El amor es algo curioso

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Ella no quiso irse del hospital hasta que cortaran las trompas, pensando que quizás, había sido porque ya estaba demasiado vieja para andar pariendo hijos.

"Lo haré yo" le propuso Hector, " es menos invasivo en los hombres".

Pero Sofía se sentía culpable, porque ella era la que no le dijo a su esposo que le habían sacado el DIU, la que pensó "no pasa nada, luego me pongo otro" y era ella la madre, la que debía cuidarlo, no obstante, fue su propio cuerpo traidor el que le cortó el oxígeno a ese pobre bebé impidiendo su llegada al mundo.

Sentía que tenía que hacer algo al respecto porque la esperaban sus otros dos hijos en casa y si no hacía nada, se iría ahí mismo con el tercero como tanto ansiaba hacerlo.

Ahí la montaña rusa se desplomó.

Primero por el dolor de la cesárea que le impedía el libre movimiento, luego porque, simplemente, no quería hacerlo.

Se castigaba a sí misma negándose a todos los placeres de la vida, como si no mereciera nada, todo porque había fracasado en su labor más importante.

Hector lo entendía, Sofía necesitaba echarle la culpa a alguien y por más que él trataba de repartirla entre los médicos que no vieron la falla a tiempo en los ultrasonidos, las enfermeras que la dejaban esperando cuando ella decía que le dolía, la situación del país que, siempre los tenía trabajando demasiado para ocuparse de otros asuntos y hasta a sí mismo, por no cuidarla lo suficiente mientras se formaba a su bebé, ella seguía quedándose con la mayor parte.

Él no hizo otra cosa que apoyarla, hasta contrató a su hermana en el salón para que su esposa pudiese pasar tiempo con los hijos que le quedaban y adoptó uno de esos perros que parecían juguetes y que él consideraba inútiles pues no son capaces de cuidar una casa, solo sirven para cagar y hacer ruido.

Y ese perro era tan molesto.

Le rompía las camisas, le meaba los zapatos, se dormía en su lado de la cama y ladraba en la madrugada sin absolutamente ninguna razón.

Hector nunca dijo nada, la misma Sofía se encargó de irlo educando y la verdad era que, estaba funcionando.

Pronto, peinar su interminable pelo para que no acabara en los sillones, se volvió la mejor distracción para ella y contarle a su esposo cómo había logrado que "el Pikachu", como le había puesto a la rata amarilla, ya había aprendido a hacer del baño afuera, era lo que le iluminaba el rostro en la tarde.

La señora adquirió el pasatiempo de comprarle ropita al chucho como si de un nenuco se tratara y le hacía peinados ridículos como si con el insignificante tamaño de la mezcla de sus razas no fuese suficiente humillación para el resto de su existencia.

Para Hector, que el animal posara para las fotos del instagram de Sofía era lo mínimo que podía hacer el señor "comía pañales en la calle, pero ahora solo como croquetas de colores y carne húmeda".

Entonces entendió que tal vez Sofía solo necesitaba eso, solo quería algo o a alguien a quien cuidar, algo a la que pudiese darle una parte de todo ese amor que tenía guardado para el hijo que jamás fue suyo.

El amor es algo curioso, uno puede morir por no tener nada o se puede morir por tener demasiado y nada en que desbordarlo.

Después de eso, su vida sexual se volvió como el mar.

A veces era salvaje, con una fuerza insólita que parecía tener el firme objetivo de ahogarla y a veces era tranquila, tanto que te duermes.

Mientras el Pikachu se acercaba a ella a paso lento como lo llevaba últimamente, Sofía contempló sus ojos de aceituna y acarició el pelaje de su rostro pareciendole una cosa increíble que el hombre que había estado en su lado en todas y cada una de aquellas gracias y tragedias que construían su vida, pudiera de pronto haber dejado de amarla y pretender reemplazarla con otra mujer.

Pero si lo pensaba bien, quizá no fuera de pronto. Quizas fue porque cuando él se disculpó de no haberla ayudado con la niña, ella no lo hizo por no ayudarlo a traer dinero a la casa.

Quizas porque cuando él recuperó su empleo, ella no dejo el suyo para atenderlo con sabía que quería.

Quizas fue porque mato a su hijo.

O quizas fue porque, tanto se sumío en su propio duelo que Hector tuvo que hacerse cargo de todo ya que ella no lo hacía, como consecuencia, jamás tuvo tiempo de vivir el suyo.

Y quizas lo fue todo.

 Quizá fue algo gradual, solo un grano de arena como aquel que entra entre las encías del molusco, lo condena a una lenta vida de agonía y convierte su muerte en la única salida de su pena, a la que el molusco está tan desesperado por obtener, que recompensa a su asesino con una perla.

Quizas así era como se sentía estar atado a una mujer tan agoísta como ella.

Pero tambien así se sentía la traición y Sofía sabía que la muerte de su matrimonio era lo único que le permitiría superarla algún dia.

Lo sabía pero no lo quería creer.

Prefería pensar que tal vez no era cierto, a lo mejor ni era suyo el pañuelo, a lo mejor se lo prestó a un amigo o se manchó de otra manera, igual y hasta se le cayó, lo recogió una mujer grosera y lo usó para limpiarse la trompa.

Sí, eso fue lo que pasó. Solo un accidente, era solo un malentendido.

Incluso sí no, a lo mejor fue cosa de una sola vez. Un error cualquiera no iba a hacer a perder todos sus años de apoyo incondicional y dicha.

Las mujeres se burlarían, sus amigas lo desaprovarían, que se vayan al diablo. Ninguna de ellas había estado allí cuando les tocó vivir todo lo que vivieron juntos.

Sofía ni siquiera sabía si era cierto, no lo necesitaba, prefería no saber.

No iba a dejar que alguien se entrometiera en su familia y que se quedara todo aquello que era para sus hijos. No, ella solo encendió la lavadora, que la mancha se borrara y que así se le borrara la sospecha.

No quería ni pensar que, quizás aquella vez hace dos meses cuando estaban en la recamara, la mano de Hector se le deslizó bajo la piyama, desde el ombligo de Sofía hasta su seno y ella dijo que estaba muy cansada pues había hecho las uñas de una corte nupcial.

No quería recordar el como él suspiró resignado y anunció que saldría a caminar.

Quería mantenerse en la idea de que, posiblemente, solo había ido a masturbarse al auto o quizás, quizás si se fue a caminar.

No tenía porque torturarse con la idea de que había ido a casa de otra o buscar lo que en su casa no le dieron.

Y no quería ni darse cuenta de que ya tenían como seis meses que no se tocaban.

Con lo blanco que le salió el pañuelo, gracias al bicarbonato de sodio, ella pudo seguir su vida pensando que también había limpiado el posible y no posible pecado de su esposo y tal vez hubiese sido capaz de suprimir ese sentimiento de ira e impotencia que le apretujaba todas las noches el pecho cuando el príncipe y el traidor, siendo ambos el mismo, se recostaba como un tronco a su lado, de no ser porque, como un ente de lamentos que la seguía a causa de una tortuosa maldición, la mancha volvió dos días después, esta vez en la corbata de Hectory un poco en su camisa, más o menos a la altura del pecho.

Y esta vez la forma de los labios era mucho más clara, solo corrida la figura por un lado, no quedaba ninguna duda, esa maldita perra lo estaba haciendo a propósito.

Lo peor era que, ella le compró esa corbata.

Lápiz rojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora