CAPITULO 1

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Bajo el velo de una oscuridad inquietante, Ethan despertó con un sobresalto, sintiendo el helado abrazo del agua fría sobre su rostro. La escena era digna de una pesadilla: encadenado y vulnerable, uno de los siniestros secuaces de Belial había decidido darle un "despertar" poco convencional con un balde de agua helada. Inmovilizado, Ethan luchaba por recobrar el aliento, sus manos estaban aprisionadas por gruesas cadenas que pendían desde lo alto, un grueso barrote de metal le cercaba la cintura y sus pies yacían incrustados en la pared, como si formaran parte de ella. Entre toses y jadeos por el agua que se colaba por sus fosas nasales, intentaba comprender su sombría realidad.

Desde las sombras, una voz burlona resonó, teñida de un gozo malévolo. "Parece que nuestro bello durmiente finalmente ha despertado", pronunció Belial, aproximándose con un andar que destilaba confianza y una sonrisa irónica esculpida en su rostro. Con un gesto dominante, tomó la barbilla de Ethan, obligándolo a enfrentar aquellos ojos que destilaban crueldad. "Ahora, muchacho, desembucharás todo lo que deseo saber."

Ethan, aún luchando contra el frío que calaba sus huesos, respondió con un brío que sorprendía incluso en su precaria situación. "¡Eso nunca!", exclamó, su voz teñida de furia inquebrantable. "¡No importa lo que me hagas, jamás revelaré nada sobre mí o mi familia!"

Belial, sin perder esa sonrisa que parecía tallada en piedra, clavó su mirada directamente en los ojos de Ethan, como si intentara perforar su alma. Los ojos grises de Belial eran un abismo de sombras, portadores de muerte y desolación, un reflejo de las ruinas que dejaba a su paso. Ethan sintió un escalofrío mortal; la oscuridad y la devastación que emanaban de Belial parecían querer devorarlo. "Ahora lo sientes, ¿verdad, muchacho?", susurró Belial, su voz baja y peligrosa, mientras presionaba el cuello de Ethan contra la pared, casi como una promesa de tormento. "Sientes cómo la oscuridad se apodera de ti."

A pesar del miedo que luchaba por apoderarse de él, Ethan mantuvo su resolución. "Ya te lo he dicho, no importa lo que hagas, no conseguirás nada de mí", replicó con determinación, sus palabras un desafío en la cara de la adversidad más oscura.

En ese momento, en la oscura cámara de torturas, un juego de voluntades se desataba entre captor y prisionero, una batalla no solo por la información sino por el espíritu indomable de un joven que se negaba a ceder ante la oscuridad.

Belial, con una calma que rozaba lo siniestro, se inclinó hacia Ethan, su voz un susurro de oscuras intenciones. "Podría arrancarte la información que desee sin esforzarme mucho", confesó, "pero, ¿dónde estaría la diversión en eso?" Una sonrisa se dibujó en su rostro mientras acariciaba la mejilla de Ethan con un gesto que pretendía ser de admiración pero que no escondía su verdadera naturaleza cruel. "Tienes la piel demasiado suave para este lugar", añadió con un tono que insinuaba tormentos venideros. "Sáquenlo de aquí y llévenlo al poste de madera. Hoy nos divertiremos", declaró entre carcajadas que resonaban en la vastedad del lúgubre recinto.

Los secuaces de Belial, entes despiadados que obedecían cada siniestra orden, liberaron a Ethan solo para arrastrarlo hacia una nueva etapa de su calvario. Mientras era llevado por el brazo a través de la gran sala, Ethan intentaba absorber cada detalle de su entorno: los muros de piedra, la atmósfera pesada de una cámara de tortura adornada con instrumentos de dolor y máquinas de propósitos inescrutables, reliquias de un pasado oscuro y olvidado. Lo ataron a un poste, con los brazos estirados hacia el cielo, y desgarraron la parte superior de su uniforme, dejándolo expuesto y vulnerable bajo la mirada expectante de su captor.

"Veamos de qué color es tu sangre", murmuró Belial con un tono de morbosa expectación, blandiendo un látigo de cuero negro que cortaba el aire con un silbido amenazante. El primer azote desgarró la piel de Ethan, enviando una ola de dolor agudo a través de su cuerpo. Se tensó, mordiéndose los dientes con todas sus fuerzas y cerrando sus puños, decidido a no emitir sonido alguno que pudiera satisfacer la cruel expectativa de Belial. Tras tres latigazos, las marcas sangrientas adornaban su espalda, testimonio del brutal castigo recibido.

FRONTERAS DEL INFINITO: Batalla Contra Belial - Libro 4Donde viven las historias. Descúbrelo ahora