oído en un volumen alto. —¿Cómo no vas a saber qué hora es? —Me regaña—. Son las cinco de la tarde y hemos venido a secuestrarte.
—Pude haber dormido toda la tarde y toda la noche si no me hubieras despertado con tus llamadas tan insistentes.
—No te lamentes, Cristina. Ya estás despierta. —Alma ríe con una felicidad algo sospechosa.
Entrecierro los ojos y rebobino. Por alguna razón siento un nudo en el estómago.
—¿Quién es "hemos"? —Le pregunto.
Hay un silencio que dura apenas un par de segundos, pero tan intenso que puedo adivinar la respuesta aun si Alma se tarda un poco más en decirme.
—Alex y yo —dice por fin y no puedo evitar insultarla entre dientes—. Vamos a ir a la librería. Encontramos en línea algunos ejemplares del libro que tenemos asignado para leer y necesitamos que vengas con nosotros porque también queremos escuchar tu maravillosa historia de amor con Gabriel.
—¿De qué hablas? —Se me escapa—. Ah, eso. ¿Qué?
Tardo más de lo permitido en darme cuenta del plan que Alma ha trazado en contra de Alex. Sin querer, sonrío con orgullo.
—En fin, ¿vas a salir o tocamos el timbre?
En vez de esperar una respuesta, Alma cuelga la llamada y toca el timbre de mi casa como si se le hubiera pegado el dedo. Este acto es la inyección de adrenalina más efectiva que conozco, pues mi cuerpo se echa a andar en busca de un atuendo pasable para recibir a mis visitas y no deja de hacer efecto hasta que ya me he cambiado de pies a cabeza, a excepción de una manga que se niega a ceder el paso a cualquier cosa que no sea mi mano desnuda. Por fortuna, mi amiga es consciente de sus maldades y tiene la decencia de entrar a mi habitación para ayudarme a luchar contra la manga de mi sudadera a la vez que me avienta sonrisas cargadas con un alto nivel de maldad.
Nada más que ahora sí igualo su energía de villana de telenovela.
◊
Mi energía de villana dura, a lo mucho, tres minutos, tiempo que Alma espera a que estemos a una distancia prudente de mi casa para informarnos que no podrá acompañarnos a la librería debido a que su gato se encuentra mal del estómago. La maldita alega que Nospurratus nunca se enferma y, con ese argumento, apela a la empatía de Alex y me deja desamparada en un espacio confinado junto a él, quien, a juzgar por la expresión en su cara, tampoco parece creer del todo en las buenas intenciones de Alma por salvar a su pobre mascota, y mucho menos después de escuchar la carcajada triunfal que suelta tras bajarse del carro y echar a correr en dirección contraria a la que nos dirigimos sin mostrar señales de arrepentimiento.
Hago todo lo posible por mantener la calma mientras veo cómo Alma se pierde en la distancia a una velocidad difícil de creer con el tipo de tacón que lleva puesto. Reprimo las ganas de gritarle que regrese a mí o que me lleve con ella. De abrir la puerta y salir disparada lo más lejos posible del individuo que se encuentra a escasos centímetros de mí.
—¿Quieres que vaya a dejarte a tu casa? —Alex pregunta desde su lugar. Mantiene la vista al frente y las manos aferradas al volante.
Miro a mi alrededor y me doy cuenta de que la última vez que él y yo estuvimos solos en este Suzuki hubo muchas cosas que se salieron de control entre nosotros, y no por primera vez, pero sí gracias a Alma y a sus imprudencias, aunque, por fortuna, en esta ocasión Alma sí estuvo en sus cincos sentidos y salió por voluntad propia y no en brazos de Alex. Eso, imagino, ya es un avance para ella, porque para mí sigue siendo una perdición que, de tan solo recordar, me hiela la sangre.
—¿Nina? —Mi compañero interrumpe los desvaríos de mi mente.
—¿Qué?
Alex se asoma por el espejo retrovisor. —¿Te voy a dejar a tu casa? —Pregunta de nuevo—. Puedo ir solo a la librería si eso es lo que te preocupa.
—No. Está bien; vamos —respondo sin prestar atención a los latidos de mi corazón.
—¿Segura? —Vuelve a mirarme por el espejo. Desde mi asiento puedo ver que sus ojos han perdido la seriedad que tenían hace un rato.
En silencio me bajo del carro y, acto seguido, abro la puerta del copiloto y me acomodo a su lado.
De reojo veo a Alex sonreír. No sé si sonríe con alivio o con satisfacción, pero, por si las dudas, decido pinchar su globito de la esperanza.
—No es como si fueras a morderme —le digo ya que me he puesto el cinturón de seguridad.
En este momento de gran valentía estoy convencida de que puedo tolerar un viaje a la librería con Alex sin caer en cualquier tentación que el universo me ponga en el camino. Lo único que tengo que hacer es recordar que, horas atrás, Gabriel y yo nos besamos por primera vez y que él ha pasado todo el verano besando a Rebeca sin ningún tipo de respeto por los pocos errores que cometimos el uno con el otro.
O eso es lo que yo creo.
—Hasta donde yo sé, la que muerde eres tú —Alex me responde con toda la naturalidad del mundo sin que la mueca de felicidad en su rostro vacile.
Estoy a punto de abrir la puerta y escapar de este infierno cuando Alex echa a andar el carro.
No quiero ser fatalista, pero sé que aquí va a haber un muerto.
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Misión cliché
RomanceLa vida no le ha resultado tan bien a Nina Fuentes desde el avistamiento de un fantasma en la casa de sus abuelos. Ahora, con el susto en el pecho y una fractura de muñeca por la impresión, Nina regresa a casa con la cola entre las patas. La única b...