Capitulo 12: Los Namont

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Si el color negro fuera un aroma sería como la fragancia de un príncipe negro, pura elegancia y seducción. Sí, seducción es exactamente lo que define el atuendo negro que vestía esa mujer de mediana edad parada frente a nosotros, con perfume de sutiles notas dulces avainilladas, de cabello miel matizado con algunas canas. Unos ojos verdes que impactaban con solo mirarla de rabillo. Su voz era tan embriagadora que daba gusto escucharla. Ella, sin duda parecía la villana de una historia. Calculadora y peligrosamente bella.

—Hijo mío, que gusto verte—se acercó la señora a Sebas dando una suave caricia a su rostro e ignorando por completo mi estampa.—Hace meses no venías a visitarnos, tu padre y yo te extrañamos tanto.—dijo esto con cierta ternura.

—Lo sé madre, puedo imaginar cuan afligidos han estado.—dijo el chico con un matiz irónico.

Ella sonrío como si entendiera exactamente el mensaje que llevaba la afirmación de su hijo.

—¿Y ella es?—dijo refiriéndose a mí con una sonrisa de boca cerrada.

—Hola—dije

—Se llama Beatriz y es una amiga que vino de visita al pueblo—interrumpió Sebastián.—Estaremos aquí unos 30 minutos como máximo.

—Mmm interesante, pero pasa y siéntate pequeña—me invitó amablemente.

Caminé hacia el gran salón principal, tan elegante como ella misma, diseñado a la perfección para una familia amante de lo sofisticado. Me sentía pequeña. Su presencia era tan extraña, todos mis sentidos estaban alertas, pero no por motivos de que sucediera algo malo o peligroso. No sabría explicar...era algo así como familiar y desconocido al mismo tiempo.

—¿Y de dónde eres?—Preguntó mientras se sentaba en un sillón aterciopelado color marrón.

Me indicó con la mano que tomara asiento a su lado.

Extrañada, miré a Sebastián esperando que dijera algo, él chico me hizo un gesto con su cabeza en señal que hiciera caso a su madre. Lo menos que quería era sentarme, yo necesitaba respuestas y aquí no las iba a obtener. Sin embargo decidí seguir con la conversación y de formal cordial tomé asiento en una butaca que quedaba al lado del sillón aterciopelado.

—Soy de la ciudad de Burdas, queda a unas cuantas millas al otro lado de la bahía de Castellum.—contesté.

—¡Oh! vienes desde muy lejos entonces—dijo ella. —¿Qué te trae por aquí?

—Vine de turismo.

—¿Sola?—Preguntó

—No, vine con mi mejor amiga.

—¿Y dónde está ella ahora?

—Prefirió quedarse en el hotel.

—Madre—interrumpió Sebas—deja de incomodar a Beatriz por favor.

—No pasa nada, no me molesta—respondí.

Su madre hizo una media sonrisa, se paró del sillón y le dió una mirada fulminante a su hijo. Un regaño a boca cerrada diría yo. Volteó hacia mí y forzando otra sonrisa pidió disculpa por su indiscreción.

—Lamento haberte incomodado pequeña.

—Oh, no se preocupe—respondí.

—Iré a jugar pocker con algunos amigos Sebastian, tu padre me está esperando allá.—le dijo a su hijo—Le daré saludos de tu parte.

Se retiró la señora con una tranquilidad que incomodaba,no sin antes darme una última mirada por encima de su hombro.

—¿Qué fue todo eso?—murmuré dirigiéndome a Sebas.

60 Días BastanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora