Capítulo seis.

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Emily Blaze

—Deberías ver La Cenicienta, rubia —dijo Tom, sonriendo con diversión—. Las películas de miedo no son para todos.

Sonreí como una tonta al escucharlo; realmente me caía bien, aunque sus bromas a veces no fueran de buen gusto. Como cuando me molestaba llamándome "solecito".

—No es eso... es que ya es tarde... mi padre... quiero decir, mi tía... —traté de explicar, pero mi voz tartamudeaba. ¿Qué rayos me pasa? ¿Por qué no puedo hablar con claridad?

—¿Tengo que enseñarte a hablar también? —dijo Tom, con una sonrisa divertida.

—Olvídalo, capitán —respondí, tratando de recomponerme mientras intentaba esconder mi incomodidad.

—¿Te pasó algo?

—¿Por qué lo dices?

—Estás empapada —sus ojos se clavaron en los míos con una chispa divertida—. Y no precisamente de la manera que me gustaría.

—Nos vemos, capitán.

Miré mi ropa, ahora arruinada por el refresco derramado. El viento de la tarde, más frío de lo que esperaba, me hizo estremecer. Sentí una corriente helada recorrer mi piel justo cuando una chaqueta cálida se posó sobre mis hombros. Al voltear, vi a Tom de pie junto a mí.

—No es necesario... —dije, en un intento de devolverle la chaqueta.

—Yo creo que sí —respondió, poniéndose frente a mí, su presencia cálida contrastando con el frío que me rodeaba—. Tus brazos están erizados.

—Gracias... —murmuré, abrazando la chaqueta instintivamente.

—¿Ya te vas? —preguntó con curiosidad, sus ojos grises reflejando el interés genuino que rara vez mostraba. El brillo en ellos me hizo sentir como si estuviera observándome más allá de las palabras, como si quisiera entender algo que yo misma aún no comprendía.

—Voy a una cafetería a beber algo —mentí, tratando de no parecer patética por haber sido ahuyentada por unos adolescentes en el cine.

—¿Te puedo acompañar? —preguntó, inclinándose un poco hacia mí.

—¿No venías a ver una película? —le recordé, sorprendida por su oferta.

—Puedo cambiar mis planes por ti —dijo, su tono suave y convincente.

Le sonreí al escuchar eso; él sabía exactamente qué decir para sacarme una sonrisa. Pero me quedé en blanco, sin saber qué responderle. No conocía ninguna cafetería cercana, ni siquiera había explorado ese lado de la ciudad. ¿En qué estaba pensando cuando decidí mentir? La verdad es que, desde que me mudé aquí, apenas salgo de casa, mucho menos a cafeterías.

Sentí un calor incómodo subir por mi cuello mientras intentaba encontrar una salida a esta situación. Me reprochaba internamente por no haber sido honesta desde el principio, y ahora me veía atrapada en una mentira absurda.

—Conozco una cafetería a la vuelta de la esquina, es excelente —sugirió al notar mi silencio—. ¿Vamos?

—Claro, vamos. Seguramente la tuya sea mejor que la mía, pero eso no significa que no conozca ninguna cafetería —solté nerviosa, sintiendo que mis palabras apenas tenían sentido.

Tom me miraba, sonriendo ante mi torpeza.

—Okay, chica rara —dijo riendo un poco, mientras comenzábamos a caminar.

Después de aceptar su invitación, un sentimiento de remordimiento me invadió. Había dejado a Tina sola en el cine. Desde nuestra última conversación, sabía que no le caía bien Tom, y si descubriese que me fui con él, me mataría. Es muy celosa.

Recuerdos FragmentadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora