De chicos malhumorados, besos de mentira, y otras tragedias no tan trágicas

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No hay mucho que pueda hacer para ocultar mi molestia ante el secretismo de Alex, tampoco soy capaz de deshacerme de la curiosidad de saber qué quiere decirme y por qué o para qué, mas Alex ha dejado claro que esta es una plática que tendremos des...

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No hay mucho que pueda hacer para ocultar mi molestia ante el secretismo de Alex, tampoco soy capaz de deshacerme de la curiosidad de saber qué quiere decirme y por qué o para qué, mas Alex ha dejado claro que esta es una plática que tendremos después y, en vista de que sacarle la sopa a zapes no está bien visto en esta sociedad, me veo en la obligación de respetar sus deseos y reservar mi opinión al respecto para después.

Mientras tanto, mis pensamientos son un huracán de escenarios que podrían ser para mi beneficio o jugar en mi contra. La curiosidad, al igual que la maldita duda, son dos cosas que prefiero evitar a toda costa, pues gracias al divorcio de mis padres, desencadenado por mí, he aprendido que no necesito saber todo, pero que también quiero saberlo todo, y esta condición solo hace que mi cabeza dé vueltas sobre su propio eje en busca de una solución o alguna respuesta que apacigüe mi sed de saber y así no quedar varada en el abismo de la incertidumbre.

Y en lo que yo sufro internamente, Alex mantiene una apariencia relajada, como si la paz en su alma fuera mucho mayor que el vacío chismoso en la mía, como si estar en silencio a mi lado no le causara el mismo nerviosismo que a mí me carcome de adentro hacia afuera. Como si él hubiera tenido un viaje agradable cuando el mío fue una expedición de ida y vuelta al infierno de mi lujuria.

Como si ambos sintiéramos cosas diferentes sobre una misma situación: la nuestra.

—¿En serio no me vas a decir, Alex? —Reviento luego de varios minutos sin hablar y le pregunto justo lo que me había prometido no preguntarle—. Digo, entiendo que quieras esperar, pero no creo que haga una diferencia.

Alex se recuesta en su asiento. —Aún no —me responde con pereza—, pero-

Su silencio llega tan abruptamente como se evapora en derredor nuestro.

—¿Pero, qué?

—¿Quieres salir conmigo este fin de semana? —Pregunta de repente, acomodándose sobre su costado derecho y alzando la vista para mirarme.

Coloco un dedo en mi boca para frenar la mueca que amenaza con iluminar mi cara.

—¿Qué? Pero-

—No, no —me interrumpe, sacudiendo su mano derecha—, no así. Solo quiero pasar tiempo contigo y decirte lo que tengo que decir. Te prometo que no pasará nada entre nosotros —Hace un amago por alcanzar mis mejillas con sus dedos, pero deja caer la mano a medio camino—. Ni siquiera te voy a saludar de beso.

Noto cómo sus ojos caen en picada hacia mi boca y dejo que los míos hagan lo mismo. Guiada por la inercia, inclino mi cuerpo hacia adelante hasta encontrar refugio en la cercanía del suyo. Alex pasa sus dedos por mi cabello y coloca un mechón detrás de mi oreja. Nuestras frentes chocan sutilmente y el calor de su aliento me invita a hacer cosas que no debería.

—¿Qué dices? ¿Sales conmigo? —Siento su pregunta moverse cerca de mi boca.

Alex y yo nos quedamos quietos. Casi petrificados. Lo único que nos conecta es el beso que pende de un hilo y que se queda, al igual que nosotros, suspendido en el tiempo y espacio.

Misión clichéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora