El sol brillaba más que otros días, aquella mañana no amenazaba con llover como era costumbre en San Cristóbal de las Casas, su ubicación encima de montañas le hace ser generalmente una ciudad fría, pero con ese toque romántico que le brindan las cafeterías y los enamorados que suelen pasear por las calles del centro del pequeño pueblo mágico.
María se levantó muy temprano para meterse a bañar; pasó largos diez minutos sólo bajo el chorro de agua caliente, recordando a Pathécatl y Adolfo. Se preguntaba porqué rayos sentía una conexión tan peculiar con ellos, al grado de querer llorar sólo si escuchaba alguna canción relacionada a su situación. Quería estar con Adolfo, el ojiverde sin duda era todo lo que alguna vez había buscado, pero Pathécatl la hacía sentir segura con sólo mirarla. ¿Y qué eran esos temas de vidas pasadas?
En jeans y una blusa fresca color rosa salió de su casa a las 10:00 en punto, para llegar antes a la cafetería a charlar con el curioso hombre de la noche anterior, pero en el camino Adolfo la interceptó con una rosa en la mano que se la dio apenas se toparon.
- ¡Adolfo! - Exclamó la pelinegra y se colgó en sus brazos - Me preocupé porque no llegaste ayer a recogerme al bar
- Lo sé, lo siento María. Llegó Matilde de Monterrey y me entretuve toda la noche hablando con ella, explicándole que me enamoré de ti y por eso me quiero quedar, que lo nuestro ya estaba muriendo desde hace tiempo y...
- Espera... ¿¡Qué?! ¿Por mi culpa estás hiriendo a otra mujer? No es la manera Adolfo - Replicó indignada devolviéndole la flor roja - Debes resolver tu vida antes de estar conmigo, no en medio del proceso. No tengo porque sanar cosas que no me pertenecen.
- Tienes razón, pero no... no me quiero alejar
- ¿Porqué? - Recordó a Pathécatl, la regresión que tuvo con él y el sentimiento de abandono que Ehécatl, quien sin duda alguna era Adolfo, le provocó desde su primera vida humana - ¿No has huido antes, Quetzalcóatl?
Aquella pregunta dejó helado al Dios del Viento, como si le hubieran lanzado un balde de agua fría que no pudo esquivar. ¿Por qué lo llamaba así? ¿Acaso ya sabía la verdad o sólo una parte? Recordó que su Don de los sueños era de linaje familiar también en su nueva vida así que temió lo peor.
- Ma... ¿Mayahuel?
- Al parecer fui la última en enterarme - Recordó molesta, pero sin gritar - Me encontró Pathécatl anoche en el bar y me invitó a desayunar para hablarme de porque rayos seguimos reencarnando y tu al parecer has sido el hijo de puta más vil de la historia, desde provocar una matanza nacional en 1968 hasta acostarte con una española en plena conquista causando mi muerte y la de tus hijos, imbécil - Su cabello comenzó a tomar un tono rojizo, apenas perceptible a la luz de los rayos solares, los ojos adquirieron un color más oscuro, casi negros.
- Yo... Apenas me enteré, en realidad de haber sabido que afectaría a mis hermanos jamás habría pactado nada, pero te amo Mayahuel y no creo justo que nos hayan quitado esa oportunidad para amarnos en primer lugar.
- De igual manera ibas a sacrificarme por orden de tus hermanos, ¿Lo olvidas?
- No lo iba a hacer, por eso planee escondernos entre humanos.
- ¿Y por qué nunca apareciste en mi primera vida? ¿Qué era más importante que el amor de tu vida? ¿La guerra? Sabías que pasaría, en algún momento ellos nos olvidarían como Dioses y la maldición ya la tenían tus hermanos.
- Mira Mayahuel sí, si he sido un tonto, pero por algo seguimos en esta vida, nos encontramos, hay aún una oportunidad y sé que podremos lograrlo. Sólo dame una oportunidad
- No lo sé - Bajó la mirada, un par de lágrimas mojaron sus zapatos - Creo que debo irme, arregla tus cosas con Matilde y después hablamos
- Eso ya está solucionado, por los Dioses.
- No, claro que no.
- Mira Mayahuel, como María no puedes enojarte porque hubo otra chica antes de ti. ¿Se te olvida que se borra mi memoria igual que ya tuya cada que nazco? Pero apenas te vi lo supe, que eres mi Diosa y aunque sé que he fastidiado todo en otros tiempos, yo te amo.
- Eres destrucción Ehécatl. Tus vientos han provocado guerras y sobre todo estragos en mí.
Dicho esto siguió caminando hacia adelante hasta perderse entre la gente. En sus audífonos sonaban canciones de Morat hasta que llegó al café Yaki donde Pathécatl ya la estaba esperando con una taza humeante frente a él, olía a delicioso chocolate recién hecho.
- Lamento si me demoré - Se disculpó la chica mientras tomaba asiento.
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Adolfo se sentía miserable, tomó dirección nuevamente hacia su casa donde aún estaba Matilde pues habían pasado la noche juntos y esa sí fue la primera traición en esa vida hacia Mayahuel. No quiso caer en sus instintos, pero casi lo sintió inevitable.
- ¿Ya vamos a hablar? - Le cuestionó su prometida apenas cruzó la puerta principal, ella seguía en pijama y sostenía dos tazas de café, entregó una al ojiverde y sorbió de la suya.
- ¿Qué quieres que te diga?
- Que vas a dejar de ser un niño, madurar y volverás a tu ciudad a hacer lo que mejor haces.
- ¿Mantener tus gustos caros mientras me parto la espalda trabajando?
- Sí, en tu lugar soñado, con una vida increíble y una esposa que ha pasado la mitad de su vida contigo, desde la infancia cabrón.
- Nadie te lo pidió
- No, pero sí me pediste matrimonio y faltar a tu promesa no es de hombres Adolfo.
- Mati... - Se acercó despacio, acarició su mejilla notando las lágrimas en los ojos de la mujer de castaños cabellos que caían en rulos por sus hombros - Te amé y muchísimo, pero en verdad necesito mi espacio y descubrir quién soy. No es el momento.
- Pero Adolfo... Estoy embarazada.
Tal anuncio fue otro golpe para el mixólogo quien nunca vio venir tal noticia, si bien hacía tiempo que no se cuidaba con su pareja llegó a creer que alguno de los dos no podía tener más hijos y se olvidó completamente de esa posibilidad. Acarició el cabello de la chica y besó su cabeza guardando silencio por algunos momentos en los que pensó en su propia infancia sin tener un padre que le diera consejos y se dio cuenta que tampoco quería eso para su futuro hijo o hija, por lo que, aunque amara con todas sus fuerzas a Mayahuel, pondría como prioridad a su familia como consideraba correcto.
- Esta bien, prepararé mis cosas y te alcanzo allá.
- No, vente conmigo ya. Adolfo sé que conociste a alguien y me da miedo que te convenza en nunca regresar y tenga que hacer esto sola.
- Mati no pasará, confía en mí
- Tampoco quiero que te despidas de ella - Sentenció tajante - O no tendré a tu hijo
- No puedes amenazarme con eso - Replicó separándose de ella algo molesto - Tanto que sufrimos la primera vez que perdimos uno y...
- Entonces no retes mi paciencia y vámonos ya a Monterrey - Advirtió señalando sus maletas previamente hechas en un rincón de su habitación - Compré los boletos y salimos en la noche, tenemos que llamar a un taxi para que nos lleve al aeropuerto. Ya no soporto este pueblo sin centros comerciales en cada avenida.
- Está bien.
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En Todas Nuestras Vidas
RandomHay pactos que quizá nunca debieron realizarse porque cada vez parece más imposible cumplirlos.