Crueldad

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Es decir, tanto como para no ceder a los coqueteos del carnicero que no dejaba de arrojarle indirectas cuando iba sola, o al taxista de la casa grande al final de la cuadra, que siempre le ofrecía llevarla mientras ella caminaba a la tienda.

Podía ser que ya no se pareciera a la Jaqui Andere, pero eso no significaba que se había vuelto horrorosa a la vista, además, él se miraba mucho más viejo y ella no dejo de amarlo por eso.

Que buena suerte tienen los hombres que pueden subir treinta kilos y una los sigue queriendo, en cambio, cuando se les pregunta de sus infidelidades siempre dicen cosas como "es que tú te descuidaste".

"Perdoname por que mi estómago se volvió flácido y se me cayeron las tetas después de parir y amamantar a tus hijos" pensó Sofía.

¿Cómo era posible? Después de todo lo que había sacrificado. Todo lo que habían vivido juntos.

No debió casarse por bienes mancomunados, al menos por bienes separados no le podrían quitar el negocio.

Luego le vino una idea insoportable a la cabeza: ¿Y si sí era culpa suya?, después de todo, los hombres también tienen sus necesidades, ¿cuánto hacía que no hacían el amor?

Recordó como al principio de su relación, vivían una pasión desenfrenada como en las novelas de Carla Estrada. La licencia del matrimonio que elimina la inmoralidad del pecado original, les había dado plena libertad de explorarse uno al otro como los paleontólogos a las cuevas antiguas, buscando sus relucientes tesoros entre la oscuridad y la tierra, en un acto codicioso y sucio.

Todo era salvaje, rebelde y arrasador, ella se sentía atrapada en un remolino hecho de pétalos de rosa que la subía, la bajaba, a revolvía y la acariciaba como le gustaba, con la suavidad del viento, tan arraigada cual raíces del roble más alto y la hundía dentro de sí misma a una pasión descomunal que arrastraba hasta su centro toda su escensia.

Sin embargo, con el paso del tiempo y los embarazos hubo menos energía y menos tiempo hasta que la pasión se volvió una montaña rusa.

La primera caída en picada fue cuando dio a luz a Carolina, un par de meses antes detuvieron su desenfreno sexual ya que a ella le costaba moverse. Además, todo le daba un poco de asco.

Después, se pasaron casi todo el año sin nada de nada pues la niña ni los dejaba dormir así que, siempre estaban cansados y de mal humor.

Por si fuera poco, por esas fechas era que se abrió la vacante para asistir al ingeniero de la obra y Hector quería ese puesto, lo necesitaba para mantener a la bebé. Por eso era que le dibujaba los planos, aprovechándose de su innato talento para las matemáticas y el dibujo, le redacta informes que sabía que no le tocaban a él y le nivelaba los errores decimales en sus cuentas chuecas.

No le dieron el ascenso y él estaba muy enojado por eso.

Ella porque él casi no le ayudaba con la niña, él porque había estado trabajando de más durante tanto tiempo para nada y sentía que no lo antendía como antes.

Al final, se peleaban por todo. Que sí él no pusó el gas, que sí ella no hizo la comida, que sí él no pagó la luz, que sí él no arregló la tubería, que si ella ni limpiaba y él se la pasaba el día cargando sacos de cemento para llegar y encontrarla dormida. Eso hasta que Caro volvía a llorar como si alguien le pellizcara los cachetes en la noche, nomás por hacer la maldad.

Sin embargo, después se pelearon los dueños de la compañía y el que se fue se llevó a Hector para ponerlo se supervisor en su nueva empresa. Era menos de lo que tocaba ganar, pero más de lo que le hubieran dado de asistente.

Así que, esa noche consiguieron que la mamá de Hector cuidara a la niña, él le llegó con un ramo de flores y prometío que la iba a ayudar más a atander a la bebé, hasta la llevó a cenar porque ese día no era para que concinara y entre jugueteos en el cine y un poco de baile candente, recuperaron su pasión a arrumacos y tequila.

Después tuvieron otra mala racha cuando la empresa quebró y Hector se quedó sin empleo, el dueño lo iba a contratar en su nuevo negocio pero él dijo que no porque le quedaba lejos. La verdad es que no había querido ya que era de cosas ilegales y de las feas.

"Prefiero que mi hija tenga de padre a un macuarro que a un convicto, prófugo o muerto" le explicó a Sofía, ella estuvo de acuerdo.

El tiempo le demostraría que había tenido razón cuando su exjefe salió en las noticias, lo balearon por haberle jugado mal a un delincuente con un negocio mucho peor que el suyo.

Sin embargo, esa decisión le valió medio año de vender tacos en el metro.

Por suerte, la señora Cuca contrató a Sofía para que le hiciera el aseo en el salón de uñas. Ella fue tan buena que la dejaba llevar a la niña y le enseñó su oficio sin costo.

"Quería enseñarle a mi propia hija pero, nombre" se quejaba doña Cuca, "desde que la mandé a la escuela de paga se le subió, imaginate que ahora dice que le da vergüenza que sus amigas vengan al salón y que sepan que su mamá es la que pone las uñas".

"Los hijos son bien malagradecidos, nunca nos van a querer a los padres como los quiere uno" agregaba Sofía y la señora Cuca no podía estar más de acuerdo.

El empleo de Sofía trajo suficiente dinero a la casa como para que volviesen a estabilizarse y cuando en la casa había paz, en el cuarto había cariño.

Tanto cariño que Sofía volvió a embarazarse. No obstante, "dios aprieta pero no ahorca" le dijo Hector pues había conseguido al fin otro trabajo como supervisor de obra y como la señora Cuca era muy buena, siempre le permitió a Sofia ir al médico cada que lo necesitara.

Además, como en su trabajo de supervisor no le preocupaba que hubiese tanto delincuente, Hector también hacía lo suyo llevandose a la niña para dejar descansar a la madre.

Para cuando Tomas nació, la hija de doña Cuca se casó con uno de esos muchachos de la escuela de ricos y se la llevó a vivir a California.

"Te vendo el salón mija, te lo dejo barato" le propusó doña Cuca a Sofía cuando ya se andaba alistando para irse. Hector comprobó los números y en efecto, se lo estaba dejando casi a la mitad de lo que realmente valía la propiedad, así que aceptaron la oferta.

Sin embargo, atender su propio negocio fue más difícil de lo que Sofía pensó y ahora quien estaba siempre cansada y ya no quería ni que la tocaran era ella.

Casi le tomó dos años el volver a encender la llama en su matrimonio, de esa llama surgió se embarazó de Diego.

"Dios sabrá porqué hace las cosas" le dijo el doctor Hernan, el mismo que siempre la guiaba a traer al mundo a sus hijos, quien pese a que se presumía un hombre de ciencia, cuando la situación lo supera, no le quedaba de otra que recurrir a dios pues acababa de explicarles que el niño "venía malito".

Pensó que lo más difícil sería cuando se lo sacaran del vientre, se consoló con la idea de que fue mejor así. Ella creía en la vida digna y no le parecía justo para nadie la alternativa que era la misma vida que la de una planta.

"Dios le tuvo piedad" le dijo Hector como para confirmar sus pensamientos ", no lo dejo sufrir".

Sin embargo, lo más difícil fue después, cuando le dijeron que tenía que darle un nombre para el acta.

Sofía sostuvo al niño entre sus brazos una vez, estaba tan chiquito y era tan bonito como una muñeca de porcelana. Como las que visten con vestidos de época y ponen en las casas como si sus ojos de cristal no te siguieran en la noche y le dieran pavor a los niños de verdad. Además, estaba igual de frío.

Ya se había formado por completo, con sus bracitos parecidos a las ramas de los bonsais y tenía una carita parecida a los querubines en el cuadro de la virgen.

Por eso lo llamó "Diego".

"Te lo mando, madrecita" le dijo a la virgen cuando al fin estuvo lista para soltarlo ", me lo cuidas hasta que yo llegue".

Hector la sostuvo todo el tiempo, ni siquiera tuvo que ser ella la que se lo entregarse a extraños, Dieguito pasó de los brazos de su mamá a los de su padre y fue esté quien entre silenciosas lágrimas y el temple de un caballero medieval, lo dejó partir.

Sofía nunca dejó de preguntarle a dios ¿porque le había hecho eso? ¿Que mal había cometido?, ¿qué hizo para ganarse tanta crueldad?

Porque la crueldad era la única manera en que podía explicarse, que existiese tal cosa en el mundo, como una madre con el vientre y los brazos vacíos.

Lápiz rojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora