Pero Sofía escuchó el débil golpe del cuchillo contra el plato, obra de Tomas, a quien le gustaba cortar todos los panqueques en cuadros y después comérselos en lugar de hacerlo al mismo tiempo como la mayoría de la gente.
—No es nada —respondió en un susurró poco creíble—, coman que se hará tarde.
No muy convencido, Hector terminó por cumplir el mandato de su mujer. Incluso se despidió de ella con un beso al tomar el almuerzo que le había hecho de sus manos, y le dejó un "te amo" tras apresurar a sus hijos a subirse a la camioneta para llevarlos a la escuela.
Apenas se cerró aquella puerta, ella se derrumbó.
A su ver, había hecho una actuación magistral para que sus hijos no se diesen cuenta de nada. Y es que ¿Cómo iba a decirles que su padre, quien se creía con la autoridad moral de decirle a Caro que era muy pequeña para tener un novio, tenía incluso a otra mujer?
Sofía siempre creyó que, si llegase a descubrir a su esposo con otra, terminaría la relación en ese instante, pues una infidelidad era algo que su propia naturaleza se negaba a perdonar. Pero, en ese momento en el que se volvía una realidad, ya no lo tenía tan seguro.
Se convirtió en una de esas mujeres que dicen "pero él mantiene la casa, es bueno con los niños y bla, bla, bla", todo eso solo para no admitir que su matrimonio había terminado y que había gastado diecisiete años de su vida con un hombre que al final no la amaba lo suficiente para conformarse con ella.
Hizo bien en no reclamarle nada. Al menos no frente a sus hijos.
Además, si lo pensaba bien, reclamarle era ponerlo sobreaviso.
Tenía que tomar una decisión.
Según su prenupcial, si se divorciaban, quien se quedaba con los hijos se quedaba la casa y ella tenía la ventaja como la madre. Por otra parte, estaba en desventaja en cuanto a lo económico.
Al salón de uñas que tenía no siempre le iba bien y cuando generaba grandes ganancias, aprovechaban, ya fuera para ampliarlo, pagar una deuda grande que tuviesen como un préstamo o el crédito de la camioneta, o bien también habían pecado de usarlo para irse a hacer algún viaje.
En resumen: no tenía ahorros propios.
Nisiquiera lo tenía declarado como un negocio formal, no metían el dinero al banco porque no querían pagar los impuestos.
Lo peor es que la camioneta era la de él ya que era quien, por lo general, llevaba a los niños a la escuela y hacía la compra mientras ella solo tenía un pequeño volkswagen "nomás pa las vueltas" había dicho Hector cuando la convenció de que no necesitaba un auto de lujo "de todos modos, si quieres ir lejos, yo te llevo", afirmó antes de revelar el verdadero motivo de su negativa a sacar otro coche de la agencia, "necesitamos dos autos, pero no podemos pagar dos créditos".
En definitiva, debió haber elegido al actor.
Si de todos modos le iban a ser infiel, al menos hubiera conseguido una jugosa pensión en el divorcio. Pero tenía que hacerse de algo formal si pensaba hacerlo ya que había escuchado de casos, de Magda la que tenía la estética por ejemplo "el marido no le daba manutención, lo demandó y él le quitó el salon y a los niños de puro coraje", le contó Matilde, la señora de los quesos.
Ahora Magdalena vagaba por las calles igual que una loca, como la mismísima llorona, pidiendo fiado y con un aura de muerta que se te hacía chiquito el corazón nomás de verla.
Pero Sofía sabía que toda esa introspectiva, todo el plan que maquinaba sus sienes no era más que una distracción momentánea para no levantarse del suelo.
Porque la verdad era que ella no quería divorciarse, no por el salon, no por la camioneta y aunque en parte sí era por los niños, no quería divorciarse de Hector, porque todavía lo amaba.
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Lápiz rojo
RomanceLos restos de un labial que no le pertenece, entre las ropas de su esposo, harán a Sofía replantearse la situación actual de su matrimonio, así como todas y cada una de las crisis que lo llevaron hasta ese punto. ¿Será que el amor perece con el tiem...