Capítulo uno.

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—¿Estás segura de que irás? —me preguntó Flor, su voz cargada de preocupación mientras me veía vestida con el uniforme del instituto.

—No me quedaré encerrada toda mi vida —respondí con determinación mientras me peinaba frente al espejo.

—Mejor no vayas...

—Ya hablamos de esto —le corté, sin poder ocultar mi frustración.

—¿Por qué no le dices a nuestra tía que te cambie de instituto? Tienes tiempo todavía...

—¡Déjame en paz! —la interrumpí, elevando un poco mi tono de voz. Flor rápidamente se tapó los oídos; odiaba profundamente que le gritaran. —Lo siento por gritarte.

—Sabes muy bien que no me gusta —dijo con una tristeza que me partió el corazón.

—No lo volveré a hacer, te lo prometo.

Flor había tenido una infancia difícil, por eso detestaba escuchar gritos o ser gritada.

—¡¿Estás bien, mi amor?! —Mi tía Maya llamó desde la cocina, probablemente había escuchado los gritos.

—¡Todo bien! —le grité en respuesta.

Me miré en el espejo de mi tocador y noté que estaba más delgada. Pasé mi mano sobre mi vientre delgado con nostalgia, consciente de que dentro de él crecía mi otro amor.

—Fue lo mejor —dijo Flor, poniéndose detrás de mí.

—Tal vez... pero me arrepiento.

—Pero valió la pena...

—Olvídalo —dije con indiferencia, mientras terminaba de cepillar mi cabello—. Hoy es un nuevo inicio.

—Te harán daño...

—¿Más? —respondí con una sonrisa irónica.

Los recuerdos del año pasado me invadieron, llenándome de miedo por regresar al instituto. Sin embargo, en ese mismo instante, deseché la idea de arrepentirme. Debía volver a la normalidad.

—Este año voy a lograr que todos vean la verdad: no soy la culpable, soy la víctima.

—No entiendo por qué sigues aferrada al pasado.

—Porque solo el pasado puede salvarme.

Salí de mi habitación lista para enfrentar mi primer día, optando por una coleta alta debido al intenso calor que hacía en la ciudad donde residía.

Al entrar en la cocina, encontré a mi tía preparando mi desayuno. Sus manos temblaban mientras colocaba el jamón en el pan integral.

—Estará todo bien —le dije para tranquilizarla—. No estés nerviosa.

—No lo estoy —dijo, con una expresión que dejaba claro que sabía perfectamente que estaba mintiendo—. De acuerdo, un poco.

—Sabes que tarde o temprano tenía que volver al instituto...

—Pero cariño, ¿tiene que ser el mismo?

—Tranquila, todo mejorará este año.

—La psicóloga dijo que no estabas lista...

—Ella no sabe nada —dije mientras agarraba una botella de agua del refrigerador—. Ella está al tanto, pero solo conoce lo que he decidido revelarle.

—¿Debería eso tranquilizarme?

Entendía su actitud protectora. Después de todo, ella fue testigo de mi peor momento, cuando no podía dejar de llorar ni un solo día, cuando me saltaba las comidas como si nada importara. Sabía que regresar a ese lugar, donde me hicieron tanto daño, sería un problema. Era consciente de lo que significaba para mí enfrentar ese pasado.

Recuerdos FragmentadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora