CAPÍTULO 1

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—Son inversiones importantes, mi señor... a la larga, podemos aliarnos a esas empresas. La monarquía se hace más fuerte con cada inyección de dinero...

Kereem Abdalá, el Emir de Arabia Saudita, asintió y comenzó a leer los documentos.

Sanem estaba a su lado un poco inquieta. Había un poco de sudor en su frente, los síntomas estaban volviendo cuando se colocó la palma en su vientre, y se dobló al sentir un fuerte dolor.

—¿Te encuentras bien? —preguntó en susurro su esposo en susurro, pero ella asintió rápidamente.

—Sí... creo que tengo que retirarme un momento... siento irme de repente.

—Te acompañaré... —Kereem insistió.

—No es necesario... — Ella apretó los dientes de forma ruda, para disimular su dolor, y con permiso de todos los presentes en el escenario, se retiró mientras Kereem quedó un poco preocupado observando su salida repentina.

Sanem casi corrió por los pasillos del gran palacio, pero se detuvo llegando a la entrada de su habitación mientras otro dolor, mucho más fuerte que los anteriores, la sacudió con fuerza.

—¡Ahhh...! —su gemido fue delicado, y justo en ese momento, Tara, su criada personal de confianza, llegó a ella con rapidez.

—Majestad... ¿Qué le ocurre?

—Ayúdame, Tara... entrame a la habitación y cierra las puertas...

Con dificultad, ambas llegaron a la cama, y solo en ese momento, Tara se dio cuenta de que su señora tenía las piernas ensangrentadas.

Así que se puso las manos en la boca.

—No... —Sanem bajó la mirada alzándose el vestido, y sus manos temblaron junto a su mandíbula.

Rápidamente, sus ojos se llenaron de lágrimas, y su pecho comenzó a hipar.

—Déjeme buscar un médico con urgencia... por favor... —Sanem reunió el valor y la tomó del brazo con fuerza, impidiendo que su criada se fuera.

—Llévame a la tina...

Tara la observó con terror, y luego asintió.

Ella la sentó con cuidado, desnudando a su señora, y supo que la cantidad de sangre que estaba fluyendo, era importante. Pronto debía buscar a un médico, y avisarle al Emir.

—¿Ya le había dicho al señor? Quiero decir, ¿qué estaba embarazada...? —Sanem negó.

—No... pero pensé... —Sanem miró a Tara con las lágrimas rodando por su mejilla—. Pensé que esta vez...

Tara bajó la cabeza.

—¿Cómo es posible, Tara...? ¡He perdido cuatro embarazos! ¡Cuatro bebés!

La mandíbula de Sanem tembló significativamente, y un sollozo desgarrador salió de su garganta.

—No lo sabemos hasta que el médico la vea, mi señora... por eso es mejor que lo llame...

—¡Basta, Tara...! —la amargura en la voz de Sanem cada vez era más profunda—. Este es un castigo... pero no sé qué hice en la vida para merecerlo... amo a mi esposo, y soy una mujer correcta... ¿Qué hice, Tara? ¿Por qué? ¡¿Por qué?!

Tara saltó por un momento, pero tenía la confianza necesaria para abrazar a su señora y dejar que llorara en sus brazos por unos minutos.

Sin embargo, su secreto no duró mucho, porque en medio de todo el caos en el baño, Tara se separó de su señora, cuando vio una figura masculina que estaba abriendo la puerta con urgencia.

JUEGOS DE ENGAÑO Y SEDUCCIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora