cero; prólogo.

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bruna pressetti; bailarina, 24 años.

Milán, Italia.

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Odiosa como muchas, angelada como pocas. Dueña de un rostro tallado por los mismísimos dioses pero una personalidad que ni siquiera el mismísimo Zeus sería capaz de controlar.

Aún así, debajo de ese caparazón de chica mala a la que nada le afecta, subsiste una dulce niña a quien la vida no le ha sonreído en más de una ocasión. Sus ojos azules ocultan un pasado intranquilo, lleno de inquietudes y regado de incertidumbre.

Claro que su pasar económico no entraba dentro de aquellas preocupaciones, sin embargo su futuro académico y personal sí. Le parecía aún una pesadilla seguir sola, sin un proyecto familiar ni una compañía en la que pudiera apoyarse en sus días malos que, últimamente, eran muchos.

Pero, por el contrario, su presente profesional le daba una tranquilidad que implícitamente agradecía. Sabía que era una de las mejores bailarinas de Italia y no iba a desperdiciarlo, además se consideraba una privilegiada: no conocía mucha gente que fuera bien pagada por hacer algo que realmente amaba. Nada podía correrla de su eje ni nublar su visión.

―Por favor, Bruna. ―murmura Rebecca con insistencia. La modelo no ha parado de rogarle a su amiga que la acompañase a una cita doble con un piloto de Ferrari con el que venía mensajeándose hacía un tiempo.

La italiana niega con la cabeza. No le parece una buena idea. ¿De qué hablarían? ¿Con qué cara podría mantener una charla con aquel muchacho al que no conocía de nada? Sería demasiado incómodo para ambos.

―Si me dices que sí entonces te estaré debiendo un favor. ―insiste la inglesa.

Debajo de aquella coraza que Bruna intenta que el mundo le crea, verdaderamente hay una persona muy cercana e incondicional con los suyos. Y Rebecca, con mucho empeño y dedicación, se estaba ganando su corazón.

―Va, está bien. ―termina por aceptar, en medio de una risa en la que también rueda los ojos. ―¿Qué me pongo?




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charles leclerc; piloto26 años.

Milán, Italia.

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El príncipe de Ferrari, cansado de su corazón roto, prometió no volver a enamorarse. Odia verse tan vulnerable y, aún más, odia darle a otra persona el poder de romperle el corazón.

Pero dentro de ese odio, también se genera una gran contradicción que, aunque busca esconder en lo más profundo de sus entrañas, en sus tardes libres de domingo rompe su mente hasta quebrarla.

¿Es coherente huirle al amor pero, al mismo tiempo, anhelar fervorosamente el sentirse amado? De una forma sana, desinteresada, sin reproches, sin reclamos.

Anhelar sentirse amado de una forma en la que nadie lo amó.

―Es un rato, nada más, si te sientes incómodo puedes irte, te lo aseguro. ―murmura Carlos. ―Además, ambas son bonitas y Rebecca es muy dulce y simpática.

Charles parece pensarlo por unos minutos. No cree que sea algo correcto, ni que vaya mucho con su personalidad. Pero, por otra parte, también le genera un poco de curiosidad.

¿Era como una cita a ciegas? Indirectamente.

―¿Qué es lo que no te deja decirme que sí? ―el monegasco se encoje de hombros ante esa pregunta. Ni siquiera él lo sabía. Muchas contradicciones agolpadas en el centro de aquella cabeza pensante. ―Vamos, Charles, no vas a enamorarte en una noche. Es simplemente pasar el rato y ya. Quedará como una experiencia más. ¿No es eso lo que te gusta? ¿Tener nuevas experiencias?

Y eso lo hace terminar de decidirse.

―Está bien, iré 







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hola? VOLVÍ y encima con otra fic de charles. cortita y al pie, lo prometo!!


dos mentiras, una verdad ; charles leclerc.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora