Tres días después.
Riad.
Día de la restructuración de gobierno.
La agitación de Zahar se volvió densa. Estaba dormida, pero era costumbre que tuviera pesadillas de vez en cuando.
—Debes saltar... —ella miró la pendiente.
Tenía sus rodillas raspadas, una lesión en su muñeca, y todo un día de entrenamiento. Este era su cumpleaños número quince, pero su padre no había aparecido ni una vez.
Tenía frío, estaba cansada y falta de sueño como por tres días. Su cuerpo estaba tembloroso, sabía que no podía resultar. Este salto iba más allá de sus capacidades.
—Creo que... no voy a lograrlo —su maestro asechó su espalda con un látigo.
—Esa palabra no existe en tu vocabulario —y Zahar retuvo las lágrimas.
Si ella dejaba caer una sola en su mejilla, su castigo sería peor.
Corrió con piernas temblorosas y usó todas sus fuerzas para saltar, cayó al vacío moviendo las piernas, y luego sus brazos se colgaron de la pared improvisada, mientras su cuerpo chocó con toda la fuerza.
Gimió, sus costillas se ampliaban y luchaba por mantener el aire mientras sus dedos se desgarraban para sostenerse. Ella usó todo de sí para escalar, todo, hasta que su maestro tapó la sombra del sol arriba de ella, y le pisó los dedos con fuerza.
Mordió su boca, podía sentir el sabor de su sangre, amortiguando su queja, y su dolor.
—Buen, intentó, pero no es suficiente... —suspendió su cuerpo al vacío, y Zahar despertó de golpe.
Se sentó en la cama con la bata pegada a su pecho y restregó sus ojos. Miró el reloj, eran las cuatro de la mañana y sus ojos se cerraron.
Kereem Abdalá no era cualquier rival y ella debía estar preparada para lo peor. Había estudiado un poco el comportamiento de su esposa, muy sumisa, sutil, frágil, dulce y delicada, algo que ella no podía ser.
Tenía que mostrar una contraparte de persona, porque, además, no solo iba a luchar para deshacerse de esta monarquía, sino para demostrarse a sí misma sus capacidades, y Kereem Abdalá no la doblegaría, así como él pensaba que sería.
Se levantó de la cama y comenzó sus ejercicios matutinos. Ella no podía perder la forma, la rutina, y sobre todo el norte. Sin embargo, en todos sus movimientos estaban esos ojos fríos, y ella debía hacer incluso lo imposible por desarmar ese muro, que el jeque estaba construyendo para con ella.
"Necesitas seducirlo, que su deseo por ti sea mayor que su cordura..."
* *
—¿Estás bien? —Kereem se acomodó la corbata, mientras Sanem se frenó.
Llevaba diez minutos caminando de aquí para allá en su habitación y lo tenía un poco nervioso.
—¿Cuánto tardará la reunión?
Kereem alzó los hombros.
—Cambiaremos todo el gabinete, te podrás imaginar... incluso cuando termine, estoy seguro de que pautaremos un segundo consejo.
Sanem asintió tronándose los dedos.
—¿Qué te preocupa?
—Han pasado tres días... Zahar está aquí, medio sale en la noche al jardín, y luego vuelve a su habitación. Estoy segura de que nuestra familia pensará que soy la peor anfitriona... y...
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JUEGOS DE ENGAÑO Y SEDUCCIÓN
RomansaLa monarquía gobernada por Kereem Abdalá aparenta ser invencible, pero bajo la fachada de poder y prosperidad, Kereem se encuentra atrapado en una lucha interna que amenaza con desbordarse. Ante la presión de asegurar la sucesión, Kereem jura lealt...