Dilemas emocionales de una adolescente con problemas de ira

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—¿Y luego? ¿Qué le dijiste? —Alma pregunta a la hora del receso

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—¿Y luego? ¿Qué le dijiste? —Alma pregunta a la hora del receso.

Nos refugiamos en las canchas deportivas que se encuentran escondidas detrás de las aulas de tercer grado, olvidadas por los prefectos y lejos del resto de la escuela, mismas que entraron en desuso el día en que la materia de Educación Física desapareció del registro escolar como una asignatura obligatoria. Las canchas ahora son el patio de juego de todo tipo de alumno que desee esconderse de alguien o hacer algo que requiera momentos de discreción y soledad.

Yo, por ejemplo, me escondo de Gabriel en las gradas y bajo los rayos solares que amenazan con derretir mis retinas. Aunque, de cierta manera, sospecho que Gabriel también se esconde de mí en algún otro rincón de la escuela.

—Nada —Me estampo la mano en la cara—, tartamudeé como estúpida, pero no logré emitir palabra alguna.

La risa de mi amiga no se hace esperar.

—Pero te mueres por darle besitos —dice luego de un momento mirando a la nada con una expresión contrariada.

Asiento en silencio, incapaz de desmentir las palabras que salen de su boca.

—¿Es por...? —Sus ojos apuntan hacia una figura borrosa en la distancia.

No necesito enfocar la vista para saber de quién habla.

—No —respondo de inmediato—. O sea, no creo. No.

Alma se deja caer hacia atrás y se cubre la cara con el brazo derecho. —Entonces no encuentro lógica en tu falta de respuesta.

Se me escapa una risotada. —¡Es que sí le respondí!

Jamás en mi vida deseé con tanto ímpetu morderme la lengua y atragantarme con ella como en el momento en que la estúpida pregunta abandonó los confinamientos de mi boca.

¿Para qué?

¿Cómo que para qué? ¿Qué tipo de respuesta es esa?

No, no.

No quiero ni recordarlo, y tampoco quiero recordar la vergüenza en las facciones de Gabriel ni el episodio de tartamudeo que tomó posesión de mi cuerpo.

En casos como ese, lo mejor es huir y esperar a que alguien te encuentre antes de sufrir una muerte por la desazón.

Cosa que hice, aunque no tuve que esperar mucho, pues Alma corrió detrás de mí sin pensarlo.

Ahora, henos aquí, a media sesión de chisme tras haber faltado a la última clase para convivir entre silencios y oraciones a media voz.

—Finjamos que no lo hiciste. Eso lo hace menos vergonzoso para los dos, y para mí, que tuve que presenciar tan lamentable escena. Y, para que lo sepas, Alex también la presenció. —Alma extiende la pierna y me da una patada en la espalda baja.

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