Capítulo 9: ¿Quién Soy?

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Desperté con gritos pavorosos a mi alrededor, Sofía pedía ayuda desesperada trayéndome de vuelta al mundo real. Abrí mis ojos inquietos buscando un punto en que ubicarme porque todo me daba vueltas. Javier acariciaba mi rostro y me miraba esperanzado.

—Ya despertó, está despierta Sofí—le decía a su hermana para calmar el ataque de nervios que sufría.

—¿Estás bien?—me preguntó acomodando con delicadeza un mechón de mi pelo que se metía en medio de mis ojos.

Asentí con la cabeza, a pesar que aún estaba aturdida. Hice un intento de incorporarme y ponerme en pie pero fue imposible, había demasiada debilidad en mi cuerpo.

—Bea ¿Estás bien?—me decía mi amiga ya un poco más calmada aunque aún respiraba un poco agitado.

—Está bien Sofi, ya no hay dudas, ella está viva—le dijo Javier tranquilizándola.

—Ri...ta—pude decir con dificultad

—Ella está bien igual—respondió Javier

Miré a mi alrededor y me encontré a Germán sentado en el sofá de mi habitación, entonces caí en cuenta de que estaba acostada en mi cama, alguien debió traerme aquí. Le sonreí a mi padrastro, sentí alivio al verlo nuevamente. El me devolvió la sonrisa y la acompañó tirándome un beso que me llenó de paz, ver que estaba bien me daba alivio.

—El doctor ya viene en camino—dijo Ramón quien entraba a la habitación para avisar y salía de forma inmediata.

—Al fin, ya era hora—respondió Sofi

Ella se acostó a mi lado en la cama, mirándome, unas lágrimas ya casi secas eran la evidencia de que había llorado mucho.

—Pensé que habías muerto—me dijo en un susurro.—No tenías pulso Bea—su voz se volvía débil—pensé...que te había perdido.

—Eso jamás pasará—le dije mirándola con cariño.

Como mismo prometía esa noche no abandonarla, prometí en mi interior descubrir todos los secretos que ocultaba su padre, tenía muchas interrogantes en mi cabeza después de lo que había visto a pesar de no saber si lo que vi era real o producto de mi imaginación. Hay algo mucho más fuerte detrás de todo esto. Mi naturaleza como bien decía Germán, estaba emergiendo imparable en vísperas de mis 22 años. Esa naturaleza me decía a viva voz que debía llegar hasta el final del misterio en que se había convertido esta familia para mí.

—El doctor ya está aquí—dijo Ramón entrando a mi cuarto con un señor de tercera edad, vestido de traje y corbata. Cargando un portafolio en su mano derecha y una Bata colgaba en el antebrazo izquierdo. Al parecer habían buscado al doctor de la familia. No me sabía su nombre pero lo había visto una que otra vez salir del apartamento de los Zúdor.

El señor me analizó con detenimiento, escuchó mi respiración, comprobó que mis reflejos estuvieran acorde a lo normal. Concluyó el examen a mi cuerpo y dijo que todo estaba bien. Qué parecía indicar que había sido un descenso provocado por no haber probado comida en todo el día.

Así que todos estuvieron aliviados menos Germán y yo, que sabíamos perfectamente que lo que había sucedido no era nada parecido a lo que el médico informaba.

                             ***

Sofía había dormido conmigo toda la noche. Los rayos del sol se colaban entre las cortinas de las grandes ventanas de cristal de la habitación. Desperté antes que ella, revisé mi celular buscando la hora y una alegría mezclada con nostalgia me invadió al leer un mensaje de texto de mamá. Al parecer lo había enviado mientras yo dormía. Sus palabras dulces reconfortan hasta el más pobre de espíritu y yo amaba leer esos mensajes matutinos.

60 Días BastanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora