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Al terminar de mi jornada me dispuse a conducir en mi camioneta sin decir muchas palabras. Encendí la música que tenía con un disco dentro del reproductor y comenzó a sonar una melodía romántica de los años 70s. Me encontré torpemente sonriéndole a la nada y pensando en ______.

-¿Quién eres para tener este control en mí? -Hablé sin encontrar respuesta, más que el eco de mi vehículo.

Llegué a casa, me quité el saco y lo dejé con cuidado en un espacio libre, le puse su forro y lo metí a mi cuarto de lavado.
Desde lo lejos pude ver a mi esposo con su clásica sonrisa coqueta... Sabía muy bien lo que buscaba en mí, sin embargo esa noche no. Esa noche no quería hacerlo, en mi mente me sentía culpable por tener una división muy visible entre el amor y el deseo que me provocaba pensar en mi asistente. En realidad eran ambas cosas las que no me dejaban vivir en paz.

-Amor, buenas noches... Te ves hermosa.

-Mi gordo... Estoy cansadisima.

-No, no lo creo... Te tengo una sorpresa. -dijo él. Me condujo hasta la habitación donde me esperaba con una botella de vino tinto y bombones con chocolate. Me sentí con la obligación de corresponderle incluso si no lo deseaba esa noche.

-Amor... Es una... Una gran sorpresa, gracias.

El ambiente nos llevó hacia donde un marido con su mujer, no voy a negar que me encantaba él, su manera tan tierna de tocarme, de sentirme y lo mucho que me ha demostrado que me ama pero, la monotonía, el poco tiempo que pasábamos juntos y una serie de factores complicados han alterado nuestra relación de una manera profunda. Terminé en el mismo lugar de siempre, sobre sus brazos, apagando la lámpara que iluminaba nuestros cuerpos envueltos por una sabana blanca... Con miles de dudas, pensando de nueva cuenta en ella.

...

Vi amanecer sobre mí los rayos de la luz del sol, me lamenté por dentro de no haber evitado tener sexo con mi pareja la noche anterior. Era tarde, tardísimo para llegar directo a la oficina y me dolía la cabeza por el dichoso vino. A esta edad hasta una copa de "agua" te repercute.

Jesús se levantó al parecer mucho antes que yo para ir a su trabajo. Como pude me vestí cuidando mi peinado de coleta de caballo asentando sobre él un moño guinda. No tuve tiempo de nada así que con la prisa y la preocupación de llegar tarde a mi oficina corrí para resbalar, cayendo sobre mis rodillas. Me levanté con precaución y subí a mi auto.
Todo el tráfico lo podía percibir como una corriente de atención por parte de los que me rodeaban, la gente acercándose a tomarse fotos, señores haciéndome peticiones, señoras pidiéndome firmas... Bueno, todo lo que un buen candidato debe de aceptar si realmente tiene un compromiso con su gente, sin importar qué tan de prisa vayas.

Finalmente salí para poder encontrarme en la entrada de mi "lugar". Caminé a paso rápido con los tacones medios que llevaba, y al llegar al marco de la puerta me percaté de que más de 3 de mis ayudantes me esperaban con una cara de asombro.

-Hola. Dije rompiendo la tensión del lugar.

-Doctora, primera vez en todos estos años que llega tarde y sin mandar aviso.

Parecían confundidos, mi vista se centró como un imán en el objetivo que tenía para llegar... Ver a _______.

Me rompió el corazón encontrarme con que estaba mirando de frente hacia su escritorio sin siquiera dedicarme una mirada de cortos segundos. No entendía lo que pasaba.

-¿Le pasa algo a...? -Dije señalando hacia ella con disimulo. Algo que no me sale muy bien.

-No doctora pero, ¿quiere que la llame?

Claudia Sheinbaum x LectoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora