El recuento de los daños

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Nunca antes había anhelado que nos golpeara un meteorito con tanta pasión como en estos instantes en los que el profesor de Química lleva a cabo otro de sus dictados de más de media hora

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Nunca antes había anhelado que nos golpeara un meteorito con tanta pasión como en estos instantes en los que el profesor de Química lleva a cabo otro de sus dictados de más de media hora. La buena noticia es que Alma ahora es responsable de tomar notas por mí de aquí hasta que mi mano se recupere de la fractura. La mala es que tengo todo este tiempo libre para pensar en cosas en las que me niego a pensar.

Y dentro de esas cosas está Alex, el chico que no me ha mirado desde que rompió conmigo a causa de mis estupideces y cuyo semblante se ve más oscuro que de costumbre, como si odiara a la gente con más ímpetu de lo normal, como si la vida le disgustara cada vez más, como si quisiera erradicarme de la tierra con su indiferencia hacia mi persona.

Como si yo le hubiera arrancado el corazón del pecho y lo hubiera destrozado con mi mano, cosa que hice y de la cual me arrepiento con toda mi alma, aunque también me arrepiento de no haber sido sincera conmigo misma desde el principio y por aferrarme a la idea de que estaba enamorada de Gabriel cuando nunca me di cuenta de la transferencia de mis afectos hacia Alex, y no me di cuenta porque estaba demasiado ocupada aferrándome a Gabriel como para notar que, más allá de la atracción física, lo que siento por él es un amor de amigos, del tipo que me hizo rechazar la idea de besarlo cuando él me lo pidió delante de toda la clase, del que hizo que mi cuerpo se tensara cuando él y yo nos besamos por primera ocasión, del mismo que me orilló a apegarme al plan de besarlo solo cuando fuera necesario, no antes, y mucho menos después. Del tipo de amor que no siento por Alex, porque a él no lo quiero como amigo y nunca lo he querido de esa manera.

No lo quiero como amigo porque deseo tener algo más con él. Deseo besarlo, abrazarlo, ahorcarlo, pelear con él, reconciliarme con él, leer sus relatos de terror, escucharlo hablar sobre sus libros, sentirlo cerca de mí, mirarlo hasta que su rostro se desgaste, ver estrellas fugaces a su lado, perderme entre sus sábanas y saborearlo. Hacer todo con él y, a la vez, hacer nada.

Y ya que eso me queda claro, el dolor de haber perdido mi oportunidad bloquea todos los demás sentimientos que intentan atravesarme con su filo, de modo que no siento nada más que el aburrimiento de escuchar la voz repetitiva del profesor escupir palabra tras palabra sin ningún indicio de que su dictado tenga un fin.

Tal vez es igual de infinito que el universo, y, de acuerdo con Einstein, del universo no estamos seguros, aunque del dictado tampoco, pues las clases duran una hora y no hay energía que le permita seguir torturando a los alumnos una vez que suene la chicharra.

Aunque no me molestaría que me torturara un poco más. A fin de cuentas, es justo lo que merezco por idiota.

A la hora del receso, Gabriel ya me espera en nuestro lugar de siempre.

Verlo me hace pedazos. Una parte de mí siente que jugué con sus sentimientos a sabiendas de que él iba a sufrir también.

Que jugué con todos cuando lo único que tuve que hacer fue ser sincera y frontal respecto a mis sentimientos y los sentimientos de los demás, pero, sin importar el tamaño de mi arrepentimiento, sé que el tiempo no retrocede, de modo que no puedo deshacer lo que ya está hecho.

Misión clichéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora